La película 12 años de esclavitud está basada en un hecho real, ocurrido a finales del siglo XIX en Estados Unidos, previo a la guerra civil. Su protagonista es Solomon Northup, un hombre negro libre, que vive en Nueva York, pero que es secuestrado y vendido como esclavo. A lo largo de esta historia, lucha no sólo por conservar la vida sino también por preservar su dignidad frente a la crueldad de su amo.
Ganadora del Globo de Oro a la mejor película del año 2013 y con 9 nominaciones a los Oscar, no podría negar que sea una gran película, sin embargo no es mi interés relatar la historia o realizar una ‘critica’, sino más bien compartir algunas reflexiones que esta me suscita.
En relación al film el The New York Times publica: «La genialidad de ’12 años de esclavitud’ reside en su insistencia en la maldad banal, y en el terror, que se filtraba en las almas, ataba los cuerpos y cosechaba un duradero y terrible precio.». Me parece una excelente descripción y no podría estar más de acuerdo, no obstante creo que el pretérito imperfecto utilizado en esta cita nos puede confundir. Una perspectiva histórica, melancólica y miope, que nos haga considerar esta historia como una terrible realidad que permanecía enquistada en nuestra sociedad durante muchos siglos, pero que hoy, ya superada nos hace sentir orgullosos de las libertades consagradas en la actualidad, puede ser muy peligrosa.
Recordemos que la esclavitud era una institución cultural, absolutamente regular, legal y obvia. No solo los ‘malos’ tenían esclavos sino también los ‘buenos’ y los más santos, durante muchos siglos. Posicionarse en contra de esto no solo era incomodo e ilegal sino risorio, una locura. Esto era tan normal como lo es hoy ver a una mujer extranjera trabajando de sol a sol, criando hijos ajenos, por pocos pesos, obligada a dejar de lado a sus propios hijos, su propia vida.
Era tan obvio como que en los colegios, a los hijos de los pobres se les enseñe a ser obreros y a los de los ricos a ser jefes. Estaba tan arraigado en la cultura como lo es para nosotros ver con buenos ojos a algunos tomando Wiskey y fumando puro, y de mala forma a quienes fuman marihuana y toman cerveza. Por esto creo que esta historia debemos verla con los ojos puestos en el presente, escudriñar en nuestra cultura, suspender el natural juicio sobre los acontecimientos y preguntarnos ¿cuales son hoy nuestras esclavitudes?
Esforzándome por hacer este ejercicio, me pregunto también ¿Es acaso lo normalmente validado, necesariamente es lo correcto o ‘bueno’ para nuestra sociedad? No pretendo proponer lo contrario, sino más bien relativizar la naturalidad de los hechos. Un ejemplo más: Una joven camina por la ciudad, encuentra un cachorro a mal traer, se enternece, lo acaricia y desea llevarlo consigo a su casa, abrigarlo, lavarlo y alimentarlo. Esto nos parece completamente natural, nadie diría que hay algo extraño en esto. Me pregunto, cuantos seres humanos viven en la calle, pasan hambre y frío y son invisibles a nuestros ojos.
A finales del 2010, ocurrió el dramático y muy lamentable incendio de la cárcel de San Miguel, donde fallecieron 81 personas. Como recordaran uno de los fallecidos era un joven de 22 años, Bastián Arriagada, quien cumplía una pena de 61 días por vender películas piratas, era la primera vez que cumplía pena efectiva. Me pregunto entonces ¿cuantos de nosotros, con suma naturalidad vio una película pirateada estas vacaciones? Yo sí, no veo entonces porque no sentirme cómplice de la situación de Bastián. No es mi interés expresar un juicio a favor o en contra de la piratería, pero esta situación por lo menos me parece incomoda y paradójica.
Quizás estas 81 personas fallecidas y muchísimos más que hoy están privados de libertad son como aquellos esclavos. Más allá de la ley, me cuestiono: que es más dañino para nuestra sociedad, un hombre quien poseyendo recursos paga sueldos miserables a sus trabajadores o un joven que para alimentarse vende cd’s piratas. Quizás sin saberlo, estamos amparando conductas que serán profundamente reprochadas en el futuro, quizás sin saberlo, hoy, somos cómplices de una nueva esclavitud.
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