Casa Columnas No somos la Eva de nadie

No somos la Eva de nadie

No somos la Eva de nadie

Hace un tiempo, conversaba con un grupo de amigas chilenas que viven, al igual que yo, fuera del país. Algunas de ellas, volvían prontamente y como era de esperar la conversación giraba en torno a eso, sobretodo, en relación a los sentimientos encontrados que producía el retorno.

Todas coincidíamos, en que cuando vives fuera, haces inevitablemente un proceso de contrastación, todas aquellas cosas que dabas por sentado o que simplemente se habían naturalizado, efectivamente podían ser de otra forma, algunas mejores, otras peores, pero al fin y al cabo podían ser diferentes.

En Chile, tenemos a nuestra gente, nuestra cultura, nuestra comida, nuestros paisajes, esa calidez inexplicable, etc. Nos podíamos pasar horas detallando todo lo que teníamos en Chile, pero había algo que no teníamos, difícil de denominar pero fácil de explicar, algo así cómo “Seguridad/Libertad femenina” a lo cual nos habíamos acostumbrado fácilmente y nos dolía perder.

Por primera vez, muchas sentíamos que podíamos andar “solas” sin ese acoso constante, ese piropo que se ve con gracia para algunos, pero que para nosotras coarta. Podíamos vestirnos como queríamos, podíamos usar una mini, un escote, un simple short, podíamos gestionar nuestro cuerpo sin pensar en “el qué dirán” o en la exposición a la que nos sometíamos.

Ya no estábamos expuestas a los agarrones sin rostro, a las frases desagradables susurradas al oído, a los gritos desde una esquina que exaltaban nuestras “bondades” como si se tratase de un halago, o a esas miradas “violadoras” que provocan repulsión. Tampoco nos sentíamos avergonzadas de nuestras tetas o culos, no teníamos la necesidad de protegernos con la compañía de un hombre cuando era de noche.

Hacía tiempo que ninguna se había sentido violentada y recordábamos con rabia como a lo largo de nuestras vidas habíamos estado expuestas a un acoso perpetuado en nuestra cultura, y del que empezábamos a ser objeto cuando apenas éramos unas preadolescentes. Con el tiempo, te acostumbras a esa idiosincrasia machista que ha permitido que nuestros cuerpos se hipersexualicen. Te imaginas que las cosas podrían ser diferentes, pero hasta que no experimentas en tu propio cuerpo esa libertad, no eres “totalmente” consciente del trato vejatorio que muchas mujeres sufren cada día en nuestro país.

Hablamos de libertad, de una satisfacción, una autonomía, un respeto que siempre tendría que haber estado a nuestro alcance, pero que lamentablemente nacimos ya sin él. Señores, no somos la “Eva” de nadie, no provenimos de una costilla vuestra, ¡No les pertenecemos!; No somos la tentación hecha carne, nuestros cuerpos son sólo nuestros, y no tienen derecho alguno sobre ellos.

Me encantaría que mi hermana, mis amigas, las mujeres en general, pudiesen experimentar ésta libertad, creo que no hace falta cambiarse de país, pero sí hace falta, una lucha en la que primero desnaturalicemos el acoso hacia la mujer y realmente creamos que existe “otra forma” de relacionarnos basada en el respeto y la igualdad.

 

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