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El último caudillo

El último caudillo

Si algo caracteriza a América Latina es una tradición larga y transversal como el propio continente. El caudillismo ha constituido desde siempre uno de los puntos nodales de la política del barrio. Y tal vez el último gran representante de esta conducta sea el recientemente fallecido Hugo Chávez Frías.

Autor: Emilio Ugarte

Controvertido, polémico, irritable a ratos, el ex teniente de paracaidistas fue ante todo un líder. Y su legado puede que en este minuto sea difuso, pero podríamos desde ya adelantar algunas conclusiones. Chávez no fue un dictador, eso está claro. Venezuela goza de absoluta libertad de expresión, la oposición tiene total libertad de asociación y participación política. Muchos estados de esta república federal son conducidos por gobernadores de oposición, así como alcaldes y parlamentarios. Además, las elecciones son transparentes y ningún organismo internacional ha puesto en duda jamás algún proceso eleccionario mientras Chávez estuvo en el poder.

¿Por qué fue tan atacado entonces? Porque Chávez respondió siempre con la misma moneda a quienes históricamente tuvieron el poder en las manos. Su soberbia, histrionismo, liderazgo, poder e, incluso, su retórica despectiva fueron siempre en contra de los poderosos, especialmente empresarios y miembros del antiguo régimen. La misma medicina que ellos durante décadas prodigaron a trabajadores, mujeres y niños humildes de Venezuela, con Chávez les estalló en la cara. Solo eso explica tanta saña en su contra, tanto odio y desprecio que los llevó a ensayar las más despreciables estratagemas para sacarlo del poder. Considerar, como ejemplo, que el más reputado de estos personajes haya sido Pedro Carmona, líder de la patronal venezolana que, luego del Golpe de 2002, se tomó el poder incluso con más atribuciones que el propio Chávez. Un personaje que no solo demuestra lo nefasto e inescrupuloso que a veces es este grupo social, sino que además lo único que hizo con su accionar fue justamente legitimar toda la obra del odiado comandante.

Hay que decir, en todo caso, que el presidente Chávez no fue, de ninguna manera, un tipo al que le acomodaba la crítica y la oposición. La toleró, la aguantó, pero no le gustó. Sin embargo, la propia oposición bendijo el intento de Golpe de Estado de 2002, boicoteó las elecciones parlamentarias de 2005, un hecho que observadores internacionales calificaron de insólito y gran parte de la prensa, que siempre cuestiona la libertad de expresión en el país caribeño, censuró e impidió la libre información durante las jornadas del 11 y 12 de abril de 2002, apoyando también el paro convocado por la patronal y sectores opositores en diciembre de ese mismo año. Con estos antecedentes no era mucho el margen de maniobra del presidente.

Aún así, la historia sabrá poner en su sitio a Chávez y su revolución, una revolución que, poniendo paños fríos, estuvo muy lejos de ser una genuina revolución. La estructura económica de Venezuela se mantuvo intacta. De hecho, la dependencia del petróleo, el maná que alimenta la economía venezolana, aumentó considerablemente. El caudillismo, más no la consolidación de la institucionalidad, fue la base del régimen, aumentando la larga historia de este discutible fenómeno político en América Latina, vieja rémora de la antigua veneración al rey. El clientelismo, no la mera aprobación ciudadana, sostuvo electoralmente a Chávez, constituyendo otro de los vicios en los que el ex teniente de paracaidistas cayó redondito. La delincuencia llegó a niveles demenciales.

Por otro lado hay que mencionar los logros, no pocos, de la “Revolución Bolivariana”. La pobreza extrema bajó notablemente durante los años de Chávez. La educación es gratuita y se amplió a muchos sectores sociales que hasta entonces estaban al margen del acceso a educación. Las famosas “misiones” constituyeron un importante esfuerzo por erradicar la pobreza y, por cierto, el control por parte del Estado de los principales recursos naturales le da al país una gran fortaleza en torno a la independencia económica y seguridad nacional. Y, por último, y a pesar del clientelismo que caracterizó su administración, impulsó la participación ciudadana por medio de elecciones libres y competitivas, además de la figura del referéndum revocatorio, algo inédito en América Latina y que solo tiene cierta similitud con los regímenes parlamentarios.

Sin embargo tal vez el aporte de Chávez sea más simbólico que concreto. Si su revolución no fue más que un gran abanico de medidas asistencialistas bajo un paraguas de liderazgo carismático, casi mesiánico, ¿por qué generó tanta admiración y rechazo al mismo tiempo? Me parece que la respuesta hay que buscarla en el momento en la historia de Venezuela –y del mundo- en que aparece en escena. No se puede entender a Chávez sin tener claro el contexto en el que surge. La Venezuela que heredó era un carnaval de corruptela y repartija de poder entre los dos partidos más importantes que surgieron luego de la caída de Marcos Pérez Jiménez en 1958: Acción Democrática (socialdemócrata) y Copei (socialcristiana). Además, los problemas económicos que asolaban al país desde fines de los ’80 no tenían solución, por lo que el sistema pendía de un hilo que Chávez cortó con el aplauso de la mayoría del país.

Junto a lo anterior hay que consignar que Chávez hace su aparición en momentos en que el capitalismo mostraba su más agresiva y desatada prepotencia. La caída del Muro de Berlín y la URSS hicieron pensar a muchos que eso significaba no otra cosa que el éxito de la economía de mercado, llevando a algunos ebrios de éxtasis a proclamar el fin de la historia. La izquierda tradicional se plegó al canto de sirena y gran parte de la sociedad se empezó a sentir huérfana. Chávez no solo apareció como una alternativa, sino que además con su personalidad arrogante y agresiva plantó cara sin temor a quienes se sentían dueños de hacer cualquier cosa. Chávez constituyó para muchos, con o sin razón, quizá la última llamarada de dignidad en un mundo cada vez más atrapado en la locura del individualismo, la ideología del “éxito”, la manga ancha a empresarios sin escrúpulos y la incapacidad y desidia de gobiernos supuestamente progresistas. Chávez, con buenas o malas artes, plantó cara a estos personajes y lo que representaban, consagrándose como el campeón de la libertad, dignidad y progreso de los postergados.

La historia, esa madre implacable y sabia que tanto nos hace llorar, dirá en su tiempo cuál es el lugar de Hugo Chávez Frías en esta joven y alocada América Latina. Por ahora solo nos queda saludar al hermano pueblo venezolano y enviar un abrazo fraterno a su familia. ¿Lo demás? Ya habrá tiempo para hablar.

 

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