Tras largos años de observar las características migratorias de nuestra región, más allá que se trate de países industrializados o no, desde esta Isla Sin Mar, como lo es el Paraguay, podemos afirmar que la migración en nuestra región tiene un mismo rostro, el de la necesidad de migrar por motivos económicos, en la búsqueda constante de un mejor porvenir para cada uno y sus familias.
Esto nos lleva a concluir que los funcionarios, tanto de los países receptores como expulsores, que se ocupan de los flujos migratorios deben cambiar la práctica de analizar dichas movilidades humanas, a partir de meros estudios estadísticos. Las personas no son meros números, cifras: son seres humanos con potencialidades y necesidades.
Contar con la visión y la perspectiva de los propios actores y entender los motivos de ese caminar es fundamental para definir e implantar políticas migratorias, armonizadas con los altos lineamientos de los instrumentos de Derechos Humanos, ratificados por la totalidad de los Estados de la región.
La clave está en la capacidad política de organizarse para el diálogo, lo cual es válido para todas nuestras sociedades, de modo a influir, persuadir con argumentos sostenibles, el rediseño de políticas migratorias, trascendiendo al concepto de acogida receptiva, de inclusión.
Modernizar y rediseñar la ejecución de trámites documentarios de adultos y niños, de modo que el acceso a la identidad propia o adquirida, al trabajo, a la salud y a la educación sean efectivos en tiempo, forma y lugar.
Y por sobre todo, asumir una actitud proactiva de búsqueda de la paz de los espíritus, la paz social, la paz política, que es la única constructiva y que puede propiciar la felicidad.
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