Sin duda el año próximo será bastante movido en el terreno político. El 2013 estará condicionado por las elecciones presidenciales y parlamentarias, pero no solo en el ámbito de la política local tendremos un año difícil. Las relaciones internacionales chilenas tendrán un duro capítulo al conocerse el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre el diferendo marítimo entre Chile y Perú. En un año electoral y después del sonado revés del gobierno en las elecciones municipales, este es un factor imprescindible que no debe dejarse de lado.
Las relaciones chileno-peruanas son especiales, van más allá de lo diplomático y vecinal. Están fuertemente condicionadas por la herencia aún viva de la Guerra del Salitre, de las consecuencias mismas del conflicto y de su incorporación como parte del corpus identitario y nacional de ambos países.
Para el Perú la guerra significó el momento más grave. El colapso provocado por el conflicto y la subsecuente ocupación chilena removió todos los lazos sociales y situó al país en un grave dilema político, social, económico y existencial. Desde entonces la visión existente en el Perú respecto a Chile es de desconfianza y temor, azuzado por diversos sectores de la vida peruana. Incluso, el intelectual y académico peruano José Miguel Florez lo plasmó en un artículo profundamente revelador: “El viaje interior. La dinámica social peruana y el ‘problema chileno’”
A partir de entonces el Perú mira a Chile casi como un referente. Esta situación no es casual, ya que para los peruanos, Chile siempre había sido una colonia pobre, lejana y pequeña, que nunca significó gran cosa para la sólida, cosmopolita y hedonista élite limeña. Por eso, la capacidad de organización, progreso y determinación llevada a cabo por este país causó tanto impacto en el Perú, que hoy mira a Chile también como un modelo, especialmente en el ámbito institucional y económico.
En Chile la guerra trajo también consecuencias. Apuntaló una identidad en gran parte basada en valores militaristas. El mito de “La Araucana” tuvo un valor agregado, cercano al voluntarismo, que sedujo por décadas a miles de chilenos. Fortaleció la idea del otro -el “cholo” peruano- visto como cobarde, débil y pusilánime frente a un “roto” chileno supuestamente audaz, viril y agresivo. Las clases populares tuvieron a partir del conflicto del ’79 su inclusión definitiva en la galería identitaria nacional, con la consiguiente inyección de autoestima que conlleva. La necesidad de mantener lo ganado en el conflicto hizo a Chile prolongar durante décadas este discurso y visión de las cosas, fomentando indirectamente el recelo peruano y la soberbia chilena.
Por esto es tan complejo el escenario del próximo año, cuando ambas naciones deberán convencer a sus ciudadanos lo definitivo de la decisión de La Haya, además de mantener a raya a quienes tratarán de explotar agresivamente el conflicto.
Para Chile es necesario, entonces, incorporar definitivamente a la colectividad peruana residente en el país, no solo con la finalidad de evitar problemas, sino que con la idea de terminar de una vez con una visión añeja de la realidad, que pueda ser cambiada por una más moderna, inclusiva y abierta para con el Perú y con el resto del continente.
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