Elegí Chile por su lucha feminista. A mis 30 años, dejé mi ciudad con la determinación de instalarme en Santiago. No sabía exactamente cómo lo lograría, pero estaba segura que a Lima no iba a volver más. Llegué en octubre del 2021, cuando aún existían restricciones por la pandemia. Logré pasar los controles migratorios gracias a mi madre y su residencia definitiva. En la mochila llevaba tres jeans, un par de poleras, los zapatos de toda la vida y mi computadora. No tenía ninguna propuesta laboral, contactos periodísticos y mucho menos idea de cómo iba a regularizar mi situación migratoria. Solo sabía que iba a quedarme.
Me sorprendo de mí misma al pensar en esos días. ¿Cómo me permití migrar de forma tan improvisada?
Chile tuvo un efecto magnético en mí desde la primera vez que pisé este país. A los 11 años, quedé fascinada por sus playas, el frío de la cordillera, la eficiencia de transporte público y sobre todo la dignidad de su gente. El estallido social reafirmó mi deseo de ser parte de la sociedad chilena, especialmente por la potencia perfomática de las colectivas feministas. “Un violador en tu camino” de Lastesis le dijo al mundo lo que todas sentíamos y pensábamos, quizá sin saberlo: que el Estado mata, vulnera y viola las vidas de las mujeres, que estamos expuestas, pero principalmente que no es nuestra culpa sufrir abusos y violencias. Pensé que no iba a perderme esa preciosa movilización social que se venía gestando.
Quisiera decir que las cosas “se fueron dando”, pero no fue tan fácil. Ser mujer y migrante involucra desafíos especialmente particulares. Aún en mi condición de privilegios (estudios universitarios, acceso a internet, vivienda digna) tuve que aprender herramientas y nuevas habilidades profesionales para insertarme al mercado laboral chileno, además, claro de superar mis propias inseguridades de no sentirme apta para los empleos por no ser de aquí.
A casi cuatro años de haber llegado, puedo decir que la migración me ha cambiado la vida. Me ha ayudado a desenvolverme más, a desarrollar mis capacidades para socializar y trabajar en equipo, a gestionar el tiempo y los recursos, pero sobre todo a confiar más en mi misma. Confiar en que las cosas pueden resultar bien.
Muchos dicen que el estallido social “no sirvió de nada” porque la Constitución de las izquierdas fue rechazada. Yo pienso que no. Pienso que marcó un hito, un punto de inflexión y un hecho de inspiración para mujeres jóvenes que ahora son más conscientes de sus capacidades y derechos.
Hace unas semanas, me subí al metro y dos chicas que vestían uniforme de colegio se besaban con ternura en el tren. Nadie las miraba, nadie les hacía una señal o gesto de incomodidad. Sentí un profundo orgullo de vivir en un país así. No digo que las cosas sean color de rosa o perfectas. Durante el 2024, se registraron 41 feminicidios en Chile. La mayoría ocurren en el domicilio compartido entre la víctima y el agresor, seguido por el lugar donde vive la víctima. Es decir, a las mujeres nos matan en nuestras propias casas.
La situación se agrava cuando eres migrante y más aún, estás en situación irregular. El 42,3% de las mujeres migrantes en Chile señalan que han sido víctimas de violencia alguna vez en su vida. Sin papeles, están expuestas a trabajos precarizados, que conllevan enorme esfuerzo físico y un increíble desgaste mental.
Por eso es importante seguir alertas. Seguir expresando que el Estado tiene una enorme deuda con las mujeres, su derecho a tener vidas libres de violencia y realizarse como seres humanos. Pese a que la constitución que dio pie al Estallido no haya funcionado para la gran mayoría de chilenas y chilenos, siento que no me equivoqué al elegir este país para vivir.
Por eso, este año, marchamos nuevamente porque creemos en una sociedad que reivindica y abre espacios para las mujeres y disidencias. Mi aporte particular de esta manifestación será participar de la colectiva Hierba Mala para sumarme a la danza callejera que recorrerá la Alameda.
Le contaba hace unos días a un amigo que cuando voy a Lima, me siento en casa, pero cuando estoy en cualquier otro país que no sea Chile o Perú, soy un poco de ambos. En cualquier caso, pisar el Aeropuerto Arturo Merino Benítez, estos últimos años, también se ha sentido como regresar a un lugar que has aprendido a amar y hacer tuyo, que he aprendido a pintar de colores verde y morado.
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