Introducción:
Vivimos en un mundo marcado por desafíos complejos, como el cambio climático y la polarización política. Estos fenómenos se corresponden con la intensificación del capitalismo globalizado de orientación neoextractiva, que no solo destruye territorios vivos para satisfacer las necesidades del mercado, sino que también deja a su paso una estela de pobreza en los grupos humanos más desfavorecidos por el modelo (Svampa, 2019). Mientras el norte global acumula riquezas, las regiones periféricas apenas reciben una fracción de lo producido en sus propios territorios.
En este contexto, para Slavoj Zizek (2016), la inmigración es un fenómeno clave para comprender nuestra época. El flujo de personas y capitales atraviesa fronteras y revela las profundas crisis estructurales que enfrentamos como humanidad. Factores como el calentamiento global y la fragmentación de las democracias fuerzan a miles de personas a migrar, buscando mejores condiciones de vida muchas veces en los países “desarrollados”.
Sin embargo, la llegada de migrantes genera tensiones políticas y sociales. Discursos extremistas y soluciones autoritarias —como las políticas de Trump en Estados Unidos— se replican en Europa y América Latina, alimentando el miedo y el rechazo hacia quienes se perciben como «otros». Los migrantes son frecuentemente despojados de su humanidad y se ven expuestos de sobremanera a las violencias estructurales donde se cruzan dimensiones de clase, etnicidad y género.
La otredad como amenaza:
La inmigración es, en esencia, el encuentro con el otro: un individuo que generalmente encarna diferencias fenotípicas y culturales. Es otro radical, que cuestiona la propia existencia y despierta diversas aprensiones sobre la vida. Este fenómeno no siempre ha sido procesado a través de la violencia. Al contrario, existen vastos pasajes de la historia humana en donde unos y otros se encuentran y se relacionan en buenos términos.
Para Aníbal Quijano (2014), el punto de inflexión fue la llegada de los españoles a América. La colonización no solo implicó el sometimiento territorial, sino también la construcción del otro. Si bien este es un proceso complejo, en donde incluso varios de los primeros encuentros se basaban en lógicas de reciprocidad, desde el primer momento se entienden las tierras “descubiertas” como un bastión de lo ajeno, de aquello que puede ser apropiado y controlado. En su momento, en la convención de Valladolid se plantaba la pregunta sobre si los habitantes de los territorios americanos eran humanos o no, donde Bartolomé De las Casas denunciaba la violencia desmedida hacia los indígenas.
Desde entonces, la alteridad ha sido negada, subordinada y racializada. Hoy, las fronteras físicas y simbólicas refuerzan ese legado: muros, zanjas y discursos excluyentes materializan el miedo a lo desconocido. Sin embargo, este temor refleja una amenaza real: nuestras propias fragilidades y contradicciones. La inmigración nos confronta con un mundo globalizado, interdependiente y en crisis, que exige encontrar nuevas maneras de convivir en la diversidad, y donde las soluciones fáciles no existen.
Revertir la mirada: de la amenaza a la oportunidad
Si bien la inmigración es percibida como una crisis, también puede representar una oportunidad para repensar nuestras sociedades. La filósofa Donna Haraway (2015) propone “hacer parientes”: construir relaciones de reciprocidad y cuidado; procesar la alteridad desde la atención. La fórmula micropolítica reside en los encuentros donde la curiosidad por el otro y la disposición a escuchar y comprender su historia son centrales. Este enfoque propone ser consciente de los problemas estructurales, a la vez de encontrar un camino ético que permita reconocer la humanidad compartida que nos une.
El «otro» no es ajeno: su migración responde a las crisis del mundo contemporáneo, de la que todos somos parte. Somos parte tanto del problema como de la solución. Revertir esta mirada implica entender la complejidad del fenómeno, sin pasar por alto las complicaciones que la migración puede traer consigo a los distintos territorios. La idea que se propone es acercarse al «otro» con curiosidad y atención, con el fin de pensar en otros mundos posibles, donde se acoja la diversidad en su sentido más profundo.
En tiempos donde el neofascismo y la intolerancia intentan fragmentar el tejido social, debemos recordar una verdad fundamental: transhumar es humano. Migrar, adaptarse y cambiar forman parte de nuestra historia como especie. La inmigración no es una amenaza, sino una oportunidad para construir un futuro más justo y diverso. Aproximarnos al fenómeno migratorio desde la atención y la curiosidad nos permite encontrar soluciones más humanas, y quizás más sostenibles, a las crisis que enfrentamos en un mundo globalizado.
Referencias:
Haraway, D. (2015). ANTROPOCENO, CAPITALOCENO, PLANTACIONOCENO, CHTHULUCENO: GENERANDO RELACIONES DE PARENTESCO. Revista latinoamericana de estudios críticos animales, 1, 15-26.
Quijano, A. (2014). Cuestiones y horizontes : de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder. Buenos Aires : CLACSO, 2014. ISBN 978-987-722-018-6
Svampa, M (2019). Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevas dependencias. México : CALAS. (Afrontar las crisis desde América Latina.
Žižek, S. (2016): La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror. Barcelona: Ed. Anagrama.
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