La migración hoy y el derecho a vivir con dignidad en un mundo en crisis

Este artículo pretende abrir una reflexión, hacer memoria y construir caminos de vida y esperanza en comunidad. Como mujeres migrantes nos convoca una verdad que atraviesa fronteras y que nos mueve desde lo profundo: el derecho a migrar, a desplazarnos, a buscar un lugar donde nuestras vidas sean posibles y dignas. Y no es solo una cuestión de quienes dejamos atrás nuestros hogares en busca de un destino distinto, sino de toda la sociedad que se construye y se transforma con nosotras, quienes llevamos en los pies las huellas aún frescas y en el corazón el eco de otras tierras.

Nuestros países de origen nos expulsan. La violencia, la precariedad, las guerras, genocidios, los autoritarismos de diverso tipo y las crisis nos arrinconan, nos empujan a los límites de la vida, al filo de la subsistencia. Nos obligan a buscar otro lugar en el mundo y, sin embargo, muchas veces ese lugar al que llegamos también nos despoja de toda humanidad. Chile, por ejemplo, hoy encarna esta contradicción. Nos vemos atrapadas en un sistema que solo nos permite entrar cuando nos pueden instrumentalizar, usar nuestros cuerpos como mercancías, manipular nuestros votos, justificar nuestra existencia en sus esquemas de utilidad. Pero aquí estamos, tejiendo una red de vida. En cada paso que damos, en cada voz que alzamos, nos organizamos para recordar al mundo que nuestra comunidad existe. Aunque nuestras manos estén vacías, portamos historias, experiencias, culturas, ancestralidades. Exigimos el derecho a vivir en dignidad y a pertenecer a algún lugar en esta tierra.

La migración, sin embargo, no es un proceso aislado; está profundamente entrelazada con las crisis globales. Este año se registran al menos 56 conflictos armados simultáneos en el mundo, el número más alto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En un contexto donde 92 países están involucrados en guerras fuera de sus fronteras, el derecho a migrar es una necesidad vital, no sólo un panfleto. Aun así, América Latina responde a la migración forzada militarizando fronteras, restringiendo ingresos por criterios raciales o de clase, y profundizando la crisis de movilidad humana. En Chile y en muchos países de la región, la irregularidad migratoria, impuesta por políticas excluyentes, niega derechos básicos y empuja a miles a condiciones extremas de precariedad. Esto no puede seguir siendo la norma. La migración y el refugio son realidades ineludibles que deben ser reconocidas como derechos fundamentales, más allá de cualquier criterio de nacionalidad, origen o cultura.

Sin embargo, no solo enfrentamos barreras estructurales; también nos enfrentamos a una violencia política sistemática. En Chile, el año 2024 ha sido testigo del mayor número de proyectos legislativos dirigidos a restringir los derechos de las comunidades migrantes y refugiadas. Las propuestas incluyen medidas que eliminan principios de no discriminación, refuerzan jerarquías nacionalistas y promueven la revocación de visas por actos tan triviales como el ruido, o como el trabajo ambulante, generado por desigualdades económicas estructurales. Estas medidas no solo son desproporcionadas, sino profundamente inhumanas. No podemos aceptar que nuestras vidas sean tratadas como monedas de cambio en el discurso político ni que se nos persiga por existir. Es fundamental que las organizaciones sociales y políticas actúen ahora para frenar esta embestida.

La estrategia feminista para enfrentar este escenario no solo reside en resistir, sino en transformar. Promovemos la organización desde nuestras comunidades diversas, tejiendo redes de apoyo que desafíen las narrativas de exclusión y las políticas que nos despojan de derechos. Reconocemos que lo que enfrentamos aquí es parte de una crisis civilizatoria, donde la migración es criminalizada y las vidas humanas son precarizadas en todo el mundo. Nuestra respuesta es mutar junto con los sistemas que intentan colapsarnos, adaptarnos y resistir desde el deseo de vivir. Este deseo es, en sí mismo, un acto político que desafía las violencias estructurales que nos atraviesan.

Somos sujetas políticas. Insistimos en que nuestras voces y experiencias no pueden ser despolitizadas ni reducidas a un estereotipo o prejuicio de ningún tipo. Reafirmamos nuestra capacidad de incidir en los procesos que nos afectan y llamamos a construir alianzas que trasciendan fronteras físicas y simbólicas. Lo que nos pasa a nosotras es un reflejo de lo que le ocurre al mundo. La migración y el refugio, como derecho humano, no puede ser una lucha exclusiva de quienes la vivimos, sino un compromiso de todas las personas que habitan este planeta.

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