Cuando el amor nos trae…

En memoria de Elizabeth Cuevas Ramírez

Si un día te encuentras en una conversación entre mexicanas que apenas se conocen, es probable que la pregunta más frecuente sea: “¿Qué te trajo a Chile?” y su respuesta, todavía más común, incluso obvia para nosotras es “por amor”.

Sin duda decir “por amor” es una respuesta muy amplia. En nuestra experienciapuede tratarse del amor hacia una persona chilena con quien se inicia una relación y que, después de un tiempo a distancia, deciden vivir juntos en Chile. Otra posibilidad es enamorarse de alguien que vive en este país a través de una red social o un foro, y optar por venir para estar cerca de esa persona.

Otro caso, cada vez más común, es el de parejas mexicanas en las que, generalmente el esposo, recibe una oferta laboral en Chile con un contrato, y ellas llegan con una visa de “dependiente”. Esta visa tiene la particularidad de no permitir un permiso de trabajo, lo que las obliga a depender del ingreso de su pareja estancando su autonomía económica u orillándolas a trabajar en la informalidad. Además, si el cónyuge debe regresar a México, ellas también están obligadas a hacerlo.

Cuando todo sale bien, migrar en esta forma parece ser el desenlace de una historia romántica en la que el amor triunfa, ante todo, permitiendo vivir en un país más seguro, lejos de la violencia que azota a México desde hace casi 20 años donde los feminicidios y las desapariciones son pan nuestro de cada día.

Sin embargo, migrar por amor también puede convertirse en una historia de terror, con finales trágicos marcados por la violencia, la manipulación y el aislamiento. En ese sentido, muchas conocemos casos que podrían hacer sospechar de trata de personas con fines de servidumbre, donde la pareja retiene el pasaporte de la mujer y, junto con su familia, manipula la situación para hacerle creer que no podrá sobrevivir sin su ayuda.

Otros casos, lamentablemente más frecuentes, son los de mujeres sobrevivientes de violencia intrafamiliar que deciden quedarse en Chile contra su voluntad, ya que el padre de sus hijos se niega a dar el permiso de salida del país, creando una sensación de secuestro.

También están los casos más dramáticos, donde las amenazas y la violencia han llevado a graves trastornos de salud mental o incluso la muerte de nuestra paisana. Muchas historias similares, muchas que comenzaron “por amor”

Sabemos que no somos muchas en comparación con otras nacionalidades y que, como colectivo, no encajamos en el perfil de una comunidad vulnerable “ideal” por lo que no es fácil visibilizar nuestras problemáticas, generando una sensación de frustración y abandono difíciles de superar.

Este 8 de marzo, escribo para invitar a las mujeres mexicanas en Chile, en toda su diversidad, a no soltarnos, a aprovechar que somos un grupo donde hay “chile, mole y pozole”, para seguir fortaleciendo el apoyo mutuo que hemos aprendido a sostener. Que nuestros encuentros no queden en compartir comida y tradiciones, sino que activamente generemos espacios para el llanto, la tristeza, las inseguridades y los consejos. Hablemos sobre los posibles riesgos de la migración “por amor” y sigamos acompañándonos por todos los medios que hemos logrado.

Por último, recordemos que el amor no debe doler, ni debe ser condicionado a una vida de servidumbre y dependencia. Que, si por amor llegamos, que sea por la alegría y la gratificación de nuestras decisiones las que nos lleva a quedarnos.