El pasado 22 de abril de 2024, conmemoramos el Día Internacional de la Madre Tierra, en medio de “una tormenta perfecta de crisis climáticas, de conflictos armados, crisis económicas y de la naturaleza que están exacerbando la desigualdad y empujando a más personas a la pobreza”, a juicio del Banco Mundial. Señala, además: “Para los habitantes de los países en desarrollo, el cambio climático significa un aumento vertiginoso de los precios de los alimentos, un aire tóxico y agua contaminada. Deja a los países a solo un desastre natural de la pobreza, obligando a los padres a sacar a sus hijos de la escuela y a comunidades enteras a migrar”.
Por nuestra parte, debemos acotar que esta situación es consecuencia de la determinación criminal del imperialismo estadounidense de enfrentar la declinación de su poder hegemónico y la crisis del capitalismo neoliberal, a punta de mayores manipulaciones financieras, agresiones, guerras, bloqueos y sanciones contra todos los países y pueblos que osan enfrentársele o que no se someten a sus dictados.
Las consecuencias se descargan contra toda la humanidad y contra los ecosistemas del planeta que habitamos. Cada año, el mundo pierde 10 millones de hectáreas de bosques; una extensión similar a Islandia. Alrededor de un millón de especies animales y plantas se encuentran en peligro de extinción. Y 20 millones de personas están obligadas a desplazarse, a migrar forzadamente, producto de esta situación cada año. Según estudios del Banco Mundial, el cambio climático podría provocar el desplazamiento de 216 millones de personas dentro de sus respectivos países para 2050, con zonas críticas de migración interna que surgirán tan pronto como 2030, extendiéndose e intensificándose a partir de entonces.
Desoyendo las advertencias del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), las grandes potencias capitalistas siguen postergando la aplicación de los acuerdos para reducir el calentamiento global, manteniendo patrones de producción, consumo y energía que hacen que cada año nos acerquemos más al abismo. El año 2023, la temperatura global promedio fue de 14,98 grados Celsius mientras que el calentamiento de los océanos del mundo también alcanzó un nuevo máximo. El mundo se está acercando peligrosamente al límite de 1,5 grados que casi 200 países trataron de evitar en el Acuerdo de París en 2015.
Lejos de cumplir con el financiamiento de los cambios tecnológicos necesarios para que los países en desarrollo puedan avanzar en la transición energética, las potencias capitalistas se enfrascan en guerras que no sólo cobran la vida de cientos de miles de seres humanos, sino que elevan los gastos militares a cientos de miles de millones de dólares.
Es hora que los migrantes, refugiados y desplazados unamos nuestra voz y nuestra fuerza para exigir y luchar por “un cambio hacia una economía más sostenible que funcione tanto para las personas como para el planeta”, como ha planteado la ONU. Es hora que nos unamos a los movimientos que defiende las aguas y los territorios, a las Plataformas y Redes continentales y mundiales por la Justicia Climática, en defensa de la Madre Tierra y de los derechos a una Vida Buena, para todos los seres que la habitamos.
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