La mañana del sábado 8 de octubre pasado el grupo armado islamista Hamás lanzó una inesperada y brutal ofensiva contra territorio israelí. El ataque, preparado seguramente durante meses, consistió de incursiones al interior del país desde la Franja de Gaza, gobernada por Hamás desde 2006, atacando poblados, casas, calles, familias en automóviles e, incluso, a centenares de jóvenes que participaban de un festival por la paz. Con el uso de drones, parapentes, túneles y portando armamento de considerable calibre, el grupo islamista le dio un golpe brutal a Israel, que no veía sobrepasada sus fronteras desde 1948. Según distintas estimaciones, el saldo de muertos superó los 700, entre ellos muchos niños y mujeres, al que se debe agregar al menos 1.100 heridos y no menos de 130 secuestrados, que fueron trasladados hacia la Franja de Gaza.
Como era de esperar, el Estado de Israel, bajo administración de Benjamin Netanyahu, respondió con su habitual desproporción, desatando durante la última semana una serie de ataques brutales, fuera de toda racionalidad, contra la población palestina, sin la más mínima consideración por la situación de dos millones de personas, que viven desde 1967 en un gigantesco gueto. Los ataques aéreos han destruido barrios enteros, desatando un infierno sin precedentes en el pequeño y ultra poblado enclave. Como ejemplo de la respuesta israelí podemos mencionar el pedido de evacuación del norte de la franja por parte de Israel. El ultimátum tiene un plazo de 24 horas, luego de lo cual se procedería a una invasión terrestre. ¿El resultado? Más de 400 mil desplazados internos en un territorio de apenas 41 kilómetros de largo por 12 de ancho. En las últimas horas -estas líneas fueron redactadas el sábado 14- se han reportado casi 2.215 palestinos muertos en Gaza, entre ellos más de 700 niños y 1.300 muertos en Israel. Según CNN, el portavoz de Unicef, James Elder, hizo un llamado a cesar “la matanza de niños” por parte de Israel, agregando que “las imágenes y las historias son claras: niños con horrendas quemaduras, heridas de mortero y extremidades perdidas. Y los hospitales están completamente abrumados para tratarlos”. Sin duda se trata de una enorme catástrofe.
El ataque de Hamás a Israel tiene varias aristas a considerar. En primer lugar, debemos pensar qué pretendía el grupo islamista con un ataque tan letal, que previsiblemente implicaría la habitual represalia de Tel Aviv contra la población civil, con el beneplácito occidental. Diversos analistas israelíes y gran parte de la prensa, como el diario Haaretz, apuntan hacia el gobierno ultraderechista de Netanyahu y sus reformas, que han debilitado seriamente la institucionalidad y relajado las medidas de seguridad e inteligencia. En efecto, los aparatos de seguridad israelí han sido también apuntados como responsables, al hacer caso omiso de los movimientos del Hamás en semanas previas, pensando en que los islamistas no tendrían ni la capacidad ni el interés de un ataque con estas características. Además, medios como el propio Haaretz apuntan directamente en algunas editoriales contra la agresiva política del primer ministro con los palestinos, que se han traducido las que habrían empujado a una radicalización de ciertos sectores de la población palestina.
Probablemente esto haya ofrecido una oportunidad al Hamás para su brutal ataque a la población civil israelí. Sin embargo, debemos poner atención a las condiciones regionales. En efecto, el Medio Oriente no puede entenderse sin considerar a dos actores clave: Irán y Arabia Saudita. Ambos países llevan 40 años en una especie de “guerra fría” en la que batallan por el liderazgo regional y de gran parte del mundo islámico. Por un lado, la república islámica persa, con instituciones modernas y de corte occidental (presidencia, parlamento, constitución), pero con una sustancia y contenido que se sustenta en un relato ultra conservador elaborado por los ayatolás chiítas, dando como resultado una especia de república teocrática. Por otro lado, la monarquía absoluta árabe, con instituciones premodernas y un relato también ultra conservador, pero de corte suní, que constituye la inmensa mayoría de los mil doscientos millones de musulmanes.
Esta batalla por la hegemonía regional tiene, por supuesto, vínculos externos. Mientras Irán, aliado clave de Estados Unidos hasta 1979, es el campeón del “antiimperialismo yanqui” en la región y ha cultivado vínculos políticos y económicos con Rusia y China, Arabia Saudita es el principal puente de Estados Unidos con el mundo árabe, con quien ha forjado una íntima relación que se expresa en intercambio comercial y militar. Tanto Irán como Arabia Saudita han sido enemigos históricos de Israel, país que siempre ha contado con un apoyo acrítico de Estados Unidos, pero en los últimos tiempos esa situación había comenzado a modificarse. Hace un tiempo, Israel pudo normalizar relaciones con algunos países árabes, como Marruecos, y mantenía avanzadas conversaciones con Arabia Saudita para normalizar relaciones y estrechar vínculos. Al parecer, la reacción del Hamás podríamos situarla en este movimiento diplomático, que podría condicionar peligrosamente la causa palestina.
Si bien en un primer momento los islamistas, por medio de su portavoz, Ghazi Hamid, había reconocido apoyo iraní, Teherán desmintió más tarde esta información. También, algunos medios informaron que, según EEUU, el gobierno de Irán habría sido sorprendido por el ataque. Sin embargo, el sábado 14 hubo una reunión en Catar entre el canciller iraní Hosein Amir Abdolahian y el líder del Hamás, Ismail Haniyeh, en la que habrían acordado «continuar la cooperación para lograr los objetivos del movimiento Hamás». Nada es descartable.
Por otro lado, en el Líbano, al norte de Israel, existe desde hace 40 años la guerrilla chiíta Hizbolá, fuertemente apoyada por Irán, constituyendo prácticamente un ejército iraní en el mundo árabe. Luego del ataque de Hamás, se han producido algunos incidentes en la frontera israelo-libanesa, por lo que no se descarta que Hizbulá pueda abiertamente intervenir en el conflicto. Si esto ocurriera sería un hecho la implicación iraní en el conflicto. ¿Qué buscaría Irán? Probablemente torpedear el acercamiento de Riad con Tel Aviv -algo que Hamás ya consiguió- y obligar a la monarquía saudita a reconsiderar sus cartas ante el riesgo de la pérdida de liderazgo regional. Por ahora la situación solo plantea dudas que deberían responderse en las próximas semanas.
Resulta muy difícil en una pequeña columna responder todas las dudas sobre un conflicto ya centenario. Se necesita mucho espacio, pero también reflexión. Hay cosas que no pueden ponerse en duda: el pueblo palestino ha sido la principal víctima al sufrir la ocupación y expulsión de su territorio, transformándose en refugiados en países vecinos o sufriendo la ocupación militar en Gaza y Cisjordania, con un permanente asedio, expoliación y abuso por parte del Estado de Israel y sus “colonos”. Sin embargo, es necesario hacer ciertas precisiones.
La “comunidad internacional” una vez más pareciera fracasar ante una catástrofe humana que solo está comenzando. Es cierto que nadie puede quedar impasible -y mucho menos celebrar- la verdadera carnicería provocada por Hamás contra civiles israelíes, muchos de ellos niños, pero eso no puede traducirse en carta blanca para que Israel entienda que puede impunemente masacrar a la población civil palestina. La actitud de Estados Unidos ha sido, una vez más, criticable, pero seamos justos: al menos Washington asume los costos de sus decisiones, pero otros países, como el Reino Unido, Francia o Alemania, quienes tienen una gigantesca responsabilidad histórica en este conflicto, jamás pagan los costos, nunca se comprometen y, peor aún, han salido a reprimir manifestaciones a favor de los palestinos, ignorando el derecho a la democracia, el Estado de Derecho y la libertad de expresión de la que tanto se jactan y que tanto pregonan al resto de los mortales. De más está decir que todos estos países han tenido una irresponsable actitud condescendiente con Israel, que solo alienta a Tel Aviv a maltratar todavía más a la población civil, en vez de castigar al verdadero responsable: Hamás.
Finalmente, también es necesario que muchas personas reflexionen con calma ante el conflicto y sus protagonistas. Resulta incomprensible la defensa acrítica a Hamás por parte de algunos grupos y sectores progresistas en Chile y otros lugares. Hamás es un grupo de resistencia palestino que lucha contra la ocupación israelí, pero además es un grupo islamista que pretende construir un Estado confesional de corte islámico en Palestina. El ataque a territorio israelí inevitablemente tendría como consecuencia la respuesta desmesurada de Israel contra Gaza, no se puede decir que Hamás no lo sabía. Hamás, en el nombre de la causa palestina, lo único que ha hecho es exponer a su pueblo a la revancha israelí. Hamás no es Al Fatah o el FDLP. No se pueden obviar estas cosas a la hora de los análisis.
Es imposible predecir qué sucederá en los próximos días y semanas, pero más allá de la postura que cada uno de nosotros tenga, es cierto que tanto palestinos como israelíes merecen vivir en paz. Sin embargo, no podemos confundirnos: no existirá paz sin justicia y la paz con justicia en Israel y Palestina pasa por el fin de la ocupación israelí y la posibilidad cierta de que los palestinos disfruten de plenos derechos en su territorio, ya sea en un Estado o en dos Estados. Sin esa premisa básica toda solución es imposible.