Javier Milei fue la gran figura de las recientes Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias argentinas, PASO, proceso eleccionario en donde los distintos conglomerados políticos eligen democráticamente a quienes estarán en las papeletas oficiales de las elecciones presidenciales, que este año se celebrarán el próximo mes de octubre.
La de Milei es una sorpresa, pero de esas sorpresas a medias. Su irrupción corresponde, como suele suceder, a elementos locales e internacionales. Entre estos últimos podemos enumerar una lista a estas alturas casi de manual: desafección con la política, crisis de los partidos, estancamiento económico, confusión de la izquierda, confusión de la derecha, entre otras. Más o menos el mismo cóctel que en Estados Unidos, Francia, el Reino Unido o España. O Chile.
El matiz viene por el lado interno. No se puede explicar a Milei, un auto declarado “libertario”, aunque nunca ha quedado muy claro de qué se trata eso de “libertario” (mezclar en un mismo saco la libertad de venta de órganos o la privatización de las calles con eliminar el Ministerio de la Mujer o penalizar el aborto no suena, a priori, muy coherente) sin conocer a fondo el devenir político de Argentina en los últimos cinco, diez o, incluso, quince años. Argentina no es capaz de superar dos crisis: la económica y la política. Una más grave que otra. Una más corrosiva que otra. Ambas caldo de cultivo del hastío, la impotencia, la frustración y la rabia de una sociedad completa.
Lo de Milei se puede leer de miles de formas que demandan un espacio que no puede ofrecer esta columna, pero me aventuro a señalar solo algunas. La alarmante falta de proyectos políticos, la carencia casi total de diálogo político, con su insufrible rasero de polarización ante cualquier tema, y la carencia absoluta de soluciones concretas para casi todos los temas imaginables.
El mundo actual es un verdadero surtidero de problemas sin soluciones concretas y efectivas, perdidas en un marasmo cada vez más profundo de efectismo político, posturas que compiten en su radicalidad, frivolidad galopante en los liderazgos y un peligroso distanciamiento de la clase política de sociedades cada vez más complejas. Caldo de cultivo perfecto para todo tipo de caudillismos mesiánicos. Milei es el producto argentino de todo esto. Su histrionismo, histeria y desborde permanente calzan perfecto con la rabia de gran parte de los argentinos, que se niegan -con razón- a acostumbrarse a la inflación permanente, a una clase política torpe, a la frivolidad y corrupción campante y al peso de los grupos de poder, que no siempre van de cuello y corbata.
En efecto, el peronismo y la derecha tienen mucha responsabilidad en el agotamiento de la sociedad argentina. Ninguno ha sido capaz de ofrecer soluciones a la inflación, el desmesurado avance de la pobreza, los problemas en la educación, la inseguridad en el conurbano bonaerense y en algunas ciudades, como Rosario, Neuquén o Mendoza, donde el crimen y los saqueos se han vuelto parte de la vida cotidiana. Eso sin mencionar los escandalillos de poca monta del mundo político y sus allegados. Así, difícil.
No está claro si Milei será el próximo Presidente de la Nación argentina. Pero, aunque no lo sea no podemos negar que su aparición tiene explicaciones no muy difíciles de comprender. Si la política pierde sentido, gobernará el hastío, la frustración. La Rabia.
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