Lecciones Orientales

El pasado martes 27 de junio ocurrió un hecho que llamó profundamente la atención en toda la región. En Montevideo, capital de la República Oriental del Uruguay, se produjo una reunión de expresidentes de ese país, lo cual no debería sorprender. Sin embargo, no es un misterio que en América Latina el diálogo y la convergencia suele ser algo exótico. Aún así, lo más sorprendente no fue tanto la reunión en sí, sino el trasfondo del encuentro: la conmemoración por los 50 años del Golpe de Estado de junio de 1973 en ese país.

El presidente en funciones, Luis Lacalle Pou, comprendiendo agudamente la trascendencia de la fecha, que inauguró una dictadura militar de 12 largos años en la “Suiza de América”, invitó a un encuentro a todos los expresidentes aún vivos: su padre, el presidente Luis Lacalle Herrera (1990-1995), Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-2000) y José “Pepe” Mujica (2010-2015). La militancia partidaria no fue impedimento alguno. Si bien Mujica es el único de izquierda, militante del Movimiento de Participación Popular, perteneciente al Frente Amplio-Encuentro Progresista, Sanguinetti es miembro del Partido Colorado, mientras que Lacalle Herrera y Lacalle Pou pertenecen al Partido Nacional. Más diverso, difícil.

En la instancia, los tres expresidentes, además del mandatario en funciones, tuvieron la oportunidad de entregar sus impresiones. «Se ha dicho todos estos días ‘Nunca más’. Para que el ‘Nunca más’ sea cierto, tiene que haber por siempre democracia», señaló Lacalle Pou. Mientras, su padre reivindicó la importancia del diálogo, los acuerdos y la convergencia: “Asumir por parte de la dirigencia política que la lucha política llega hasta cierto punto y que los acuerdos son de la esencia de la vida histórica y política del Uruguay».

Por su parte, Sanguinetti hizo un llamado a no repetir hechos del pasado: «Nunca más a la violencia, nunca más a los mesianismos autoritarios, nunca más a las utopías revolucionarias». Finalmente, “Pepe” Mujica, guerrillero extupamaro, llamó a encontrar objetivos comunes que permitan conservar la democracia, única instancia posible para resolver los problemas y conflictos:  «Una manera de afirmar a la democracia es que la responsabilidad política ayude a resolver los problemas más dramáticos, necesitamos una causa nacional que nos unifique por encima de nuestros antagonismos. Y el antagonismo estará siempre a la hora del reparto, pero cuidemos la convivencia que es la manera de cuidar la Democracia”, según Clarín de Buenos Aires.

La reunión de los expresidentes uruguayos resaltó, además, por otro factor no menos importante: la austeridad. En un continente dado a la incontinencia, la desmesura, la opulencia simbólica y retórica, que los expresidentes uruguayos hayan escogido una sobria declaración en conjunto, sin grandes aspavientos, resulta aún más sorprendente. Mérito para Lacalle Pou, por supuesto, pero también para sus predecesores, quienes comprendieron la importancia de las instituciones, y de un simbolismo que hablara por sí mismo, sin forzar nada. Solo la trascendencia de la experiencia y la memoria.

Sin duda alguna, lo que ocurrió en Montevideo, hoy angustiada por la crisis hídrica, que tiene sin agua potable a casi dos millones de personas, es digno de anotar desde el río Bravo hasta el Cabo de Hornos. Un gesto que ensalza la trascendencia de la nación, la patria, la sociedad, el país (como usted quiera llamarle) por sobre las personas, las autoridades y los individuos. Un gesto que sin necesidad de ninguna grandilocuencia hace posible en su austeridad la relevancia del diálogo, de la convivencia, del respeto por el otro y de la naturalidad de la divergencia, incluso del disenso. Un gesto que reivindica la memoria, la condena del golpismo, del terrorismo de Estado y de la violencia política sin grandes desbordes. No es de sorprender que el gesto uruguayo haya sido tomado con admiración (y también con una indisimulada dosis de vergüenza) en el resto del continente.

En tiempos en que abundan peligrosas actitudes que justifican el golpismo, con su correlato de violencia del Estado, tortura, violación, exilio y muerte, la sencilla, pero potente ceremonia de los expresidentes uruguayos constituye un balde de oxígeno. Pero más importante aún, la reunión de Montevideo debe ser una lección ética, además, para aquellos que, aprovechando ciertos climas políticos, han salido una vez más de las cavernas para reivindicar y justificar los golpes de Estado, exigiendo a las víctimas a “dar vuelta la página” volviendo, nuevamente, a mostrar sus credenciales de violencia, autoritarismo, intolerancia y profundo desprecio por la democracia, la diversidad y las instituciones que resguardan y protegen a todos los miembros de la república. Es de esperar que el gesto uruguayo, a partir de hoy, sea la norma y no una excepción.

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