Ecuador, ¿el barómetro sudamericano?

Sudamérica no suele pensarse en términos regionales, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con Europa. Así, para el observador internacional lo que generalmente acontece en algunos países, como Argentina, Brasil o, últimamente, Venezuela, es lo único trascendente y relevante, olvidando que, a menudo, otros territorios son más propicios para comprender la realidad en clave regional. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Ecuador.

La semana pasada, el presidente Guillermo Lasso disolvió la Asamblea Nacional, decisión respaldada por la Constitución de la república, y que incluye la convocatoria a elecciones generales. La crisis política, que se desató a partir de una acusación de peculado contra el mandatario por parte de la oposición, a propósito de un contrato entre la estatal petrolera Flopec y Amazonas Tankers para el transporte de derivados de petróleo, podía terminar con la destitución del presidente, por lo que éste último invocó la disolución del legislativo. Hasta ahí, todo más o menos entendible en un país que a comienzos de siglo vivió varios procesos de destitución presidencial. Sin embargo, la crisis ecuatoriana es muestra de algo más.

Hace unas semanas vivimos una tensa situación entre Lima y Santiago a propósito de la crisis migratoria en la frontera chileno-peruana. La situación puso sobre la mesa varios temas, entre ellos la falta de coordinación entre los países sudamericanos para hacer frente a este fenómeno, especialmente aquellos de la cuenca del Pacífico, como Ecuador. La crisis migratoria expuso las carencias de todo tipo en términos diplomáticos y políticas públicas, dejando una vez más en evidencia que todo lo que suele coordinarse fluidamente en materia económica no suele tener correlato en otras áreas. Ecuador es parte central en este tema, ya que es un país de paso entre Venezuela, por el norte, y Chile y Perú, por el sur.

Por otro lado, Ecuador ha sido uno de los países en que más ha aumentado la delincuencia y el crimen organizado en la región. Según cifras citadas por el diario El País de España en abril pasado, en 2022 los homicidios llegaron a una cifra récord de 4.603, lo que supone un 83% más que en 2021, con un promedio de 25 crímenes cada 100 mil habitantes. La masacre de 9 pescadores en las cercanías de Esmeraldas por un comando de 30 sicarios a mediados de abril desnudó la crisis de seguridad que vive el país y puso sobre las cuerdas a un gobierno debilitado y sin ideas. Tanto así que, pocos días antes de la matanza, Lasso había autorizado el uso y tenencia de armas para defensa personal.

La crisis política de la semana pasada pone de manifiesto, por último, otro tema no menos importante: la tensión y crisis política permanente en la región. La polarización política campea por todos los rincones de Sudamérica y no es un fenómeno local. La única diferencia es la intensidad con la que se manifiesta. Toda Sudamérica atraviesa una situación de tensión, impaciencia, ansiedad y conflictividad política que es, al mismo tiempo, causa y efecto de situaciones más profundas: la desafección con la política, el descrédito de élites de todo tipo, la falta de respuestas políticas, la corrupción y la evolución de sociedades que se han vuelto más demandantes y más distanciadas de la política partidista. Todo lo cual pone en discusión el rol (y presencia) del Estado.

El fenómeno migratorio, el crimen organizado, la delincuencia y la tensión política son temas que a veces confluyen y a veces van por carriles distintos, pero su presencia en el escenario es indesmentible y demandan soluciones prontas y concretas. Y quizá, hoy por hoy, en ningún otro país de la región han llegado a tales niveles de tensión como en Ecuador, que ha condensado los principales conflictos sociales y políticos de la actualidad con particular claridad. Lo rescatable es que, pese a todo, las instituciones ecuatorianas han aguantado, la democracia sigue en pie, la oposición no ha hecho llamados irresponsables y Lasso ya aseguró que no participará en el nuevo proceso político. Esperemos que, al igual que en Perú, esta interesante fortaleza institucional que presenta Ecuador sea una señal que nos permita esperar soluciones institucionales para problemas urgentes que, de no encontrarlos, pueden profundizar los preocupantes niveles de polarización política que vivimos.

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