Ricardo Palma fue probablemente uno de los intelectuales más importantes del Perú. Escritor, periodista, historiador, partidario del dictador Nicolás de Piérola, director de la Biblioteca Nacional durante la ocupación chilena de Lima (1881-1883), Palma pasó a la historia por sus novelas, ensayos y cuentos, escritos todos con una exquisita dosis de humor, ironía y gravedad. Dentro de sus obras destacan principalmente sus famosas Tradiciones peruanas, conjunto de relatos breves, escritos con ágil pluma, que relatan sucesos de la historia del Perú mezclados con elementos propios de la cultura como refranes, canciones o proverbios. En estos relatos, Palma vertía lo mejor de su estilo narrativo combinado con sus conocimientos históricos y su espíritu periodístico. Sin duda, uno de los grandes clásicos de las letras peruanas.
Si Ricardo Palma viviera hoy y quisiera volver a publicar sus Tradiciones peruanas seguramente pondría atención a la política. Y su pluma ágil, irónica y aguda tal vez añadiría unos cuantos episodios más a aquellos que se publicaron entre 1872 y 1910. Es casi seguro que Palma se daría cuenta que en la cultura política peruana existen costumbres que ya forman verdaderas tradiciones. Una de ellas es la endémica inestabilidad política del país. Desde 2001, cuando asumió Alejandro Toledo, hasta 2018, cuando renunció Pedro Pablo Kuczynski, el Perú conoció la época de mayor estabilidad política de su historia. Pero, fiel a sus tradiciones, esta inédita estabilidad no duraría mucho. A la renuncia de PPK en 2018 le siguió el mandato interino de Martín Vizcarra. La “vacancia” de este último a fines de 2020 provocó un breve, pero intenso estallido social, que terminó abruptamente cuando su torpe sucesor, Manuel Merino, renunció luego de dedicarse alegremente a reprimir a sus opositores. Francisco Sagasti -interino del interino- tomó la posta hasta las elecciones de 2021, que le dieron el triunfo al profesor Pedro Castillo. Este último, luego de un mandato lleno de errores, improvisaciones e innumerables cambios de gabinete, fue destituido luego de un tragicómico intento de autogolpe a fines de 2022, que al querer emular lo hecho por Fujimori treinta años antes volvió a poner de moda la clásica frase de Carlos Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte que afirma que todos los hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces: una vez como tragedia y luego como farsa.
Una vez destituido Castillo el poder recayó en su primera vicepresidenta Dina Boluarte, quien debió enfrentar un serio estallido social que dejó no menos de 50 muertos y un gran saldo de heridos, especialmente en el sur del país, además del desconocimiento de gran parte de la comunidad regional. Más aún: todos los presidentes que ha tenido el país desde 2001 han debido enfrentar problemas con la justicia. Ollanta Humala estuvo en prisión en Barbadillo, mientras que Alan García se suicidó el día en que iba a ser detenido. Mientras se redactan estas líneas, Toledo se entregó a la justicia de los Estados Unidos para su extradición.
Palma probablemente se sorprendería de que muchas de las situaciones que vivió se repitieran. La Guerra del Pacífico que a él le tocó vivir fue un momento de duras recriminaciones en la política interna peruana. Las dificultades del Perú para construir un Estado con instituciones sólidas están en las bases de todos los análisis y están al debe en todos los balances históricos. Lo sorprendente es que el país ha vivido el mayor salto al desarrollo justamente en estos 22 años: los niveles de pobreza han descendido enormemente, el avance en el desarrollo en infraestructura ha sido notable, se han consolidado otros rubros económicos como la gastronomía o el turismo y la sólida economía peruana ha transformado al país en el referente regional por excelencia. ¿Cómo es posible que todos estos avances indudables no se traduzcan en un mayor desarrollo estatal? Ricardo Palma probablemente se haría la misma pregunta.
Tanto el sistema político como la siempre frágil estructura de partidos políticos puedan tener algunas de las respuestas. La débil sociedad civil peruana, la enorme distancia cultural, política y social que separa Lima de las regiones y las grandes falencias en educación y salud que el país padece quizá complementen lo anterior. No hay duda de que la clase política peruana y sus escasas luces son solo el reflejo de un país que ha dado enormes avances, pero que adolece todavía de muchos temas pendientes. Esto es riesgoso si consideramos que un país en permanente crisis e inestabilidad política, por más que tenga una economía sólida, a mediano plazo puede peligrosamente resentirse.
Sin embargo, hay algunas luces de esperanza. La llegada de Boluarte, lejos de lo que algunos líderes políticos de la región supusieron, no respondió a un “golpe de la élite” ni nada por el estilo, sino que es lo que correspondía según la constitución política del Perú. Además, y pese a la represión a ratos indiscriminada y brutal contra los manifestantes, la institucionalidad peruana ha dado algunos signos de solidez: se ha respetado el traspaso presidencial, las fuerzas armadas han respetado los procesos y el congreso pese a su tradicional torpeza no ha agudizado irresponsablemente la crisis. Hasta ahora, después de la intentona (auto) golpista de Castillo, el Perú y sus instituciones han aguantado. ¿Será esto una muestra de mayor musculatura institucional? Está por verse.
Probablemente, si Ricardo Palma viviera dedicaría un capítulo en sus Tradiciones peruanas a hablar de la crónica inestabilidad política y fragilidad estatal del país. Aunque con todas las ganas de borrarlas de un inmediato de sus encantadores relatos.
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