América Latina: región sin cooperación

América Latina es un continente muy particular. A diferencia de otras regiones en el mundo posee una gran cantidad de elementos en común, como lenguajes comunes, historias relativamente compartidas y creencias semejantes. Tal vez la región que más se le asemeja sea el Mundo Árabe, que gracias al idioma y a una religión predominante, el islam, es bastante similar. Sin embargo, al hablar de la política, estas interesantes convergencias -que no anulan las diversidades- parecieran no existir.

La última muestra de esta incapacidad de entendimientos ocurrió a propósito del fallido autogolpe del expresidente peruano Pedro Castillo, a quien lo sucedió, según mandato constitucional, su vicepresidenta, Dina Boluarte. El fallido intento golpista de Castillo y su consecuente destitución generó una ola de protestas especialmente desde el sur peruano, región históricamente inquieta, que fue duramente respondida por el gobierno y sus agentes de seguridad, que hasta ahora han dejado un lamentable saldo de muertos y heridos. La represión del gobierno de Boluarte fue duramente criticada por algunos gobiernos de la región en base más bien en coincidencias/divergencias ideológicas y sin mediar instancias institucionales de discusión.

Si bien a lo largo de la historia se han hecho esfuerzos por generar instancias de cooperación internacional, la mayoría de esos intentos han sido estériles. La OEA, tradicionalmente bajo influencia de Estados Unidos, ha sido una excepción, pero todos los demás instrumentos de asociación han tenido discutibles resultados. Instituciones como la Comunidad Andina, el Mercosur, la Unasur y últimamente la Alianza del Pacífico han compartido más o menos el mismo derrotero. De hecho, a partir de la situación peruana sería esta última la que entraría en crisis: tres de sus miembros (Perú, México y Colombia) entraron en punto de colisión diplomático, luego de que México y Colombia cuestionaran duramente a Lima por la situación de Castillo y la posterior represión. El gobierno peruano -y gran parte de la sociedad peruana- reaccionaron indignados ante lo que consideraron una injerencia en sus asuntos internos. La negativa de México a ceder la presidencia temporal de la Alianza al Perú y el retiro del embajador peruano por parte de Lima marcaron el clímax de la crisis.  

Esta incapacidad de lograr puntos de encuentro y coordinación puede tener diversos orígenes. Posiblemente Europa no hubiera logrado tales niveles de cooperación sin la experiencia de la Guerra Fría, que la obligó a tender puentes de cooperación ante la directa amenaza soviética, bajo el paraguas de Washington. En América Latina, donde la Guerra Fría se tradujo en dictaduras de seguridad nacional en el Cono Sur, y en intervenciones directas de Estados Unidos en el Caribe y Centroamérica, no hubo una experiencia idéntica a la de Europa (la amenaza soviética era mucho más lejana), por lo que en la mayoría de las veces han sido los liderazgos o los proyectos coyunturales los que han incidido en la mayor o menor cercanía. Las posiciones políticas -no digamos ideológicas- también han favorecido o negado estas convergencias, así como el peso de los intereses de Estados Unidos. En el caso peruano, las posturas de izquierda de López Obrador y Petro han marcado con claridad sus posturas ante el gobierno de Boluarte, apoyado, según ellos, por el golpismo derechista.

Otra de las explicaciones viene del ámbito económico. En efecto, los países latinoamericanos son mayoritariamente productores y exportadores de materias primas, lo que hace que compitan entre ellos en busca de los grandes mercados. Más allá de algunos casos puntuales en que algunos países han logrado armonizar la competencia con la colaboración (Chile-Perú), lo que prima es el interés particular, lo que se confirma cuando vemos que, en general, los países latinoamericanos comercian muy poco entre sí. Esto es muy importante si volvemos a recordar el caso europeo, en donde la cooperación y complementación económica entre Alemania y Francia a partir de productos como el acero y el carbón generó lo que hoy conocemos como Unión Europea.  

La consecuencia es que, pese a tener tantos elementos en común que facilitan la comunicación, la convergencia y la colaboración, en general los países latinoamericanos tienden a defender intereses propios (lo que, por supuesto, no es malo, al contrario), pero al costo de hacerlo sin proyectos de cooperación, dependiendo de liderazgos puntuales, eventuales simpatías ideológicas o cálculos coyunturales. El futuro cada vez más integrado, más “globalizado” si se quiere, implica para nuestras sociedades, que siguen adoleciendo de grandes desafíos, un esfuerzo mayor que posibilite la cooperación, la convergencia y la comunicación, que integre nuestras sociedades y sus economías, que permita el traspaso de conocimientos y capital humano y que pueda, en lo posible, establecer estrategias compartidas de desarrollo y experiencias. 

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