Soy una mujer trans migrante colombiana de 43 años, nací en un hermoso puerto llamado Buenaventura, donde el currulao y la marimba nos une como una cultura negra. Orgullosa de mi pueblo, de personas pujantes alegres siempre dispuesta a ayudar, con un mar hermoso donde las ballenas llegan aparearse y la brisa es húmeda y cálida. Pero también un puerto afectado por la violencia ejercida por distintos grupos armados al margen de la ley, e incluso estatales, casos como los “falsos positivos” en los que se asesinaban jóvenes para hacerlos pasar por baja de guerrilleros, o las llamadas “vacunas”, que son cobros a pequeños comerciantes o agricultores. Buenaventura un lugar en el que el derecho internacional humanitario es una quimera, generando así altas cifras de muertes en condiciones de tortura y prácticas inhumanas.
Vengo de una familia conformada por 5 personas: mi padre, mi madre, mi hermano y hermana quién hace 6 años nos compartió la alegría del nacimiento de nuestra hermosa sobrina. Siempre en un ambiente de unidad donde todos somos uno, habitamos una casa humilde, con carencias materiales, pero ricos en la unidad del amor, el respeto mutuo, sin crianzas de castigos para “educarnos”. Quizá por esto seguimos siendo unidos.
Cuando cumplí 14 años conocí a un artista colombiano, que seguro han escuchado: Carlos Vives. Su música trajo consigo la moda de usar shorts cortos de jean, poleras arriba del ombligo. Esta imagen me encantó, así que tomé un par de jeans y los corté al estilo Carlos Vives, los acompañaba de botas altas de militar y una camisa esqueleto transparentes, de esas que se ponen antes de una camisa elegante, se notaban los pezones que ya venían creciendo porque me tomaba a escondidas de mi madre, sus pastillas anticonceptivas. Recuerdo que en ese momento me sentí segura, empoderada y en conexión con lo que recién estaba en autodescubrimiento: Mi identidad de género y orientación sexual.
Un día, vestida muy maricona, apretada, casi que desnuda según la opinión de mi padre, que al verme se acercó con la cara roja sin decirme nada. Yo sólo sentí un dolor en la cabeza del golpe e inmediatamente me desmayé quedando inconsciente. Cuando reaccioné estaba mi padre llorando, me tenía entre sus brazos pidiéndome perdón por lo que había pasado. Luego de 29 años aún recuerdo con dolor este episodio. Para mí modo de entender, era la primera advertencia, no podía romper las normas que se imponían en mi casa y tener que ser lo que ellos querían y esperaban: El hermano mayor de la familia.
Sin embargo, ese rol del hombre de la casa que me exigía mi madre y padre me incomodaba, no podía aceptarlo sin más, y ya con mis 14 años tenía claro que podría transformar esa imposición. En ese momento me llamaba mucho la atención el estilo de tres hermanas, que eran mis vecinas, sus largas cabelleras y vestidos coloridos. Cuando se lavaban su cabello y se ponían la toalla para que se les secara me movía mucho las ganas de verme así. En ese momento salió la Valentina que habitaba dentro de mi ¡Ay dios! Me puse una toalla en mi cabeza y un vestido que una de ellas me prestó, no me imaginé todo lo que vendría después de esto.
En esta oportunidad fue mi madre la que me vio, me lanzó unas bofetadas y me arrastró por las escaleras, las heridas físicas eran muy visibles, pero mucho más profundas que las que no logran verse. Cuando mi padre llegó a la casa el conflicto escaló y se generó una pelea fuerte entre mis padres. Yo no soportaba sentirme así, por eso ese día, en vez de ir al colegio, abordé un bus hacia Florida, el pueblo de mi abuela materna, en búsqueda de un espacio seguro y de contención tan necesario en esos momentos. Aquí estuve una semana, porque mis padres fueron por mí para que regresara a casa, fue entonces donde decidí contar mi verdad, les dije que soy gay. La respuesta de mi padre fue que siempre seré su hijo y que el amor no desaparece.
Decidí regresar a casa de mi familia, pero mi cuerpo insistió en ser libre y no pude aguantar el contexto de violencia familiar que se vivía en ese momento. Mi padre empezó a llegar borracho a casa y ejercer violencia hacia mi madre, cuyo rostro evidenciaba las secuelas, hay escenas que pasan por mi memoria en este momento y me remueven esos años en los que no solo debía defender mi identidad y orientación sexual, sino también, intentar salvaguardar la vida de mi madre. Después de tres años de mucho dolor, decidí escapar de casa, esta vez me dirigí hacia Cali, la sucursal del cielo y de las mujeres que son como las flores que vestidas van de mil colores como dice la conocida salsa.
En esta ciudad aprendí el oficio de peluquería, hice algunas amistades y empecé a conocer a otras personas trans con las que compartimos muchas cosas, sobre todo salir de casa a temprana edad en búsqueda de la libertad tan añorada. En este proceso apareció Candela, una mujer trans menor que yo, convirtiéndose en mi madre, una figura muy reconocida en el movimiento trans, quien enseña, acompaña y sostiene la familia.
Fue Candela quien me lleva a la zona de trabajo sexual «el pecado”, ubicado en la esquina del edificio beneficencia del valle, en pleno centro de la ciudad, donde conocí por primera vez lo que es ser una trabajadora sexual. Muerta de miedo, ante unas trans muy mayores de edad y con una imponencia temerosa de respeto, con sus machetes en sus botas, con ropa de cuero y lencería, pasadas de trago, drogadas, pero siempre alerta al peligro de los ladrones, de los pandilleros, de la violencia social que nos tiran botellas, de la persecución policial. Todo esto en la misma noche, viví una vida completa y fue aterradora.
Pasado unos años, en 2004, me encontraba en mi zona de trabajo sexual habitual, en la zona rosa al norte de Cali, cuando se detiene un auto pequeño, desde sus ventanas unos chicos gays con mucho recelo me entregaban un papelito con un teléfono, invitándome a unirme a un grupo de defensa de derechos humanos.
Santamaría Fundación se llama este grupo, mi escuela activista y defensora de los derechos.
En el 2005 en una discoteca de maricas llamada Madonna, en Cali, conocimos a María Belén Correa activista trans argentina y exiliada en los Estados Unidos, quien nos presenta la red, un grupo de trabajo virtual de 4 países, México, Perú, Argentina y Chile. Sumándonos se conforma lo que hoy conocemos como la Redlactrans.
Este momento de mi vida me permitió reconocerme como mujer trans, vivir el proceso y sentir la necesidad de defender los DDHH de las disidencias sexuales, dado las altas tasas de transfemicidio y ataques de odio que nos toca atravesar por nuestra identidad de género. Sentí, entonces, que necesitaba ampliar mis horizontes y conocer procesos a nivel de América Latina, así que emprendí el camino hacia Chile sin saber que me convertiría en una trans migrante.
En Chile las disidencias LGBTIQ+ migrantes son invisibilizadas, es decir, no están reconocidas explícitamente en ningún documento de la actual Ley de migraciones, ni tampoco reconocidas dentro de algún censo, generando con esto un contexto propicio para la vulneración de derechos. Las organizaciones de disidencias sexuales migrantes han fortalecido su trabajo con el propósito de fomentar la garantía de los DDHH de la comunidad lgbtiq+ migrante en Chile. Por ejemplo, el sexilio, este término se refiere al “fenómeno por el cual las personas con identidades sexuales distintas a la heterosexual se ven obligadas a desplazarse desde sus barrios, comunidad, o país”, como lo define el Manual para solicitantes de refugio y migrantes LGBTIQ+.
Dado que las vidas de las disidencias sexuales migrantes están afectadas por diversos factores de desigualdad, es decir, que a la condición de nacionalidad se le suma su orientación sexual e identidad de género, urge visibilizar la migración desde esta mirada que promueva la garantía de los DDHH, una regularización migratoria que posibilite la inclusión efectiva en la vida nacional y local. Por ello este 25 de Junio nos movilizamos en bloque como disidencias sexuales migrantes con la consigna “Ningún ser Humano es Ilegal”, ya que no solo el lgtiq+ odio afecta las vidas de las disidencias sexuales migrantes sino también la ausencia de políticas migratorias que promuevan la regularización y obtención de documentos que permitan la integración efectiva en las dinámicas de la vida nacional y local. porque sin Papeles, no hay orgullo y ninguna persona en Chile es Ilegal
Valentina Riascos: Trans Migrante Colombiana Activista y Defensora de los Derechos Humanos. Co fundadora de la Redlactrans, Fundación Féminas Latinas y de la Redfemitrans. Trabajamos las identidades Trans, la Migracion y el Trabajo Sexual
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