Conflictos y discontinuidades entre el pueblo mapuche y el Estado

La historia que suscita el pueblo mapuche y el Estado es antigua, llena de conflictos y discontinuidades, entre tantas otras aristas que se pueden desprender de la misma, pero que la caracterizan compleja y delicada en términos generales.  En este sentido, ya desde las primeras aproximaciones a finales del siglo XIX por parte del Estado, se pueden ver claras señales de una conflictividad, en donde el capitán Cornelio Saavedra, representante del cuerpo militar, institución y dispositivo fronterizo de guerra, por ejemplo, tenía como misión domesticar y doblegar a este pueblo, dando un punta pie inicial cargado de acciones bélicas que no tendrá fin en lo inmediato, pues su actuar se desplegó por más de 20 años en La Araucanía (1860-1883).

Por otra parte, y de manera paralela y complementaria, la figura del pueblo mapuche tomaba densidad bajo  significaciones negativas, constituidas principalmente por la prensa de ese entonces (La Tarántula de  Concepción, El Meteoro de Los Ángeles, El Mercurio de Valparaíso, El Biobío de Los Ángeles y la Araucanía Civilizada de Mulchén.), en donde el imaginario daba vuelta en la figura de un pueblo flojo, poco productivo, ladrón, conflictivo, sin razón y terco, toda una serie de comentarios que se enmarcan contrario al proyecto de la Modernidad que en ese entonces el Estado comenzaba a figurarse, y que de alguna manera va subjetivando la mentalidad nacional y generando un discurso que legitimó y dio piso a las más diversas prácticas gubernamentales contra esta etnia. Toda esta rutinización de hechos fue modelando un conflicto que hoy en día parece estar institucionalizado, y que por lo mismo solicita medidas variopintas para contenerlo, dejando de lado algunas luces de resolución.

Ahora bien, por parte del Estado y desde el retorno de la democracia, las políticas no se dibujaron y consignaron bajo el tinte que se mencionó anteriormente —salvo algunos guiños con Sebastián Piñera—, sin embargo, los distintos movimientos que operacionalizaba el aparato estatal en los distintos gobiernos, inclusive el último gobierno, no corrieron en una misma línea, lo que hacia más complejo sostener una visión, y por ello una forma de comprensión del mismo problema. Así, y dentro de este marco discontinuo, muchas políticas quedaron fracasadas, tales como la Ley Indígena, las etnias a cargo de Conadi, el Nuevo Trato de Aylwin, los bonos, las becas de estudios y la devolución de tierras, tema capital de esta problemática. Tomando este punto, no hay que olvidar que la “pacificación de La Araucanía” es el despojo de más de cuatro millones de hectáreas, dejando sólo cerca de quinientas mil para los mapuches. A pesar de ello, desde la apertura de la Concertación, se han devuelto cerca de trescientas mil.  Sin duda, aún es insuficiente para la magnitud del terreno expropiado, ya sea con violencia física y engaños.

El caso Piñera (2018-2022) tiene sus particularidades. Si bien se han presentado tensiones en los ejecutivos anteriores, aquel gobierno consagró un quiebre, una disfuncionalidad en la relación, la cual supone un escenario más crítico y tenso. Esta administración utilizó la rutinización del mensaje presidencial entorno a sucesos de conflictos catalogados de terroristas, violentos y narcotráfico en la zona sur de Chile.  Estos enunciados configuraron un horizonte de sentido que permitió una transacción efectiva entre un problema y la solución, dando emergencia a elementos propicios a la misma, y así, movilizando recursos diferenciados para llevar a cabo una particular solución de carácter militar. A este respecto, la justificación se volvió ad hoc a las soluciones.

Otro elemento crucial resultó la idea de apelar a la emocionalidad como efectos de estos actos, en donde la idea de un daño generalizado vinculado al miedo, sobre todo en la palabra terrorismo, y la inseguridad de familias y chilenos, pudo intensificar los requerimientos necesario para hacer desplegar una acción con cierto grado de suficiencia legitimada por parte de una población.

En resumen, una historia compleja, sangrienta, opresora y con varios fracasos, la que caracterizan un Estado extrañamente comprometido. A pesar de ello, el presidente Gabriel Boric y todo su equipo tienen una gran tarea para resignificar y reestablecer una relación más importante, pero sobre todo de mayor respecto hacia la diferencia, como alguna vez indicó el profesor José Bengoa como temática medular. Que duda cabe que el escenario es incierto, ambiguo, sin embargo, hay una pista positiva y esclarecedora por parte de Boric:  la necesidad de diálogo como cuestión primera, y no la imposición y la impetuosidad como mecanismo de resolución de un conflicto.

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