Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tiburón. Solo corres hacia la frontera / cuando ves que toda la ciudad también lo hace (Warsan Shire).
Las feministas migrantes estamos en pie de lucha. Como parte de una reflexividad que vamos construyendo desde la vida cotidiana, nos preguntamos sobre la incidencia que tienen realmente nuestras luchas y a dónde vamos a direccionar nuestras acciones en un contexto de violencia que se recrudece y nos amenaza de manera permanente. Como mujeres inmigrantes impulsamos procesos de politización en el marco de la defensa de los derechos humanos de las comunidades que migran, pero también desde nuestra lucha contra el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado; y es esta triada la que sostiene y promueve todas las formas de opresión y de violencia que intentan socavarnos y explotarnos como mujeres.
Es por esto que continuamos insistiendo en la necesidad de estar en diversos espacios de participación, de alzar la voz, de defendernos, de mostrar nuestras realidades, de acompañarnos mutuamente, de colectivizar los esfuerzos, de organizarnos. Estamos en las casas, en las calles, en las plazas, en los campos, en las fronteras, en nuestros lugares de trabajo desde la certeza de que vamos a rendir honor a las luchas históricas que llevaron a cabo tantas mujeres que nos antecedieron, en conjunto también con aquellas mujeres que en el presente están haciendo historia. En ese acto de defender la alegría y organizar la rabia generaremos las más preciosas resistencias que nos conecten directamente con la permanencia de la vida y la posibilidad de construir una comunidad donde sea que nos encontremos.
Como si no fuese suficiente el enfrentar las condiciones que conllevan el tener que migrar guardando en una sola maleta toda una vida, las políticas de la discriminación y la insólita criminalización hacia quienes migramos autorizan a los organismos de seguridad y a las fuerzas policiales a pretender fiscalizar nuestra existencia: el gobierno instala un estado policial sobre nuestros cuerpos y militariza las fronteras, a la par que el país (Chile) experimenta el estado de sitio más largo de los últimos tiempos.
Si el tomar la decisión de irse de un país de origen no es tarea sencilla, el llegar a otro distinto se convierte en un camino lleno de adversidades e impedimentos. Pareciera existir un vacío en todo sentido (sobre todo de garantía de derechos humanos) que lleva a la gente a la deriva en el camino que se inicia para buscar una vida mejor. Pero sucede que es “más fácil”, dentro de la lógica en como funcionan los sistemas dominantes, culparnos de nuestra propia precariedad y deshumanizarnos para no tener que garantizar nuestros derechos. El primero que se niega es el derecho a migrar, y consecutivamente, luego de este, el derecho a contar con una identidad, que nos permita acceder a casi todos los demás. Incluso el derecho a la vida se pone en cuestión.
Para anular a las personas inmigrantes, se refuerzan los discursos institucionales y mediáticos casi fascistas, de que migrar no es un derecho porque “el derecho lo tiene el Estado para permitir entrar a quienes quieran” los gobernantes de turno, promoviendo más bien la migración selectiva, que en otras palabras es endurecer los mecanismos de exclusión y operar desde la discriminación hacia nacionalidades o pueblos específicos.
Luego de que hubiésemos sobrevivido al primer año de emergencia sanitaria por Covid-19 – gracias a un sinfín de redes de colaboración, solidaridad y desde la autoorganización migrante- y en este transcurso de año en donde las políticas que desde arriba se van configurando son cada vez más letales, las resistencias que hemos estado sosteniendo las mujeres inmigrantes y refugiadas también se han ido reconfigurando desde la necesidad de marcar nuevos pasos ante el riesgo que supone nuestra participación en la vida tanto social como política en el país, ante el estigma de ilegalidad que va consiguiendo a más adeptos en su doctrina del racismo y la xenofobia y ante la amenaza de desaparecernos como comunidades, incrementar la irregularidad migratoria y con esto, nuestra precarización.
Si bien es indispensable sostener la lucha por el reconocimiento, el cual supone que nos conciban a las personas migrantes como sujetos de derecho independientemente de nuestra situación migratoria, sólo esto ya no es suficiente. Las desigualdades que se han ampliado para nosotras y las recurrentes violencias e injusticias (de tipo político, institucional, familiar, social, laboral, sexual, patriarcal) nos empujan en este punto de la historia a luchar para pedir justicia para quienes migramos.
El peligroso crecimiento del fascismo, la expansión de los fundamentalismos, el auge de grupos ultranacionalistas y la promoción de un rechazo generalizado hacia la migración -o más bien, a la pobreza en la migración- nos supone un escenario peligroso en donde la lucha no sólo es contra la superación de la precariedad sino es una lucha por re-existir. Las políticas migratorias promulgadas se sostienen de lo mencionado anteriormente y sus medidas sólo promueven los más desiguales escenarios para que quienes migramos tengamos que someternos a la permanente deshumanización, a lógicas de explotación y mercantilización de nuestros cuerpos. Estas lógicas son también patriarcales, y es por eso que en la tragedia cotidiana que ocasionan las políticas anti-inmigrantes, somos las mujeres, la niñez y disidencias sexuales quienes estamos bajo mayor amenaza. No somos vulnerables por ser lo que somos, nos vulnerabilizan desde la violencia que ejercen hacia nosotras. Nos movemos para buscar una vida mejor, sin sospechar que podría ser lo último que hagamos: Joane Florvil, Rebeka Pierre, Mariana Díaz, Gertrudis Martínez, Miralda Moise, Diana López, Odalis Parrales, Miriam Gómez, Georgina Berroa, Anilett Soto, Susjes Mejías, Marina Cabrera, Leidy Saavedra, Ethel Chevez, Laura Gálvez, Vesna Philbey, María Pablo García, Carmen Altamirano, Monise Jospeh, Sandra Janvier, Wislande Jean, Monise Joseph.
Insisten en colocar muros, franjas, zanjas, intervenir a nuestras organizaciones, hacer expulsiones arbitrarias sin el debido proceso, militarizar las fronteras, fiscalizar nuestros movimientos, desean que la migración en Chile se convierta en un naufragio. No queremos que entreguen cédulas a días de vencerse, no queremos que nos persigan en las calles si nuestro acento es diferente, no queremos malos tratos por como nos vemos, no queremos que nos llamen “mala migración”, no queremos que nos culpabilicen por la precariedad que vivimos, no queremos que nos criminalicen por querer residir dignamente, no queremos más violencia hacia nuestras comunidades ni tampoco hacia las mujeres, no queremos más barreras institucionales y trabas burocráticas, no queremos más negación de derechos, no queremos que nos intimiden para que vivamos con miedo, no queremos que nos acosen u hostiguen por ser migrantes. Queremos vivir, soñar, crecer, trabajar, convivir y articularnos junto a los pueblos que habitan Chile.
Damos pasos largos. Nos apresuramos a llegar a nuestro destino cargado de incertidumbres y cuyos detalles desconocemos realmente. No tenemos certezas, pero tenemos una esperanza que alimenta las oportunidades que queremos construir. En el fondo, sentimos muchas veces que no quisimos movernos, porque irse de casa o dejar el terruño atrás no es una tarea sencilla; pero a veces la casa se mueve con nosotros o la casa está en otra parte distinta a nuestro lugar de origen: la casa de las amistades, la familia que ha migrado antes que nosotros, las nuevas redes… y lo que nos impulsa a viajar sin tener un panorama claro es el incesante anhelo de verles. El hogar es también la relación que hemos construido, consaguineas o de otro tipo y que nos hace sentir como en casa. La casa, entonces, no es sólo el país en donde nacemos (pero el país lo llevamos bajo la piel).
Como diría Warsan Shire: nadie se arrastra bajo las verjas, nadie quiere recibir los golpes ni dar lástima. Nadie escoge los campos de refugiados, o el dolor de que revisten tu cuerpo desnudo. Por eso, como mujeres inmigrantes seguiremos en lucha para que dejen de deshumanizarnos, para que dejen de señalar como un crimen el buscar una vida digna porque migrar es un derecho humano básico, más aún en los tiempos actuales.
Deja una respuesta
Usted debe ser conectado para publicar un comentario.