Mujeres Migrantes

Este 8 de Marzo en el que conmemoramos el día Internacional de la Mujer es particularmente especial. Luego de haber experimentado una de las etapas más complicadas y significativas como país, primero el estallido social de octubre de 20219 y luego, un 2020 marcado por la pandemia por el Covid19, las diferencias y dificultades para las mujeres nuevamente han sido exacerbadas y como capricho del destino se evidencian cada vez de manera más clara.

Nuestra sociedad ha intentado invisibilizar y normalizar las brechas de las que somos víctimas las mujeres, inclusive nosotras mismas cuando nos decimos que podemos con todo, sometiéndonos a esta suerte de perfección que termina por excluir irremediablemente algún aspecto de nuestras vidas. Durante la pandemia no sólo debimos cumplir con nuestros compromisos laborales (quienes tuvimos el privilegio de conservar nuestros empleos) y las “tareas” del hogar, también nos convertimos en cuidadoras y educadoras a tiempo completo y otras mucho menos afortunadas fuimos víctimas de la violencia y la indignidad.

Estas dificultades han sido particularmente más duras para las mujeres migrantes y refugiadas no sólo en Chile, sino en todo el mundo. Todas sabemos que el camino que debemos transitar después de tomar la determinación de empacar nuestras vidas es un camino largo y complicado,  no solo hablando de los miles de kilómetros que muchas hemos tenido que recorrer, inclusive caminando solas, con hijas e hijos o con nuestras familias completas, también es un camino de desconfianza, falta de solidaridad, menosprecio e inclusive discriminación, abusos y vejaciones.

Las mujeres migrantes debemos y hacemos frente a la desigualdad e inequidad en escenarios muy complejos, pero lo hacemos con la mirada puesta en la meta de generar espacios para vivir dignamente. No buscamos la compasión ni el asistencialismo, buscamos tener las mismas oportunidades, porque tenemos la capacidad de hacer frente a los desafíos. Somos resilientes, emprendedoras, nos reinventamos las veces que sean necesarias, porque no tenemos otra opción. Fracasar o darnos por vencidas significaría muchas veces la falta de sustento para todo nuestro  grupo familiar.

El año 2020 fue complejo y duro para las mujeres migrantes y refugiadas, prácticamente sin redes de apoyo en los países de acogida, muchas han sido víctimas de personas inescrupulosas que ante la necesidad y la desprotección por parte de los estados, han abusado y vulnerado sus derechos como empleadas, pacientes, ciudadanas y seres humanos. Una vez más ha quedado al descubierto que sin una visión de “Ambiente de Bienestar” con enfoque en derechos de todos y todas, los y las abusadores/as encuentran nichos para sus malas prácticas.

En mi función como activista por los Derechos Humanos en especial de migrantes me ha tocado escuchar las vivencias de muchas personas, en especial y por supuesto de venezolanos y venezolanas. He experimentado con ellas la indefensión, desprotección, discriminación e inclusive criminalización de las que han sido víctimas. Mujeres separadas por la indolencia institucional de sus núcleos familiares, maltratadas en los servicios de salud por tener un acento diferente (a pesar de tener toda su documentación en regla), amenazadas con ser desvinculadas de sus empleos por exigir sus derechos y otras tantas expulsadas del país buscando protección para lo más básico, sus vidas.

A pesar de todas las dificultades estas mujeres poseen un denominador común, la perseverancia. Poco a poco hemos ido aprendiendo que no somos ciudadanas de segunda clase, que a pesar de no haber nacido en este país somos sujetas de derechos y como tal debemos ser tratadas. También carecen de resentimientos, su norte es solventar esas dificultades nunca con odio, siempre con esperanza, con convicción, con humildad y un profundo sentido de agradecimiento cuando finalmente resuelven los escollos que se les presentan.

Como mujer migrante espero ver  un nivel de debate sobre los temas migratorios de un alto nivel, dejar atrás el discurso retrograda que politiza e ideologiza los derechos humanos, especialmente cuando se trata de los derechos de las personas migrantes y refugiadas, que seamos capaces de avanzar en una sociedad que no se enfoque en nacionalismos que en nada benefician ni a las comunidades de acogida, ni mucho menos a las comunidades migrantes. Que veamos a ese Chile “asilo contra la opresión” y que logremos rescatar lo beneficioso de la migración ajustando por su puesto y dentro del estado de derecho y de los debidos procesos lo que pudiera ser mejorable.

Por supuesto no podía cerrar estas líneas sin hacer un reconocimiento a quienes de una manera u otra trabajamos por la promoción y difusión de nuestros derechos de mujeres, impulsoras de la equidad y de la integración de mujeres todas en todos los sectores de la sociedad, en la participación ciudadana y la dinámica de la toma de decisiones e implementación de políticas públicas. Esta vez quiero reconocer a mujeres como Marjorie Infante, Neida Colmenares, Paula Bustamante, Antonella Rojas, Iliana Alzurut, Luisana Pérez y a todas mis compañeras tanto en la Asociación Venezolana en Chile, como en la Red de Mujeres Migrantes y la Coalición por Venezuela. Un fuerte abrazo sororo para todas.

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