Carl Jung denominó con el término “inconsciente colectivo” a una repetición ancestral de ciertos símbolos escondidos en las psiquis de cada ser humano, más allá del lugar o el tiempo en el que éste nace: el sol representa la fuerza de la libido, por ejemplo, es luz, fertilidad, fuego, crecimiento. La luna es el ánima, la madre universal, el vientre. A esos símbolos les llamó arquetipos. Hay uno que resulta ilustrativo para analizar lo que pasa en Estados Unidos: la sombra.
La sombra nos recuerda que en la psiquis de cada ser humano están presente el odio, el egoísmo y los instintos más perversos. Esa sombra, impersonal y colectiva, contendría la esencia de la maldad más arquetípica. Y siempre está en algún lugar de la psiquis, reprimida, agazapada, esperando el momento preciso para despertar y manifestarse; aparece, pues, cuando hay un contexto que lo permita, en la crisis, el anonimato o la guerra. Lo que hizo Hitler fue organizar y dar sentido a la sombra colectiva. Trump puso su sombra afuera, se enorgulleció de ella y gran parte de los estadounidenses se identificaron con aquello. Dentro de la urna, en la soledad del voto, la sombra encontró un espacio secreto para salir sin que nadie se entere.
El líder representa la sombra colectiva y permite que todos manifiesten sus propias sombras. La aparición de Trump en el plano político, o sea público, fue el hecho que necesitaban la sombra individual para identificarse con otras sombras: ahí estaba alguien que no escondía sus instintos. Al contrario, mostraba su sombra abiertamente, diciéndole a todos que se sintieran orgullosos de sus secretos mas oscuros y justificando todo en nombre de la patria, el orden perdido o, digamos, el “plan de dios en la tierra”. La sombra es una fuerza ciega que actúa en la psicología de cada pueblo.
La realidad es relativa.
Al ser instintiva, la sombra siempre demanda un mínimo de razonamiento y sentido común. Genera una identidad por negación: está en contra del feminismo o la inmigración porque ese otro es un peligro para mi sobrevivencia. Busca respuestas sencillas para problemas complejos.
En la era de la posverdad y las noticias falsas, a la sombra no le importa que la realidad diga una cosa porque la realidad puede construirse, moldearse y transformarse. La tierra puede ser plana si existe una cantidad suficiente información que lo diga. La realidad, por tanto, no es lo que es sino lo que dicen que es. La realidad es relativa. Según el Diccionario, «posverdad» dice relación con «circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y la creencia personal». Es decir: el hecho real pasa a segundo plano bajo la modificación de la realidad según los fines deseados por quien utiliza la posverdad.
Hannah Arendt llega a una conclusión paradigmática cuando explica el auge del nacismo: la naturalización del odio permitió que un funcionario público, aparentemente apacible, se transforme en un asesino, o un partidario y defensor de la maldad. La sombra triunfa cuando se naturaliza hasta convertirse en una cuestión cotidiana, natural y espontánea. Cuando, en fin, el secreto colectivo se transforma en realidad abierta, pública y, por tanto, política. Y como sabemos, la política es una lucha por explicar la realidad, esa explicación no tiene porque ser racional o equilibrada. Al contrario, necesita de mentiras, manejo de emociones y creencias, montajes, justificaciones, máscaras…
Según Carl Jung, la sombra se enfrenta haciendo consciente la oscuridad. Así lo expresa: “todo el mundo tiene una sombra, y cuanto más oculta está de la vida consciente del individuo, más negra y más densa es”. O sea, la sombra se enfrenta trayéndola del subterráneo de la psiquis al plano consciente. Esconder la sombra es vivir sometidos por ella. Mientras más se esconde más forma y potencia adquiere. Ayer, hoy y mañana, el líder siempre estará dispuesto a canalizar todo aquello porque el arquetipo va más allá del espacio y del tiempo.
Por tanto, de nada servirá negar que existen estos nuevos grupos en política, vinculados más con teorías conspiranoicas que con la realidad misma, que extraen su información de dudosos portales y redes sociales, donde tampoco importa la veracidad de la información. Por eso, hoy incluso es peligroso el mito del libre albedrio y la libertad de expresión, ¿libertad de expresión para elegir a psicópatas de lideres? Antes de la libertad de expresión deberíamos comenzar a preguntarnos por la libertad de pensamiento. Porque ¿de qué sirve la libertad de expresión si la libertad de pensar (que es previa) está siendo manipulada? Como lo expresó Yuval Noha Harari en otra columna, si los Gobiernos y las empresas logran hackear o piratear el sistema operativo humano, las personas más fáciles de manipular serán aquellas que creen en el libre albedrío. Para conseguir piratear a los seres humanos, hacen falta tres cosas: sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una gran capacidad informática. La Inquisición y el KGB nunca lograron penetrar en los seres humanos porque carecían de esos conocimientos de biología, de ese arsenal de datos y esa capacidad informática. Ahora, en cambio, es posible que tanto las empresas como los Gobiernos cuenten pronto con todo ello y, cuando logren piratearnos, no solo podrán predecir nuestras decisiones, sino también manipular nuestros sentimientos.
Negar que todo esto existe y seguirá existiendo es vivir sometidos por una nueva realidad en política que puede explotar en cualquier momento; la sombra puede adquirir otras formas y sentidos, porque pueden ser otras las justificaciones que encuentren los lideres para manejar los impulsos en este nuevo siglo de posverdad y noticias falsas. Aceptar que está nueva realidad existe e intentar lidiar con aquello es la forma para transformarnos en la humanidad que podemos ser.
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