Historia de Radio

Yohan escribió a un programa radial, que brinda asesoría en materia migratoria, solicitando información para su hijo, quien llevaba algo más de un año en Chile y al que le habían negado la posibilidad de solicitar refugio. 

El mensaje en Instagram era breve: “Hola. Mi historia es larga, lo que le puedo resumir es lo siguiente, mi hijo entró a Chile el año pasado como turista, de Venezuela, somos perseguidos políticos, yo entré hace 3 años y me acogí al programa de solicitud de refugio. Él, cuando llegó, hizo lo mismo. Le dieron la cita para el 9 de enero del presente año y cuando fue a la entrevista se la negaron, pese a que explicó su situación y que no es secreto para nadie que sucede en nuestro país, él no corrió con la misma suerte que yo. A él lo juzgaron por un delito que no cometió, por eso nos interesa agendar una entrevista con ustedes y explicar detalladamente la situación y ver cómo nos pueden ayudar”.

La Historia Larga

De niño soñó con policías y militares. Por eso para nadie de su familia fue extraño cuando Yohan, con 18 años, anunció su ingreso a la DISIP (Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención) un organismo de inteligencia y contrainteligencia interior y exterior de Venezuela que funcionó entre los años 1969 y 2009.   

Con orgullo conserva en su teléfono fotografías de la época, como cuando fue escolta del presidente Ramón José Velásquez. Su vida la tenía pensada. Deseaba hacer carrera, jubilar joven y disfrutar. Pero su anhelo se truncó poco tiempo después de llegar Chávez al poder.

Alcanzó a servir cerca de diez años. Fue dado de baja a comienzos del año 2000, según su relato, por haber sido uno de los once agentes que allanaron la casa de Luis Miquilena, aliado, ex ministro del Interior (1999) y asesor de Hugo Chávez en su primer gobierno, poco antes del arribo del chavismo al poder.

La rabia, por lo que consideraba una injusticia, se fue acumulando año tras año. Fue perseguido. Cuando lograba conseguir empleo en alguna parte, los organismos de inteligencia se enteraban, presionaban un poco, y lo terminaban despidiendo. Demoró largos tres años antes de conseguir estabilidad.

Era padre de dos niños, casado, pero sin estabilidad laboral, por lo que decidió salir de Caracas y probar suerte en Maracaibo, primero, y Maracay después. Aprovechando su formación como agente de inteligencia pudo desempeñarse en la seguridad privada de empresas.

Trabajaba sin contrato. Cuenta que para evitar que lo pudieran sacar de un empleo otra vez. Pese a ello, su ficha del seguro social habla de cotizaciones intermitentes. Quizás sea un poco de cada cosa.

Si bien su matrimonio fracasó, pudo criar a sus hijos lejos del ruido y el movimiento de la capital, manteniendo una relación cordial con su exmujer. Su hijo mayor se transformó en médico y formó su propia familia. Mientras el menor, Argenis, decidió vivir entre la casa de su madre y su padre, distantes un par de cuadras, mientras terminaba el colegio y comenzaba sus estudios universitarios.

Aparentemente todo era normal en la vida de Yohan, pero había un capítulo de su historia que sus cercanos desconocían y que pronto detonaría. Desde su salida de la DISIP el exfuncionario se vinculó con uniformados y grupos civiles organizados que buscaban desestabilizar al régimen chavista.

Carne de Cañón

Yohan no fue un funcionario de alto rango dentro de los servicios de inteligencia venezolanos. No alcanzó a hacer una larga carrera, pero sí pudo conocer un par de personas trabajando en la división de intervención, en el control de operaciones antiguerrilla y subversión. Con ellos se vinculó para complotar contra el gobierno, después de su baja de la DISIP, la intención era derrocar a Chávez a cualquier precio.

Cuenta, a quienes se logran ganar su confianza, que conoció al Contralmirante Carlos Molina Tamayo, marino que participó del golpe de estado del 11 de abril 2002 y fue nombrado jefe de la Casa Militar. El fracaso del golpe de abril sólo reforzó la convicción de Yohan por luchar contra el chavismo.

 Participó de todas las marchas que se organizaban así como de reuniones cívico-militares que buscaban dar un giro a la política venezolana por la fuerza, se mantuvo en permanente contacto con grupos golpistas y manifestó su disposición para lo que necesitaran.

Tuvieron que pasar 12 años para que la cosa se pusiera caliente de verdad. En 2014, de acuerdo con Yohan, había muchos militares activos que estaban en desacuerdo con la presidencia de Nicolás Maduro y, aparentemente, dispuestos a dar un golpe.

Yohan se sumó a reuniones como parte de un grupo civil compuesto por expolicías perseguidos por el chavismo, mayoritariamente. Les ofrecieron armas y una serie de materiales, el objetivo era organizar un golpe de Estado, desde la calle, que sería apoyado por las fuerzas armadas una vez que se volviera masivo. 

La misión del ex funcionario de inteligencia era la fabricación de explosivos caseros, para lo que recibió todo el material. Sin embargo, el grupo de civiles ya había sido detectado por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), quienes contaban con agentes infiltrados, y tomaron detenidos a varios miembros de este intento golpista antes de su génesis.

La suerte acompañó a Yohan. No lo identificaban ni como cabecilla ni como alguien relevante en la organización, por lo que no corrió peligro. El golpe asestado por el SEBIN no minó las intenciones de la agrupación cívico-militar, la cual siguió trabajando y buscando alianzas con funcionarios activos del ejército.

Fue así como en 2016 un teniente del ejército del estado Aragua, infiltrado en la organización, entregó el nombre de Yohan a los agentes del SEBIN. Rápidamente el servicio de inteligencia allanó la casa del ex funcionario de inteligencia sin encontrar absolutamente nada. 

Yohan jamás llevó nada a casa, menos explosivos o armas. Por eso su familia jamás sospechó, pero el dato que le habían dado al SEBIN era confiable, por lo que lo llevaron a las dependencias de la institución.

Durante 10 días lo golpearon y torturaron en los interrogatorios, mientras su familia no entendía qué había pasado con él. En cada paliza le preguntabas por armas, por los integrantes de su grupo y por fechas, pero Yohan no dijo nada.

Las fuerzas se le consumieron a medida que la intensidad de los apremios aumentaba, hasta que su cuerpo dijo basta y, en pleno interrogatorio, sufrió un preinfarto.

Refugio en Chile

Yohan despertó en una habitación del Hospital Central de Maracay, aún medio aturdido y desorientado. Su hijo mayor, a su lado, le contó que había llegado en malas condiciones, que sufrió un preinfarto y que estaba bajo la custodia de agentes del SEBIN. 

Le preguntó preocupado qué había pasado, pero Yohan no le dijo mucho, prefería protegerlo. La irrupción de dos agentes del SEBIN interrumpió la conversación. Con firmeza el agente a cargo del prisionero le pidió al hijo mayor de Yohan que se retirara. Hizo lo mismo con el otro agente.

Apenas ingresó a la habitación Yohan reconoció inmediatamente a su ex subalterno de la DISIP Antonio Castro, con quien compartió años de servicio. Cuando la DISIP pasó a ser el SEBIN en 2009 este colega continuó escalando en el aparataje de inteligencia, hasta ahora que visitaba a los presos bajo custodia en las dependencias de salud.

No fueron amigos, pero se podría decir que mantuvieron una buena relación laboral. Mientras Yohan pensaba en qué decir de forma cordial, el agente le habló directamente. “Yohan, yo no te voy a caer aquí en embustes, tú de aquí sales al SEBIN en Caracas y del SEBIN en Caracas al cementerio. No has dicho nada y no lo dirás, con la tunda de palos que te han dado y no has soltado un nombre,  pero quebraron a uno de los tuyos y él dio tu nombre. Te voy a dar las llaves de las esposas. Tienes 20 minutos para salir corriendo. Me llevaré al agente que está en la puerta. Es todo lo que puedo hacer por ti”

Como pudo, Yohan salió del hospital en bata y zapatillas. Sin saber qué hacer ni a dónde moverse. Mientras ordenaba sus ideas, llegó a la casa de un amigo, que lo ocultó un par de días. Logró comunicarse con su hijo mayor, a quien le pidió vender un vehículo y hacerle llegar el dinero y sus documentos. Llenó una mochila, con una muda de ropa y su pasaporte.

Deambuló de casa en casa por tres meses. Pasó por distintas ciudades, intentando no levantar sospechas y manteniendo el mínimo contacto con su familia. San Antonio de Táchira fue su última parada antes de salir de Venezuela. Un amigo colombo-venezolano lo recibió y realizó todas las gestiones para el viaje. El destino sería Chile, simplemente porque lo que alcanzó a averiguar lo mostraba como un destino ideal para comenzar de nuevo.

El dinero llegó y el viaje comenzó. Yohan y su amigo llegaron a la frontera, donde ya habían hablado con un par de personas para asegurar la salida. Su detención no había sido oficial, por lo que figuraba sin antecedentes y pudo cruzar sin problemas.

Confiesa que la única vez que se quebró fue cuando ingresó a Colombia. Lloró mucho, como nunca antes lo había hecho. Ahí fue consciente que dejaba atrás a su familia sin la posibilidad de una despedida. Argenis, su hijo menor, se quedaría sólo en su casa, con su madre cerca. Mientras su hijo mayor seguiría trabajando en el hospital, al cuidado de sus nietos.

El viaje en bus fue eterno, cinco días tardó en llegar a Chile. Una tarde de abril de 2017, con hambre, frío y la angustia de llegar a una ciudad desconocida, arribó a Santiago de Chile. Una mujer, a la salida del terminal, le indicó dónde estaba la plaza principal, que fue lo primero que se le ocurrió preguntar. 

La Plaza de Armas de Santiago no fue lo que imaginó. Pensó en dormir ahí, pero no se atrevió. Conversando con un par de personas del lugar, supo que si quería ganar dinero pronto la mejor opción era caminar a “La Vega”, uno de los mercados de Santiago. 

La noche avanzaba y el clima otoñal de Santiago penetraba sus huesos. Antes de llegar a su destino, se encontró con un grupo católico que repartía tazones de sopa a la gente en situación de calle. Preguntó cuánto costaba y se sorprendió al saber que era gratuito.

Recobró fuerzas y llegó a “La Vega”. Allí lo contrató un locatario peruano, para descargar un camión de papas. Ganó 5 mil pesos. Lo que le permitió comer al día siguiente y pagar la hospedería del Hogar de Cristo.

Yohan tiene el don de la palabra y rápidamente se hizo amigo del locatario peruano, quien lo contrató como ayudante. Con el paso de los días se informó sobre  cómo hacer los trámites migratorios,  y con el contrato de trabajo entregado por su nuevo amigo fue a realizar la fila al departamento de migración y extranjería (DEM) para solicitar visa sujeta a contrato.

Al acceder a las dependencias del DEM decidió visitar las oficinas de la sección de refugio. La funcionaria que lo recibió amablemente le entregó la información para solicitar refugio y le agendó una hora para una entrevista. Nada perdía. Ya tenía toda la documentación para su visado, pero creía firmemente que calificaría para solicitar refugio.

Llegó a la cita sin tardanza y contó la historia larga. Le indicaron que calificaba para realizar la solicitud y lo hizo. Recibió su RUT provisorio, tras entregar todos los antecedentes, y comenzó a establecerse en Chile como solicitante de Refugio, con todas las ventajas y dificultades que eso trae.

Regresa la amenaza del SEBIN

Luego que logró estabilizarse en Chile, volvió a ponerse en contacto con las organizaciones cívico-militares con las que colaboró en Venezuela. En su billetera, tras las fotos de sus hijos, atesoraba un chip que conectaba a un teléfono celular cada vez que quería tener noticias del accionar de este grupo.

Lo que ocurrió no lo esperó nunca. Agentes del SEBIN, probablemente infiltrados en la orgánica del grupo, supieron de las conversaciones de Yohan y, suponiendo que se encontraba operando otra vez desde Aragua, decidieron allanar su casa por segunda vez.

Fue la noche del 11 de abril de 2018 cuando los funcionarios ingresaron a la vivienda y dieron vuelta todo, en búsqueda de Yohan, de armas o de lo que pudieran encontrar. Pero no encontraron nada, sólo a Argenis, el hijo menor, que hacía poco había regresado de la universidad.

El muchacho intentó explicar que su padre estaba en Chile hacía casi un año, que sabía poco de él y que en casa no había armas ni nada. De poco valieron sus palabras, los agentes de seguridad lo esposaron y condujeron a dependencias del SEBIN.

Yohan se enteró al día siguiente. Su exmujer lo llamó y le contó lo ocurrido. Una vecina le había  avisado y en el SEBIN decían no saber nada.

Desde Chile, solo atinó a darle a la madre de su hijo un número de una persona de confianza que podía ayudar a saber qué ocurría con Argenis.

Estaba vivo. Golpeado, pero vivo. El recado era claro, para liberar a Argenis debía entregarse Yohan. El ex agente de la DISIP lo dudó, pensó en regresar y entregarse, pero su amigo peruano lo hizo entrar en razón: “irás a morir, no te regales”.

El joven estudiante universitario fue encerrado en una celda pequeña junto a otras 16 personas, estudiantes todos, arrestadas por las protestas del 11 de abril. En cada interrogatorio querían saber el paradero de su padre, las actividades que este realizaba y las benditas armas. Tras días incomunicado y luego de aguantar muchos golpes un agente antiguo del aparato de inteligencia pidió que se detuviera la paliza. Era evidente que el muchacho no sabía nada. 

Pudo ver a su madre y ésta le transmitió a Yohan que no regresara a Venezuela. Tres meses después del arresto fue formalizado, junto a los otros 16 estudiantes, por robo. Algo muy distinto a las armas, el accionar de su padre y todo lo que le preguntaron durante el interrogatorio.

Pasó 6 meses detenido, antes de salir con firma mensual, la medida cautelar interpuesta. Argenis tenía rabia, pero sólo pensaba en trabajar y demostrarle a su país que habían cometido un error con él. Yohan sólo pensaba en cómo sacar a su hijo de Venezuela.

La oportunidad se presentó el 24 de febrero de 2019. El gobierno de Maduro rompió relaciones diplomáticas con el gobierno colombiano, dándole 24 horas a las autoridades colombianas en Caracas para salir del país. La respuesta de Duque fue mantener las fronteras abiertas para los migrantes venezolanos.

Yohan llamó a Argenis y le dijo que saliera ya para Chile. Que trajera todos sus documentos, todos los antecedentes que tuviera a la mano y que se embarcara. El menor de los hijos aceptó a regañadientes. Tenía miedo, pero, sobre todo, no quería dejar Venezuela.

Viajó con temor. Así entró a Chile, señalándole una y otra vez al funcionario de la Policía de Investigaciones que su padre vivía en aquí. Tras 10 días de viaje arribó tembloroso a Santiago el joven muchacho de 19 años. Su padre lo esperaba en el terminal San Borja emocionado. Se fundieron en un abrazo. 

Yohan permitió que Argenis descansara un par de días y asimilara su huida y la nueva vida. Cuando lo vio preparado, lo acompañó al DEM a realizar el mismo trámite que poco más de un año atrás habían iniciado: “La Solicitud de Refugio”.

Pero Argenis no corrió con la misma suerte que su padre, a pesar de contar con el antecedente de que su progenitor había podido ingresar la solicitud. La política migratoria chilena había cambiado desde que asumió el gobierno de Sebastián Piñera. Si bien públicamente hablaban de Derechos Humanos para los venezolanos, solidaridad y respeto por la democracia, en la práctica las puertas oficiales se cerraban cada vez más para los migrantes y refugiados venezolanos.

El funcionario que entrevistó a Argenis le indicó que no calificaba como solicitante de refugio y lo invitó a buscar otro tipo de visado.Pero Yohan no iba a permitir rendirse. Ya habían pasado por mucho. Así que apenas escuchó sobre la asesoría migratoria, en un programa radial no dudó en escribir. 

La historia aún se desarrolla. Está inconclusa. Yohan decidió acercarse a la Clínica Jurídica universitaria a ver si ellos pueden ingresar la solicitud de su hijo. Del siguiente paso algo sabe este ex agente de inteligencia, esperar. renovar cédula cada 8 meses. Trabajar. Y esperar que la suerte los acompañe y que el estado reconozca su calidad de refugiado y les brinde protección. Mientras tanto, a seguir viviendo.

*La historia, los hechos, lugares y fechas son reales. Para proteger a los protagonistas sus nombres fueron modificados.

REFUGIO VENEZOLANO EN CHILE
Panorama General

Chile se ha transformado en el destino de un número importante de venezolanos desplazados por la situación que viven en su país, es así, como de acuerdo con datos entregados por la Organización de Estados Americanos (OEA), “es el tercer país receptor de migrantes y refugiados venezolanos, habiendo ingresado hasta la fecha 455.494 ciudadanos”.

EL MAGISTRADO

El asilo otorgado por el gobierno de Chile por 730 días, en octubre de 2017, expiró en marzo del 2020, justo cuando comenzaba la pandemia.

El magistrado nunca pensó en Chile como destino. La verdad es que nunca pensó salir de Venezuela, pero las circunstancias y el compromiso con lo que para él significa “la patria” no le dejaron otra alternativa.

CIFRAS DEL REFUGIO

Las cifras sobre refugio venezolano reflejan muchas de las cosas denunciadas por las Organizaciones de la Sociedad Civil acerca de la política del actual Gobierno en la materia. La imposición de procedimientos administrativos que no contempla la ley, sumado a los rechazos masivos y la falta de información sobre la materia hacen todo más difícil para las personas que buscan asilo en el país. Tomando en consideración el gran desplazamiento de venezolanos en la región, desde el 2016 a la fecha, un aumento importante en las personas que manifiestan intención de solicitar refugio y quienes logran formalizar dicha solicitud. Este incremento se vio detenido en junio de 2019.

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