La COVID-19 ha afectado a todos los países del mundo. No importa si hablamos de China, de Sudáfrica o de Chile, caso que nos afecta y nos preocupa especialmente. Pero, ni siquiera dentro de nuestro país la pandemia ha afectado de igual modo a todos sus habitantes. Los estudios revelan claramente que ser mujer, pobre e indígena forman una trinidad de discriminaciones que ha potenciado el impacto de la enfermedad. Esto es trasladable a las comunidades nativas de toda América.
El impacto de la COVID-19 en las comunidades nativas americanas
La pandemia de COVID-19 ha afectado en el continente americano a más de 4,7 millones de personas. De hecho, hasta la fecha, la cifra de fallecidos ha superado los 250 000. Y no para de aumentar. Parece evidente que, en estos momentos, somos su epicentro a nivel mundial.
Pero, si nos fijamos en las más de 25 millones de mujeres indígenas que residen en el continente americano, el grado de desamparo y vulnerabilidad crece exponencialmente. Solo hay que pensar en cómo los protocolos de prevención y de aislamientos establecidos por las autoridades han sido aplicados sin tener en cuenta ni sus costumbres ni sus tradiciones.
Sin trabajo y sin poder salir de sus viviendas, las mujeres nativas americanas han visto como la escasez de recursos económicos, ya de por sí bastante pronunciada, ha llegado a niveles insostenibles. Esto las ha dejado plenamente expuestas a la violencia machista y patriarcal ejercida por sus maridos y convivientes en general.
No hay que ser adivino para saber que la pandemia no ha afectado igual a las personas más poderosas del mundo que a estas mujeres. Además, la situación de confinamiento no solo ha mermado sus recursos económicos, sino también su acceso a servicios básicos sanitarios, al agua o a la justicia. Apenas se han registrado denuncias a pesar de que la violencia machista sobre ellas se ha multiplicado durante estos meses.
Las estadísticas invisibilizan a las mujeres nativas
Probablemente, este sea el colmo. Ni en Chile ni en prácticamente ningún país de América Latina, con la excepción de Brasil, las autoridades públicas ofrecen datos relacionados con el impacto de la pandemia distinguiendo por segmentos de población. Y, evidentemente, las violencias que sufren las mujeres blancas no son las mismas que las experimentadas por las indígenas. Ni en volumen ni en intensidad.
La invisibilización de la violencia en las estadísticas oficial dificulta enormemente la actuación. Lo primero, porque los gobiernos nacionales las utilizan para desarrollar sus planes de acción y para destinar los correspondientes recursos. Y, evidentemente, acaban quedándose al margen o recibiendo una cantidad muy inferior a la que merecen según las cifras reales.
En definitiva, las mujeres nativas pobres del continente americano han visto como la pandemia ha empeorado una situación de vida que, de por sí, ya era extraordinariamente precaria. La solución no es tan difícil, pero parece claro que las autoridades gubernamentales no están por la labor de proporcionársela. Solo queda luchar para que todo cambie.
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