Por mucho tiempo, se afianzó la noción de trabajadores de primera y segunda categoría. Bastó un contexto de crisis profunda, como el que hoy vivimos, para mostrar que esta división obedecía más bien a un imaginario económico-cultural que a una realidad objetiva-concreta.
La definición de “personal imprescindible” estas últimas semanas se ha ampliado y ya no se determina tan marcadamente por los capitales culturales/sociales/educacionales de los/las trabajadores/as que las portan sino; por las necesidades concretas e inmediatas que la sociedad necesita resolver. No es lo mismo la estructura de consumo y trabajo que llevábamos hasta unas semanas atrás a la experimentamos hoy. Las modificaciones legales a las modalidades de teletrabajo, las compras vía aplicaciones de teléfonos celulares y otras; se han transformado en elementos importantes que han reconfigurado el escenario.
Pero ¿Alcanza para todas y todos?
La pandemia socio-sanitaria denominada “covid19” expresada en la vida cotidiana de las ciudades, ha develado una re-configuración inmediata de los espacios de “primera necesidad”. Hoy por hoy, personal repartidor de productos, conductores de aplicaciones móviles, personal de de supermercados, personal de centros de abastecimiento como ferias libres, mercados y similares; personal sanitario (que en el caso chileno y con énfasis en el sector público concentra una cifra no menor de médicos y salubristas inmigrantes), personal de aseo, trabajadores/as de la construcción, cuidadores/as de adultos mayores, conductores/as insertos en el transporte público, vendedores/as ambulantes; por nombrar los más relevantes, siguen sus faenas productivas sin mayores modificaciones. Locales y migrantes, clase trabajadora en general; expuesta a condiciones transversales de precarización en todo el mundo.
Lejos del teletrabajo y la posibilidad de quedarse en casa, estos grupos de trabajadores/as sonlos que se han visto más expuestos a las consecuencias de la pandemia, sorteando en el día a día y en la práctica laboral concreta los posibles efectos de un contagio. Unejemplo de esto esChile,donde más del 10% de la fuerza productiva nacional es producida por trabajadores/as extranjeros, cifra que contrasta con el 8% aproximado que sería su presencia total en el país. En términos puramente macro-económicos: su aporte es clave. A nivel estatal: ¿Estamos cuidando de ellas y ellos cómo debemos? ¿Se han logrado insertar de forma óptima en los distintos espacios de lo local que no tomamos medidas diferenciadas dirigidas hacia ellos/ellas? ¿Les hemos dejado de cobrar multas, permisos de trabajo, visas y otros trámites en esta situación de emergencia? ¿Hemos puesto a su disposición por estos días servicios de acompañamiento y orientación en este, su nuevo país? La respuesta a la mayoría de estas preguntas es: no.
La relación capital/trabajo expone una vez más una de sus variables actuales: la condición de extranjeridad en determinados territorios aceleran la posibilidad de vulnerabilidad. El contexto de catástrofe no la elimina, es más; la expone con mayor crudeza. Hoy más que nunca las formas de auto-cuidado, colaboración, apoyo y contención cobran nuevos “sentidos” para quienes tuvieron que dejar sus países por nuevas posibilidad y aventurarse a otros caminos. Extendamos una mano amable de ayuda eficiente que pueda contrarrestar todo el sufrimiento que significa no poder parar de producir en tiempos de pandemia.
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