Cubana de 57 años. Esas son las primeras cosas que observan de Miriam cuando busca trabajo. “No te lo dicen directamente, pero te preguntan tantas cosas sobre tu situación migratoria y luego ven tu edad y te dicen, te llamaremos, pero nunca pasa” comenta la mujer, tomando una leche de vainilla, un lujo en esta etapa de su vida ya que lleva dos años y medio sin un trabajo estable y cuatro meses sin poder pagar el arriendo de su departamento.
Miriam Rodríguez dejó Santiago de Cuba a los 35 años con un título de Ballet del Conservatorio de Música Esteban Salas y una licenciatura en artes y letras de la Universidad de Oriente. La libertad y las infinitas posibilidades que la vida tenía para entregar a las afueras de la isla comunista era lo que buscaba y que en cierta medida sigue persiguiendo.
Es el ritmo del son cubano a lo que Miriam dedicó su vida, a enseñarlo, a bailarlo y a difundirlo. “Ser una de las pocas cubanas que se dedica al son es como una responsabilidad para mí. Mi meta es difundirlo y esto tiene que ser bien hecho”, comenta. El son es un estilo de canto y de danza originario de Cuba, que a juicio de la bailarina “es muy sensual y entretenido. Se baila de a dos, siempre juntos y pegados”, sensualidad que Miriam irradia al bailar.
Siete son los países que le han abierto las puertas a los sueños de Miriam. Llegando a cada uno de ellos en busca de una oportunidad de trabajo y con ganas de bailar y educar sobre el son. Comenzó en Alemania y fue migrando a diferentes partes de Europa, hasta que se enamoró de un hombre con quien se fue a Brasil. Lo que prometía ser una gran historia de amor, no fue más que algo pasajero, eso la hizo tomar sus cosas y elegir otro país como futuro hogar. Esta vez Bolivia fue el destino elegido, su última escala antes de llegar a Chile.
Los ocho años que lleva la cubana en nuestro país han sido difíciles “Entré con el pie izquierdo a Iquique, sin trabajo sin oportunidades, sin poder hacer clases ni bailar”, dice Miriam recordando que al salir de Cuba, tenía deseos de difundir su baile y poder vivir de eso. Llegar a Chile con 49 años no es fácil. No solo por ser inmigrante sino por lo complejo que se ponen las búsquedas de trabajo con el paso del tiempo.
Fueron los malos acontecimientos lo que la hicieron irse a Chillán a trabajar al restorán de uno de los pocos conocidos que tenía. Pero la aventura chillaneja terminó rápidamente, a los pocos meses el local comercial cerró y, decidió escuchar una vez más su corazón nómada, armó maleta y enfiló a Santiago. “La capital no me ha tratado bien, ser vieja, cubana y estar sola en una ciudad como esta, no tiene nada de bueno”, señala, “pero sí, el 2014 fue aquí donde me bautizaron como La Dama del Son”, agrega con una sonrisa en la cara, sabiendo que lo que la diferencia de otros bailarines es ser difusora del ritmo cubano. Tener una responsabilidad con su pasión, que es el baile y también con su país, es lo que la hace no rendirse y seguir enseñando y danzando.
Con esfuerzo y pasión la bailarina ha logrado mostrar su arte. Según dice, en Chile no se valora mucho el arte y la cultura lo que le ha puesto más dificultades en consolidar sus sueños de poder vivir del baile y enseñarlo a los chilenos. “En un país que ni se celebra a Víctor Jara, que posibilidades tengo yo”, reflexiona.
Los primeros años en Santiago, La Dama del Son tuvo que dejar el baile como un pasatiempo nocturno y en el día dedicarse a juntar plata para vivir. Los objetivos pasaron a ser sueños lejanos, casi irrealizables a su juicio. Pagar deudas, comer y tener donde dormir eran las prioridades. Pero hoy hasta eso es difícil. Lleva dos años y medios sin un trabajo estable. Esto la ha llevado a convertir el baile en su único recurso y dar todo de ella para la enseñanza y también para poder vivir.
Miriam arrendaba un lugar en Seminario, cerca de Plaza de la Dignidad (ex Plaza Italia) para hacer sus clases. Los clientes no eran cumplidores y se pagaba por sesión, cosa que le perjudicaba por no poder asegurar un ingreso semanal. Esto hizo que muchas veces el arriendo fuera más de lo que ganaba. Con el estallido social, dejó de llegar gente y se hizo poco rentable continuar con las clases. Ella dejó el local, pero no la danza, esa no la abandona.
Esto no la hizo bajar los brazos, el baile es algo que Miriam lleva en su sangre y en sus caderas. La falta de recursos no es una excusa para dejarlo, es incluso un motivo para bailar más y vivir de eso. Desde que dejó de hacer clases en Seminario, los sábados se le puede ver bailando al ritmo del son cubano en el Parque San Borja desde las 15:00 horas. Ahí realiza sus clases, con una asistencia entre 4 y 6 alumnos. “Nunca estuvo en mis planes hacer clases en un parque, pero no me quedó otra. Era eso o gastarme toda la plata en el arriendo de un lugar y tengo otras cosas que pagar”, comenta.
De lunes a viernes busca trabajo desde un computador. Algunos días decide caminar desde su departamento ubicado a pasos del metro Ñuble hasta Irarrázaval o hasta Alameda ya que el pasaje en transporte público, en estas condiciones, significa un gasto, que no está dispuesta a pagar. “Estuve a punto de poner en mi Facebook, SOS, ayuda, no tengo ni para comer, acepto donaciones o lo que sea”, dice angustiada, preguntándose para sus adentros, cómo lo va a solucionar.
Las dificultades que enfrenta Miriam, la han hecho perder un poco la esperanza. No puede irse a otro lugar por las deudas, pero sin trabajo no puede pagarlas y solo se le acumulan más. El baile en estos casos, le ha servido a Miriam como terapia. Es lo que le está dando la posibilidad de comer, pero también de disfrutar “Estás bailando, bailas por una hora o más y tuviste un tiempo sin angustias, sin realidad, sin problemas”, dice mientras ve sus videos bailando con una sonrisa en la cara, como si sintiera lo mismo que siente cuando danza.
Hace 8 años, cuando la mujer cubana llegó a Chile y se puso como meta dejar en este país una buena base de son cubano. Educar a gente y que ellos también eduquen, que se difunda. Hoy ese también es su objetivo, pero las condiciones en las que vive le dificultan el proceso. Es por esto mismo que se puso un plazo de tiempo. Si de aquí a un año está en las mismas condiciones, se irá de vuelta a su país de origen, Cuba. “Quizás me vaya un tiempo, junte dinero y vuelva o me vaya a otra parte, para seguir difundiendo el son, aunque eso va a depender de mi edad también”, finaliza riendo recordando que tiene 57 años, pero que aún hay tiempo de cumplir sus sueños y que a donde sea que vaya, el son irá en la maleta.
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