Casa Columnas Mujeres migrantes: actrices de cambio

Mujeres migrantes: actrices de cambio

Mujeres migrantes: actrices de cambio

De 258 millones de migrantes en el mundo el 48% es representado por mujeres (UNDESA 2018): leer las migraciones del punto de vista del género permite ver las especificidades de este grupo; hace emerger la exclusión y la marginalización de las mujeres migrantes en cuanto mujeres; su presencia en ciertos sectores de trabajo pero también la habilidad de actuar como agentes sea de la tradición que del cambio.

Voy a hablar de mujeres y migración a través de la historia de Rachida, joven de Marruecos que llegó a Italia (pero habría podido ser de Haiti y haber llegado a Chile) a la edad de diecisiete años por reunificación familiar. La conocí cuando había recién cumplido los diecinueve y habría tenido que entrar a la universidad cuando me contó, triste, que sus amigas en Marruecos ya estaban estudiando; en cambio, por una serie de sutilezas burocráticas, falta de cursos de lengua intensivos y algo de «presunción europea» que ralentiza el reconocimiento de los títulos y las competencias, ella fue insertada, a su llegada, en primero medio y así aquel año habría acabado, recién, el tercero. Ella misma se declaraba «la tía de la clase», por los tres años más que tenia respeto a las compañeras y compañeros de curso. La perspectiva de otros dos[1] años de estudios, antes de poder acceder a la universidad, la hizo optar pronto por la inserción en el mundo del trabajo.

Rachida no solo vio limitadas sus posibilidades de acceso a la educación, también sufrió un control mucho más estricto por parte de su familia, (dónde iba, con quién, que hacía y como), de la «familia» ampliada y comunidad de origen y, además, fue víctima de los estereotipos culturales y de género que las mujeres migrantes sufren en las sociedades de acogida; aquellos mecanismos velados de exclusión que están, por ejemplo, en las retóricas victimizadoras dirigidas a las mujeres que mostrando el rostro de la ayuda, disfrazan formas de abuso y jerarquías culturales entre modelos de género. Es importante notar como el lugar de la mujer en la sociedad de acogida está fuertemente condicionado por la comparación con los “otros” mundos, más imaginados que conocidos, mirados como atrasados, pre-modernos donde las mujeres vivirían en posiciones subalternas muy alejadas de la realidad del país de acogida.

Rachida contó, con respecto del control, no haberlo sufrido de aquel modo en su país, dónde, aunque tenía que respetar las normas sociales, no incurrió en medidas de «vigilada especial»: «Las mujeres en Marruecos estudian, trabajan, pueden decidir no ocupar el velo, fumamos, salimos… aquí nos controlan mucho más»; en fin, las mujeres (por lo menos algunas) gozan de mayor libertad y los hombres no tienen el deber social de controlarlas a cada paso para “protegerlas de los peligros”. En el país de acogida, entonces, la mujer se ve obstaculizada por la comunidad de origen por un lado y por los prejuicios y estereotipos de la sociedad de acogida, por otro, atados al ser mujer y al ser mujer extranjera.

Una vez en el mundo del trabajo Rachida sufrirá acoso laboral por practicar el rito del Ramadan (periodo de ayuna) pero al mismo tiempo escuchó frases como «hablas bien el italiano, y no tienes el velo, ya eres más italiana que marroquí.» Para las mujeres de fe musulmana llevar el velo o no, es, a menudo, una elección personal, por cuánto se piense lo contrario y elegir de no vestirlo no las hace sentir ni más ni menos italianas o marroquíes de otras.

En la sociedad de acogida, la mujer migrante padece una doble discriminación, sea en cuánto extranjera, “buena” sólo por algunos trabajos, dependiendo de la nacionalidad, sea en cuanto mujer, relegada a desarrollar oficios considerados típicamente femeninos y por lo tanto reduciendo las posibilidades de emancipación. Destaca también, entonces, como el sexismo, el nuevo racismo y la clase sean sistemas de relaciones sociales que funcionan por los mismos mecanismos: “la asignación de un lugar social sobre la base de criterios que esencializan un grupo” (Delphy 2006)[2].

Rachida, como muchas jóvenes chicas migrantes, ha luchado cotidianamente contra los prejuicios de su comunidad de origen y contra los estereotipos y las discriminaciones de la sociedad de acogida; la historia de las mujeres migrantes, entonces, debe ser escuchada más allá de la retórica del victimismo: su itinerario de vida es emblemático para todos y todas porque aquello que reivindican es la igualdad, la independencia económica, la libertad de elegir y de construir su propia vida. Por eso no hay feminismo sin antiracismo y no hay lucha por la emancipación que no sea de todos y todas.


[1]En Italia se ingresa a la Universidad terminado el quinto medio.

[2]Delphy C. 2006, Antisexisme ou antiracisme? Un faux dilemme, Nouvelle Questions Féministes, 25 (1).

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