Como parte de la conmemoración, lucha y reivindicación de lo que significa el 8 de marzo en el contexto actual Latinoamericano y chileno es impensable ponerles rostro a las mujeres migrantes, a su lucha diaria, lucha que ha sido históricamente invisibilizada. Es por esto por lo que me referiré en este artículo a mis vivencias como mujer migrante en el contexto de una familia discriminada, invisibilizada y que en la actualidad vive las consecuencias de un sistema opresor con las mujeres pobres.
Crecí en un pueblo conservador en el corazón del eje cafetero en Colombia. Allí viví una infancia muy significativa rodeada de una numerosa familia tradicional, en la estructura convencional de familia; un padre trabajador, una madre ama de casa (hasta no hace mucho entendí que también trabajaba), hermanas, abuelos, primas, primos, tías, tíos, etc. Crecí rodeada de café, plátanos, yuca, bananos, papayas, mandarinas y naranjas. Crecí sobre todo en una economía sustentada en la producción del café para la exportación.
Recuerdo que cuando tenía alrededor de 11-12 años, mi familia tenía dificultades económicas, luego entendí que se debía a la crisis cafetera de la época. Éramos una familia trabajadora, dependíamos del trabajo de mi padre. Recuerdo que fueron un par de años de ajustes familiares, entre ellos y el más grande, la decisión que tomo mi mamá de migrar a España. Fue en el 2001, lo recuerdo perfectamente, era diciembre y ella estaba preparando todo para irse, recuerdo también que en el proceso de iniciar la aventura hubo muchas discusiones y lágrimas, parte de la familia no entendía porque había decido migrar y porque mi papá la apoyaba, retumbaba la pregunta de cómo una mujer ama de casa con tres hijas pequeñas había decidido abandonar lo más preciado para la sociedad, su familia.
A pesar de todas las dificultades mi madre estaba decidida a migrar. Por mi parte no entendía muy bien lo que significaba eso, sabía que no la vería por mucho tiempo. Antes de marchar ella nos había preparado, nos repetía constantemente a mis hermanas y a mí, que ella se iba, pero no nos abandonaba, que ella quería que nosotros fuéramos a la universidad y que quedándose en la casa no iba a ser posible, que quedábamos con mi papá en nuestra casa como correspondía. Cuando se llegó el día de su partida, había un ambiente muy extraño, mis hermanas y yo estábamos emocionadas de ir al aeropuerto porque cuando lo hacíamos era a recibir a alguien de visita, en esta ocasión se iba alguien que determinaría lo que en la actualidad soy.
Fue un 6 de diciembre del 2001 el día que marcaría un antes y un después para mi y para mi familia, ella se iba sin derramar una lágrima, con una sonrisa fingida, en cambio mi papá no paraba de llorar al igual que mi hermana menor que en ese momento tenía 9 años. Nunca entendí porque lloraba, a lo mejor a pesar de su corta edad, sabía lo que significaba que mi mamá se fuera. Desde ese momento todo empezó a cambiar, intrínsecamente y sin rechazo de mi parte, ni de mi padre, ni de mi familia, asumí el rol de ama de casa, tenía 14 años, era la mayor de tres hermanas y según lo enseñado por la sociedad colombiana, era lo esperado y lo correcto.
Ella no había sido la única que migro a España, en el barrio muchas personas decidieron embarcase en esa aventura antes de que terminara el 2001, porque para el 2002 la visa sería el mayor impedimento de entrada al país Iberico.
Cuatro años después mi madre iniciaría el proceso de reagrupación familiar, yo iba a ser la primera que viajaría a España a verla, la primera vez que me subía a un avión, la primera vez que salía del país. Estaba emocionada y a la expectativa de lo que iba a sentir. Llegue al aeropuerto de Barajas en Madrid, salí en busca de mi mamá y no estaba, espere una hora hasta que apareciera en escena.
Nos esperaban 5 horas de viaje en auto hasta la ciudad donde vivía mi madre. Antes de llegar empezaron las advertencias; no hable si se encuentra un vecino, no diga que es colombiana, no se junte con colombianos, etc. No entendí en ese momento porque tantas precauciones, sin embargo comprendí que eran necesarias cuando una vecina del edificio que odiaba a mi mamá por ser mujer migrante colombiana nos insultaba desde su departamento, acto que se daba muy seguido, y que llegó a su máxima expresión de xenofobia cuando un día a la 1 am tocan el timbre del departamento. Nos levantamos asustadas, mi mamá abre y era la policía, nos pedían la documentación, querían cerciorarse de que no estamos haciendo nada indebido, ya que habían recibido quejas de una vecina. Pronto entendí que para el vecindario éramos las putas inmigrantes colombianas, nunca me ha pesada tanto como en esa ocasión ser mujer inmigrante.
De ahí hacia adelante las experiencias fueron muchas, sobre todo las desagradables, las marcadas por el racismo y la xenofobia, en su momento normalizas acciones violentas como las descritas, a lo mejor para hacer la vida más llevadera en un espacio que constantemente te recuerda que no es tuyo porque no naciste en este. Un episodio que marco otro hito en la vida familiar y personal fue cuando mi papá migro, no tuvo tanta suerte como mi mamá. Llegó por reagrupación familiar, pero como ya no tenía vínculos debía buscar como vivir, es así como empieza una serie de desagradables hechos que concluyen con una detención y posterior deportación, lleva más de tres años en Colombia. Llegó marcado, llegó porque estaba irregular y para el estado español es un delito, no llegó a cumplir su expectativa de ser persona en el espacio europeo.
Para este momento de la historia mis hermanas, mi madre y yo vivíamos en España, mi padre hasta hace poco también lo hacía. Fue después de dos años de estar viviendo en Barcelona, inicialmente estudiando, luego trabajando de nana que, junto a mi pareja, decidimos probar suerte en Chile. Mi familia iniciaría una separación aún más distante y extensa de la que habíamos sufrido por años, somos 5 integrantes y todos vivimos en diferentes partes. Intentamos vernos, por lo menos con mis hermanas y madre una vez al año por 15 días, es triste, pero te acostumbras. Te das cuenta de que la familia no tiene una única estructura, que los roles tradicionales e impuestos por el patriarcado no son fijos y estáticos, que las mujeres padecemos mayor vulnerabilidad sólo por el hecho de ser mujeres y se agudizan si eres inmigrante, te das cuenta de que el miedo es la mejor herramienta para que no te manifiestes, te das cuenta de muchas cosas.
Cuando tomas conciencia de como las estructuras económicas, patriarcales y racistas operan y condicionan tu vida de mujer, tienes mucha rabia, rencor, odio y normalmente lo manifiestas hacia los nacionales del país que te recibe. En mi caso encontré un refugio en las organizaciones de inmigrantes, en especial con otras mujeres que han vivido y sufrido el mismo proceso. Un refugio desde donde encontrarme con mis pares y responder colectivamente a la frustración de una vida marcada por la migración. Una historia familiar y personal marcada por el desarraigo que podría ser la historia de tantas otras mujeres pobres, la historia de una región de Colombia que podría ser la historia de tantas otras regiones de Latinoamérica.
Deja una respuesta
Usted debe ser conectado para publicar un comentario.