En una nueva conmemoración del día internacional de las mujeres trabajadoras, se vuelve a revivir el legado de tantas luchadoras sociales que antecedieron a las actuales y se vuelve a convocar a intensificar las luchas que estamos dando hoy en el Chile neoliberal y articular las luchas de las mujeres, para hacer avanzar demandas históricas las que en modo de balance, han tenido un escaso avance en Chile.
Así, desde distintas experiencias de organización y lucha social, nace la coordinadora 8 de Marzo que este año levantó la convocatoria para las actividades conmemorativas de esta fecha tan importante. Se han articulado distintos sectores de trabajadoras, estudiantes, trabajadoras de casa particular, trabajadoras a honorarios, mujeres migrantes, trabajadoras sexuales, pobladoras, mapuches, entre otras. Esta articulación dada en base a consensos políticos, pone el acento en la deuda que tiene la clase política, la que no se ha comprometido con los cambios necesarios para enfrentar la precarización de la vida de las mujeres y niñas que viven en Chile; releva también la desconfianza frente a un nuevo gobierno de políticas neoconservadoras, que seguramente incrementarán la explotación y precariedad que vivimos muchas mujeres.
En el Chile actual, las distintas formas de dominación mantiene el trabajo doméstico y los cuidados familiares, sobre los hombros de las mujeres, esto sin reconocimiento y de manera gratuita, sumando al menos tres horas más de trabajo al que desarrollan los hombres. Si son jefas de hogar, ellas deben desarrollar trabajos informales para sobrellevar el trabajo de cuidados familiares o suplir los bajos salarios. El ingreso al mundo laboral no hace real la promesa de emancipación, sino que aumenta nuestra precarización con doble o triple explotación, sumado a ello el sueldo de una mujer es en promedio un tercio más bajo que el de un hombre y nuestras pensiones un 30% menos que la de ellos.
Por otro lado, las mujeres del pueblo mapuche, históricamente han debido enfrentarse a la pérdida de sus territorios ancestrales y recursos naturales, recursos que han pasado a manos de las empresas extractivistas y el Estado, las que a costa del destierro, se han llenado los bolsillos. Ellas en sus luchas y las niñas, experimentan la violencia institucional y el racismo de herencia colonial.
Este racismo se impone también sobre gran parte de las mujeres migrantes, quienes son la mayoría de quienes migran a Chile (52,6%), como mujeres empobrecidas, se ven forzadas a dejar sus países de origen para buscar el sustento de sus familias. A su llegada, la inserción de estas mujeres está marcada por una grave segregación especialmente en lo laboral, donde desempeñan los trabajos más precarizados. Ejemplo de esto último es la alta concentración de mujeres migrantes en el trabajo doméstico remunerado, en el que se encuentra el 25% de las trabajadoras migrantes, y más aún para el caso del trabajo “puertas adentro”; constituyen una absoluta mayoría. Esta y otras segregaciones y abusos de poder, configuran desde precariedad hasta la muerte de hermanas que como Joane Florvil, no encuentran justicia.
Luchas importantes vienen dando mujeres pobladoras de distintas nacionalidades a quienes se les niega el acceso a una vivienda digna, esto producto de las profundas desigualdades que se mantienen, así como por el accionar de sucesivos gobiernos que han permitido al mercado inmobiliario expulsar a las familias de sus comunas y permiten también el escandaloso lucro y especulación sobre la necesidad de vivienda de familias de escasos recursos. Son principalmente las mujeres pobladoras en los campamentos del norte y en comités de vivienda a lo largo de Chile, las que en base a la organización luchan por una vivienda para ellas, sus familias y comunidades.
Diversas identidades de género y orientaciones sexuales conviven en nuestras sociedades y las que escapan a la heteronormatividad reciben violencias graves, en particular la comunidad trans, la que tiene una media de vida de 35 años producto, en gran parte, de la violencia callejera y los suicidios.
En este marco, es necesario un movimiento feminista que construya desde el sur, desde nuestras comunidades, territorios y pueblos. Un movimiento que problematice el patriarcado pero también la herencia colonial que reproduce el racismo y el capitalismo deshumanizante, todas estas matrices de dominación sobre las mujeres que violentan nuestros cuerpos, nos despojan de nuestra dignidad, de nuestros derechos, lo mismo para con nuestras niñas y adolescentes. Entendemos que esta construcción tiene potencialidad como forma de lucha contra hegemónica que le haga frente a la precariedad y violencia que se vuelven la norma en el capitalismo patriarcal. Así, es clave fortalecer nuestro compromiso con los movimientos sociales, organizaciones migrantes, sindicatos y en toda organización social que se plantee desde esta vereda, y aportar con nuestra lucha contra el patriarcado, el neoliberalismo y el racismo.
Como todas las organizaciones convocantes a las acciones conmemorativas de este 8 de marzo en Santiago, es más urgente hacer propio el llamado fuerte y claro de movilizarse contra la precarización de la vida, por carencia de derechos sociales como educación, salud, vivienda y pensiones dignas; por la falta de derechos laborales, la inestabilidad y precariedad que muchas y muchos se encuentran; por la falta de reconocimiento con la que como sociedad abordamos a las identidades que desafían al binarismo de género, contra el racismo, la violencia y el abuso sobre las mujeres, adolescentes y niñas.
Deja una respuesta
Usted debe ser conectado para publicar un comentario.