Existe algo más común que las filas?, aquellas que generalmente llamamos aburridas, abusivas y extensas. Ellas son las más diversas, se mezclan entre tamaños y formatos, serpentean calles, espacios públicos y privados, se alimentan de personas de las más distintas apariencias y personalidades. Pero, creo yo, que una fila siempre tiene algo de interesante; siempre hay algo que observar y aprender, sobre todo aquellas donde se concentran sujetos de países, lenguas y culturas diferentes. Pues bien, esa es la fila que un extranjero recorre para obtener un documento de residencia, en el país que eligió como nuevo hogar y lugar de trabajo, desconocida para mí hasta mediados de 2015. En realidad, no solamente esta fila era desconocida, sino como todo el contexto que se descubre y se revela cuando se sale de su país de origen y se adentra en otro estado nacional bajo la condición de “extranjero” y “migrante”.
Llegué a Chile en marzo de 2015. En la maleta, algunos libros en portugués, ropas de verano y un par de zapatos. En la mochila, pasaporte, documentos brasileños, un cuaderno de notas con todas las rutas posibles para llegar a la universidad y una foto de mi familia. Dejé Brasil para venirme a estudiar a Santiago, a realizar un posgrado y convivir un poco más de cerca con el idioma castellano.
Esta experiencia nueva me asustó en la soledad inicial que me encontré en Santiago. Me enfrenté con una sociedad distinta. Decían que era culpa de la dictadura para justificar cualquier acto, mirada o distancia personal… En mi país, Brasil, también fuimos sometidos a ese terrorismo de estado, pero no se experimenta aún con tanto vigor ese individualismo neoliberal que se percibe en ciertas zonas de Chile y sobre todo promovido en sus medios de comunicación de los controladores del capital.
A pesar de todo Santiago me agradaba, me gustaba salir y mirar lo diferente y observar y compartir con nuevos amigos. Pero volvamos a la fila, los trámites y las experiencias que surgen en este lugar. La fila que describo como interesante y en la cual me detengo es la de Extranjería, ya que pasar entre 3 a 4 horas en una de ellas, es por supuesto un buen tiempo para que se convierta en algo que merece ser analizado con una mayor atención. En ella encontramos de todo, lenguas y colores que dividen oriente y occidente, como una especie de juego flotante donde se entrecruzan personas ofreciendo “trabajos”, conversaciones que se distribuyen entre valoraciones y/o disputas entre culturas y hasta quién habla mejor un determinado idioma en común.
Aunque lo que me llamaba la atención, además de lo anterior, era la forma suspicaz con que miraban a los afrodescendientes, que en este momento no eran un gran número, a pesar de ser más evidente su presencia por acá en los últimos tiempos. En las calles eso resultaba un poco más crítico, las miradas venían acompañadas de comentarios racistas. En el caso de las mujeres, los insultos además de ser racista también venían acompañados de una fuerte violencia genérico-verbal, al sindicarlas como que solo se dedican a la prostitución.
Después de presenciar, lamentablemente, algunos episodios como los descritos, comprendí que los afrodescendientes eran representados en el imaginario social como seres exóticos, pobres y vinculados con lo ilícito, lo marginal, es decir, todo lo indeseable dentro de un discurso hegemónico blanqueado, heredero de las lógicas imperiales y coloniales. Los afrodescendientes se presentan entonces como una amenaza para los trabajadores nacionales y para la conservación de la identidad chilena imaginada. Pero, como ha advertido Stuart Hall, lo que ocultan las categorías y distinciones raciales y étnicas son las formas en que se “viven las estructuras de dominación y explotación”, que por supuesto afectan también a los trabajadores y trabajadoras chilenos.
En mi condición de mujer inmigrante procedente de un país latinoamericano, estoy inserta en un estado de constante conflicto que se vincula a cuestiones genéricas, políticas, sociales y culturales, frente a un sector de Chile que rechaza la llegada de determinados inmigrantes en su territorio. Me pregunto entonces: ¿qué pasa con las compañeras que están en condiciones aún más delicadas, estigmatizadas, por ser extranjeras, provenientes de un país pobre y de afrodescendientes?
En este punto, generalmente la mujer afrodescendiente es vista por parte de la sociedad chilena como aquella que busca una “vida fácil” en actividades asociadas, en la división social, sexual y racial del trabajo capitalista, con la prostitución. Dentro de ese lugar patriarcal y de masculinidades hegemónicas, la mujer negra, en Chile, sufre una serie de prejuicios genérico-sexuales, debido a su piel y nacionalidad.
Los prejuicios hacia las inmigrantes afrodescendientes expresan un imaginario y una práctica social racista y machista, que la sociedad chilena muchas veces intenta borrar, silenciar o suavizar. En este contexto, tenemos el ejemplo de las mujeres colombianas que son representadas muchas veces en Chile, como “quita marido”, poseen mala fama y generalmente son asociadas a la prostitución y al tráfico de drogas, reforzando las marcas patriarcales y racistas de la sociedad.
Inés Ospina, por ejemplo, contadora profesional colombiana refugiada política en Chile hace 8 años, relata en una entrevista del 01 de diciembre de 2015 a Paulina Abramovich (de la agencia France Presse) para Tele 13, que los medios masivos de comunicación en Chile dan una imagen muy fuerte de los afrodescendientes, en particular de las mujeres, señala: “Nos generalizan. A casi todas las mujeres las presentan como prostitutas y a los hombres de estafadores».
Otro caso que demuestra, siguiendo a Silvia Federici, la “feminización de la pobreza” actual, corresponde al episodio de la haitiana Joane Florvil, que el 30 de agosto de 2017, fue acusada de abandonar a su hija de dos meses en la Oficina de Protección de Derechos (ODP) de la comuna Lo Prado. Después de algunos días en la cárcel, la haitiana se enferma y fallece. Joane tenía todo el contexto en su contra, era inmigrante, mujer, negra, pobre y no hablaba español. ¿La matamos por su acento o por la ausencia de este? ¿Por su color o por su condición social? ¿Por ser mujer o por ser el cuerpo otro?
Así como Joane Florvil, Inés Ospina y tantas otras mujeres inmigrantes afrodescendientes sean personajes de ficción o “personajes” de la realidad, habitualmente son presentadas y representadas negativamente. Lo anterior revela los prejuicios del imaginario social racista y patriarcal al que tradicionalmente han sido sometidas en el contexto chileno y que sigue generando estudios para intentar explicar, denunciar o justificar tal relación conflictiva entre el país que les recibe y los nuevos habitantes que llegan al mismo.
De esta forma, es importante decir que a pesar de las situaciones controversiales por las que pasan esas mujeres, es innegable que cada día su lucha se consolida y sale a la luz, sea por la defensa de su identidad, cultura e ideologías, combatiendo el patriarcado, el racismo, la violencia de género y la explotación de clase. Su resistencia es una acción política fundamental dentro de sociedades que intentan borrar su existencia. Su fuerza delante de la opresión se vehiculiza asimismo en obras literarias y otras manifestaciones artísticas, que resultan de fuerte inspiración para otras mujeres que aún siguen marginadas y subalternizadas en la sociedad.
Por lo tanto, repensar su resistencia y lucha políticas es también crucial para construir otro Chile y otro mundo, uno donde las desigualdades de clase, de género y de raza puedan ser extirpadas, en un horizonte emancipatorio que puede ser tal vez considerado utópico en este momento de arremetidas neoliberales (racistas y xenófobas), pero no por ello deja de ser también un horizonte de esperanza, de que podemos transformar la historia. Una historia que ahora empieza a ser reescrita con otros conceptos, otras miradas, reconociendo otras voces y otros cuerpos, donde la mujer migrante empiece a actuar en base a sus sueños para ocupar un lugar político relevante en este contexto, porque “quando uma mulher negra se movimenta, toda a estrutura da sociedade se movimenta com ela” Angela Davis.
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