Cuatro de la madrugada del sábado y me he dado varías vueltas en la cama, me he puesto la almohada en la cabeza, me levantado varias veces, he encendido la tele, la he apagado y comienza de nuevo el ciclo. Lo que me ha faltado es ponerme algodones en los oídos para por fin conciliar el sueño que nuestros vecinos del cuarto piso nos han robado con los carretes frecuentes que sostienen cada fin de semana. Mi esposa y yo ya no aguantamos más.
El reglamento del edificio dice que la música con un volumen moderado los fines de semana es permitido hasta la media noche, pero ellos sobrepasan por mucho la norma.
También hemos recurrido a conserjería para que les llame la atención, no siempre funciona; a veces bajan el volumen, pero bastan unos minutos más para que se les olvide y lo suban de nuevo. Comienza otra vez la tortura.
Mis queridos vecinos no son extranjeros. Sé que es totalmente irrelevante la nacionalidad, pero voy al punto porque se ha tejido un terrible mito, y sería bueno derribarlo, donde se sostiene que todos los extranjeros en Chile, sobre todo los provenientes de países caribeños, somos bulliciosos y no generamos buena convivencia al vivir de fiesta en fiesta.
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Una vez más se comprueba que no es bueno generalizar. Es importante destruir estereotipos que lo único que pueden llegar a producir es segregación y discriminación. Obvio que, como estos vecinos chilenos mencionados, también ha habido uno que otro colombiano o venezolano que le he recordado, al menos mentalmente, a su santa progenitora por no dejar dormir.
En cuanto a mis vecinos, estamos viendo cómo resolver el tema por los conductos regulares. Y si no se resuelve nada, por lo menos haremos méritos para que nos inviten a los carretes.
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