El próximo 25 de noviembre se conmemora el día internacional de la eliminación de la violencia contra la Mujer, en memoria del activismo político de las tres hermanas Mirabal, brutalmente asesinadas por Rafael Leónidas Trujillo, dictador Dominicano exponente de la dominación patriarcal y la misoginia del siglo XX.
Esta conmemoración trae consigo antiguos y nuevos desafíos por discutir como la violencia física, sexual, psicológica y económica que experimentamos las mujeres en todos los rincones de nuestra América y el mundo, sigue siendo una realidad en las vidas de las mujeres las múltiples formas de opresión ejercidas por un sistema patriarcal, que adquiere nuevas dimensiones producto de las transformaciones del capitalismo. Con la globalización, el tráfico de mujeres, la trata de blancas, la exclusión a políticas de refugio político por el activismo en sus países, son todos elementos renovados de un viejo problema.
Es que la dominación ejercida por el sistema patriarcal hacia las mujeres empobrecidas y racializadas en todo el mundo, consiste en la exclusión premeditada a servicios, espacios, relaciones y oportunidades de toda naturaleza. Así, es posible comprender, como macabra la continuidad de estas violencias estructurales, en el número en aumento de femicidios ejecutados y frustrados que se presentan anualmente en Chile, las que bajo la mirada impávida del Estado, se ejecutan casi en completa impunidad. Sin ir más lejos, la violencia contra las mujeres mapuche, como en el caso de la lamngen Lorenza Cayuhan, quien dio a luz a su hijo esposada, en medio de una acusación infundada y un juicio improcedente por el Estado de excepción no declarado en Chile.
Así las cosas, las mujeres experimentamos cotidianamente la violencia institucional, somos ciudadanas de segunda clase, a las que se les imponen fallos donde los celos son atenuante de condena, como el caso de la Corte de Apelaciones de La Serena, que acogió la atenuación de “obcecación por celos” en un femicidio frustrado en Ovalle.
Por cierto, la violencia institucional se traslada a la mujer migrante carente de toda red o grupo de apoyo, lo que produce su repliegue y la búsqueda de otros actores y formas de ayuda no menos transgresores. Es el caso de la trata de blancas, donde grupos de hombres y mujeres <<incluso de la misma nacionalidad>> explotan laboral y sexualmente a mujeres que llegan a Chile, con la idea de salir de la pobreza y enviar dinero a sus países.
Estas redes de tráfico ilícito operan en Chile con una alta rentabilidad y complicidad del Estado, puesto a que es de conocimiento institucional que una vez rechazados en los puestos fronterizos, los migrantes recurren a los coyotes quienes ofrecen sus “servicios” para pasar la frontera, de ahí, que en el caso de las mujeres migrantes una vez discriminadas y violentadas por la Policía de Chile recurran a estos mediadores delincuenciales que abusan de múltiples maneras de la vulnerabilidad de las migrantes y la de sus compañeros de viaje. Abandonadas en el desierto, violentadas y discriminadas, llegan a sus lugares de destino, empleándose como mano de obra barata en condiciones infrahumanas o con promesas de trabajo desde sus países de origen o desde los mismos puestos fronterizos que las convierte en objetos de explotación sexual y laboral.
De esta manera, la masculinidad racista erotiza y exotiza a los cuerpos migrantes en relación con el color de piel y las particularidades físicas de estas mujeres, las que compara ofensivamente con las mujeres chilenas, creando un clima de prejuicio entre el género que limita la sororidad y solidaridad de género. Es por esta razón, que no es extraño ver las sonrientes caras de complicidad de hombres de todas las clases sociales y de todas las nacionalidades al comparar los cuerpos de mujeres de diferentes nacionalidades en una especie de exposición equina o competencia ganadera; en las redes sociales circulan imágenes estereotipadas de las mujeres de acuerdo a su nacionalidad, lo que exacerba la inferiorización de la mujer y en específico a la migrante en relación a su voluptuosidad o no, para el goce de la mirada masculina y el aumento de su dominio relacionado con su sexo.
Muchas de las mujeres migrantes presas del miedo, indocumentadas al ingresar de manera irregular al país y sin pasaporte, arrebatado muchas veces por el coyote, dejan de pedir ayuda a la institucionalidad y negocian su estadía con el Chile profundo, con la mirada de extrañamiento, de incomprensión e indiferencia. De ahí que, muchas de ellas, se fortalezcan con una sonrisa, un abrazo o una expresión de hermandad, el reconocimiento de un proyecto de vida de una otra digna de respeto lejos de la revictimmización de la institucionalidad y de la mirada sexualizada de sus cuerpos.
Es por esto que, el 25 de noviembre ratificamos nuestra lucha y resistencia por el restablecimiento de los derechos de todas las mujeres y la eliminación y repudio colectivo a todo tipo de violencia en contra de la mujer.
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