El hecho que los acuerdos del paz del Gobierno colombiano y las Farc queden en manos de los ciudadanos mediante un plebiscito el próximo 2 de octubre, es una muestra que la democracia en el país no está tan grave. En ese orden de ideas, tenemos que respetar los resultados que en últimas serían el reflejo de lo que quiere el pueblo.
Pero el hecho de respetar dicho resultado, no me exime del sentimiento tan grande de vergüenza que me daría si el No fuera la mayoría.
Vergüenza y pena. Todo por farrearnos la oportunidad – quizá la única que tengamos- tan grande de acabar con una guerra que lleva más de medio siglo. Porque predominaría más el sentimiento de venganza sobre la oportunidad de vivir el comienzo de un verdadero cambio.
El próximo domingo los colombianos tenemos la conveniencia de hablar bien de nosotros mismos; de demostrar que, contrario a la fama que tenemos, la violencia no está en nuestra naturaleza a pesar que generaciones enteras no han conocido un sólo día de paz; de demostrar que somos inteligentes al preferir una reconciliación que lleve a la civilidad, donde las ideas se debatan con palabras y en la urnas, y no con balas.
Parte de esa oportunidad la tengo yo, y todos los que vivimos en el extranjero que, contradiciendo a los que dicen que los que estamos afuera no tenemos ni porqué opinar del tema, tenemos el mismo derecho y responsabilidad. Espero salir luego de la votación con una sonrisa de oreja a oreja por hacer parte del Sí que arrasó al No. Espero, después del plebiscito, caminar tranquilamente, orgulloso… y no avergonzado.
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