El pasado martes 22 de marzo nos despertamos con que un atentado terrorista, reivindicado por el Estado Islámico, mató a 32 personas, dejando otras 300 heridas en el aeropuerto internacional de Bruselas, capital de Bélgica. Hace algunos días volvimos a estremecernos con otro hecho similar, esta vez protagonizado por el grupo Jamaat-ul-Ahrar (Asamblea de los Libres), que causó la muerte de 70 personas dejando otras 300 heridas en Lahore, Pakistán. En este último caso se trató de un ataque contra la comunidad cristiana de la ciudad, que festejaba la Pascua en un parque infantil, razón por la que muchas de las víctimas fueron niños.
El nuevo protagonismo alcanzado por el terrorismo es algo que, más allá de ciertas motivaciones específicas, debe hacernos reflexionar profundamente. Durante los años 70 en Europa y Medio Oriente el mundo se acostumbró a una oleada terrorista con reivindicaciones nacionales (ETA, IRA, Septiembre Negro) o de clase (Brigadas Rojas, Banda Baader-Meinhof). Durante los 80 sería en América Latina donde el fenómeno haría estragos (Sendero Luminoso, narcotraficantes). Sin embargo, con la salvedad de los senderistas peruanos, cuyo fenómeno sigue siendo particularmente desconcertante, la mayoría de estas organizaciones ejercía esta actividad dentro de ciertos límites. Los atentados en supermercados de Barcelona, causados por ETA, fueron quizá el punto culmine alcanzado por organizaciones que, dentro de lo altamente cuestionable que es el uso de civiles como blancos, mantenían un cierto marco de acción.
Los sucesos de Bruselas y Lahore vienen a reconfirmar que el fenómeno del terrorismo no solo no ha declinado, sino que profundiza sus acciones, metodologías, radios de acción y, aún, sus protagonistas. Se trata de una práctica altamente especializada, con un trabajo de logístico de alto nivel, que se toma la mayor de las precauciones, que no deja (casi) nada al azar y, lo más terrible de todo, tiene como objetivo el aniquilamiento de la mayor cantidad posible de personas.
Si nos detenemos en los últimos hechos de violencia terrorista podemos adelantar algunas conclusiones que permitan dar pistas para el futuro de una lucha difícil de terminar. Tanto Pakistán como Bélgica son países que, pese a sus notables diferencias de desarrollo, cultura y sociedad, adolecen de problemas estructurales graves. Algunos incluso han llegado a sostener que, en el caso del reino europeo, se trata de un “Estado fallido”[1], y que las debilidades estructurales abismales de Islamabad podrían indicar un camino similar. Vastos sectores del país asiático prácticamente carecen de la presencia estatal, y los crónicos problemas de Bélgica -un país profundamente dividido entre un norte holandés y un sur afrancesado, con idiomas propios para cada mitad del país que solo convergen tibiamente en la capital- podrían aventurar gran parte de la explicación del problema.
En tiempos actuales ya no basta con policías eficientes para eliminar el terrorismo, se necesitan Estados con instituciones consolidadas, con participación popular, con niveles de desigualdad mínimos, con derechos y deberes justos para todos y con una real integración. En países que basan gran parte de su existencia en diferencias idiomáticas, religiosas, tribales o de otro tipo tan marcadas, como en Bélgica o Pakistán, es casi imposible lograr lo anterior, porque no existe un mínimo de cohesión social y de legitimidad que permitan la viabilidad de un proyecto estatal, lo más neutral y democrático posible en sus concepciones identitarias (post Estado-nación, por ejemplo). Ese será recién el primer paso para un desafío que, al parecer, actualmente no tiene solución clara y definida
¿Reforzar aún más la centralización, autoritarismo y “Seguridad-Por-Sobre-Todo-Incluso-Antes-Que-La-Libertad” de los países? No creo que sea la solución. Israel es la mejor demostración de que un Estado, por más énfasis en la seguridad que posea, si se basa en la negación y deslegitimación del otro quizá pueda existir, pero jamás con la tranquilidad que sus habitantes requieran.
[1] Ver esta interesante columna del diario El País publicado el mismo día del atentado: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/22/actualidad/1458667941_551597.html