Además de serlo, hay que parecerlo, dice el viejo refrán. En Chile, si no lo eres, con más razón tendrás que parecerlo. De eso nace precisamente el siútico como fenómeno social en Chile.
La apariencia en Chile es tan importante que su necesidad se esboza de muchas maneras, sin que seamos consciente de ello. Está en cada uno de nosotros, halándonos constantemente hacia la vereda de la simulación.
Durante 4 años me tocó, pasearme por importantes congresos, a cargo del marketing y las comunicaciones de una empresa, una muy relacionada empresa desde donde diseñamos y ejecutamos estrategias de mercado y de influencia en planes políticos o en políticas públicas.
Me tocó organizar seminarios y congresos con el mentiroso título de internacional y, para justificarlo, buscábamos un profesor con título de una universidad extranjera o al hermano del gerente que vivía en New York, para vender “el congreso”… o usábamos un apellido renombrado del hijo de una importante figura de la comunicación y la sociedad para lograr firmas de contratos o convenios.
En estos 15 años puedo dar fe de cómo se fabrica un político, de cómo se miente para crear una gran marca, de cómo compilamos hechos intrascendentes para vendérselo a la acomodada prensa, de cómo elaboramos estrategias para cambiar decisiones políticas públicas e incidir en ellas… Lo he visto y me he visto en la necesidad de hacerlo; porque en Chile para sobrevivir hay que ser parte del circo.
Lo confieso, a propósito de que en medio de la hecatombe política local, y gracias al trabajo de la justicia, el ex asesor de la empresa Caval, Sergio Bustos, admitió que se usó el nombre de la presidenta Michelle Bachelet para lograr el préstamo de $6 mil 500 millones del Banco de Chile, a través de Andrónico Luksic.
Era obvio que frases como “la señora”, “la mami”, encontradas en los correos se referían a Michelle Bachelet y era obvio también que la mami real y la señora real no cachaba ni una, no estaba al tanto. Los que quisieron insinuar que ella era parte de la operación política lo hacían porque tenían una intención política o porque viven en el mundo de Bilz y Pap.
Tiene que ver con la grandilocuencia, con la simulación, con la apariencia de un mercado simulador, cínicamente simulador, que se aprovecha de influencias para cerrar negocios, de relaciones para ganar dinero, de nombres para ganar renombre, de cargos y ex cargos para aumentar el valor de sus acciones, de relaciones para sugerir impunidad.
En el caso de Caval, el mismo Bustos confesó que no pudo contactar a Bachelet (onda, para pedirle la paleteá), quien estaba en plena campaña. Entonces, él hizo lo que está acostumbrado a hacer el mercado: “fue a pedir audiencia con el ejecutivo del banco, impresionando, simulando, a todo cachete, que la doctora Bachelet pedía audiencia para Compagnon y Valero
No necesitaba que saliera en la prensa para creerlo, porque vi hacer uso de apellidos, sugiriendo participación de Saieh, Kreutzberger o Farcas y ellos ni enterados estaban.
El pueblo ha vivido tan a espaldas del modelo económico, que les ha transformado su sociedad, que no sabe leer entre líneas o descubrir todas las mentiras, porque vive rodeado de mentiras.
En este país todos tratamos de impresionar a otros. Y todos lo hacemos con lo que tenemos a mano. Y Caval trató de impresionar con la mejor de sus cartas cercanas. Una vez descubierto el código de la siutiquería, del arribismo, porque ya sabemos que somos una sociedad arribista, nos falta por aprender la segunda parte de la lección.
Hay que desconfiar de los que son incapaces de hacer las cosas por su propia valía, por la norma, o por su propio intelecto y se excusan o usan nombres de terceros. Desconfiemos, casi siempre es mentira.
Sí, tenemos el país que hemos construido o que hemos dejado en manos de otros, y hemos construido un país legalmente corrupto, preocupado de la forma pero no del fin. Pero nos escandalizamos. Y como parte de la corrupción, la técnica de parecer es tan o más importante que ser.
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