Y ya no tienes dientes con que masques/Las uñas se te quiebran de raíz/ cuando caminas arrastras los pies/ Es que la muerte es tu país, ¿no ves? Lo escribió y lo dijo el deslenguado poeta y diplomático chileno Armando Uribe, en su libro “Odio lo que odio, rabio con lo que rabio”.
Defensor del odio y la rabia, Uribe representa en su hablar y en sus textos –quizás- la reacción de la gente contra su propio país “la muerte es tu país”, contra ese país que a veces disfrazado, a veces omitiendo, otras muchas ocultando y la mayoría de las veces con un cinismo y exitismo atroz, sigue siendo indiferente con la realidad de su gente.
Chile, dicho de otra manera, se nos revela constantemente como una gran estafa.
Porque la estafa en Chile está en todas partes. En los bancos como Penta, en las transacciones de Caval y Banco de Chile, en las autoasignaciones de los parlamentarios con título de honorables, en los “hombres de bien” que se pusieron de acuerdo para que robar fuera legal, esos que ocultan y “reservan” la corrupción con leyes aprobadas en contubernio para favorecerse.
Chile es una estafa porque ¿dónde está el mejor ingreso per cápita del continente?Al menos no en la antipoesía de Parra.
“Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”
Chile, la estafa, el antipaís está hoy expuesto por la naturaleza, esa ruda y sabia naturaleza que nos deja en la mirada pública con nuestras calamidades y nuestras propias conjeturas inventadas con manipuladoras cifras, con relatos políticos y falsos discursos.
La verdad verdadera de Chile son esos restos de casas de madera que vemos tapadas por el barro, son esas sonrisas doblemente incompletas de ciudadanos sin dientes, para los que la salud bucal no tiene la misma prioridad que para otros ¿Porque en Chile solo algunos logran tener– biológica y metafóricamente – dientes para sonreír, comer y comernos?
Este es un país que se estafa a sí mismo, se miente a sí mismo. Y cuando alguien dice la verdad, como Helia Molina, se le critica y exige que salga del camino. ¿Quién dijo que necesitamos un país con gente que diga verdades? La ex ministra de salud nos quiso recordar que somos unos estafadores morales y lo preferimos arreglar con una disculpa pública “HABER DICHO LA VERDAD”. O Chile es muy retorcido o yo soy un deformado. ¿Por qué disculparse por haber dicho la verdad? No estamos –definitivamente- acostumbrados a decir la verdad, a la transparencia.
Es sólo un ejemplo de las estafas morales que nos cubren. Pero para cada estafa moral inventamos un pretexto legal. Como pasó durante años en el divorcio, ahora pasa con el aborto, con la educación, con la salud, la seguridad social en la vejez, con el género, con las minorías indígenas.
En el mundo de la política se repite el diagnóstico. Un país vestido de frases vacías: “Las instituciones funcionan”, “Ningún ciudadano está sobre la Ley”, “la UDI Popular”, en fin, la cantidad de slogan que escuchamos –sin sentido- en la boca de los políticos financiados ocultamente por los empresarios, porque que sea oculto lo hace mejor, mientras más inexplicable mejor, pero…que sea oculto y legal – como diría el cantor- se acerca a lo que simplemente soñaron.
Tenemos muchos que -como diría hace poco el diputado René Saffirio- estuvieron dispuestos a vender su alma a cambio de dinero manchado con sangre de la dictadura. Aunque bueno, Saffirio es demócrata cristiano y… bueno, usted me entiende… DC, milicos, UP, Allende, la historia de aquellos días en los que se tejió la traición. Unos, los que quedaron manchados, se limpian usando La Pintana para dar abrazos o una escuelita de una comuna pobre para dar clases de matemática o subiéndose por obligación al carro de la democracia. Los otros aprovechan de tocar la puerta o el mail de los ex amigos de Pinochet.
Porque este país de la transición ejemplar – cada día más – nos muestra que la fórmula usada para lograr la tranquilidad en la transición de una dictadura sangrienta a una democracia cínica fue repartir la torta a partes iguales, (a partes iguales para los que seguirían en la política, para los que saldrían de ella con dinero y para que quienes llegaban pudieran tener lo suyo) y para los demás… el goteo. En esto han sido muy transparentes. Lo han dicho en foros, en entrevistas… quieren un país con un modelo que gotee para todos. Y aún si pudieran lograrlo, nos quieren contentar con la pildorita del goteo ¿mientras ellos se mojan a partes iguales? Claro, se mojan pero no se dejan arrastrar por los temporales, como los hermanos del norte prometedor y minero. Porque ellos, su Dubai lo construyeron en sitios menos riesgosos, más caros y opulentos.
En este momento, si me hablaran de las bondades del modelo chileno, yo, junto con justificar la rabia de Armando Uribe y de la sociedad civil, esgrimiría una imagen aterradora que no me abandona, porque me habla del Chile real, ese que está lejos de Piñera, de Bachelet, de Guillermo Tellier, de Jovino Novoa, de los Carlos que se quedaron con la empresa de seguros del Estado para asegurarse a sí mismos y a varias generaciones venideras en su familia.
Y me quedo con la imagen que me hizo sufrir cuando leí el reportaje de un periodista inglés que escribió:
Hoy en Chile el término “esclavo” se cambió por el término “trabajador”, donde en vez de darles alojamiento y alimentación -como hacían los propietarios de esclavos del siglo XIX- se les entrega un estipendio de 300 mil pesos mensuales para que se lo provean ellos mismos. De paso, los propietarios se evitan el estigma de la esclavitud.
Se estima que la mitad de los chilenos recibe menos de 300 mil pesos al mes, lo que crea un mercado de esclavos incluso más grande que el de Estados Unidos en 1850. ¿Con ese seremos todos iguales algún día? Por favor, basta de mentiras.
Para que nos dejen de estafar, Chile NO necesita de otro comité asesor, ni de otro arreglo político, ni de más acuerdos y fotos, ni de soluciones coyunturales. Chile, necesita de un soluciones estructurales, y aunque nos lo prometieron no está ni el tiempo, ni la fórmula ni la voluntad para hacerlo. Porque el cambio estructural le quitaría a los estafadores –de un bando y de otro- el lugar y los recursos que le han robado a los ciudadanos de Chile.
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