En medio de la emergencia del Norte Chico, azotado por una serie de torrenciales lluvias y desastrosos aluviones, el gobierno de Bolivia ofreció ayuda a su par chileno, específicamente en el envío de agua. Después de días de indecisiones, finalmente el ejecutivo nacional decidió aceptar la colaboración, asegurando que la demora en dar el visto bueno se debió a que esperaban tener claridad con respecto a lo que se necesitaba.
Una vez aprobada la ayuda boliviana vino el segundo acto de la última comedia limítrofe de nuestro país. La comitiva del gobierno de Morales estuvo encabezada por el ministro de Defensa, Jorge Ledezma, quien lucía una chaqueta con una leyenda que rezaba “El mar es de Bolivia”.
Inmediatamente las reacciones del mundo político chileno acusaron un despropósito y una provocación. El ministro de Defensa, Jorge Burgos, dijo que su par boliviano había convertido una acción loable en una publicitaria, mientras que el ministro de Relaciones Exteriores, Heraldo Muñoz, afirmó con dureza que “la tragedia no se debe utilizar para propósitos políticos de la campaña comunicacional boliviana”. Ante la situación compleja y acusando con claridad el error, Evo Morales optó por remover a su ministro de Defensa.
¿Qué explica que una ayuda humanitaria, desinteresada o no, se convierta en un gallito entre dos gobiernos? ¿Por qué un ministro boliviano utiliza una prenda con un mensaje claramente en contra de Chile, y en medio de una catástrofe? ¿Por qué la reacción chilena, pese al evidente desatino del ministro boliviano, fue tan furibunda? Los hechos muchas veces solo reflejan la profundidad de los procesos históricos, que terminan siendo señales inequívocas de condicionamientos que se esconden en las profunidades de nuestras vidas, impidiéndonos avanzar y construir nuevos proyectos. Eso es lo que sucede en torno a las relaciones entre Bolivia, Chile y el Perú, país con el que también existen roces permanentes.
La mayoría, querámoslo o no, de estos roces tienen origen en la posguerra del Salitre (o del Pacífico, como antaño se conocía). Efectivamente, después del conflicto armado las consecuencias de la guerra agudizaron los problemas relacionados con ésta y, además, creó otros nuevos.
En relación a Bolivia esto es particularmente cierto, ya que el vecino país perdió el litoral, quedando “enclaustrado”. A partir de la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1904, Bolivia ha intentado, sin éxito, recuperar la salida al Océano Pacífico, chocando con la negativa de Chile… y del Perú.
Bolivia ha terminado por llevar su demanda la Corte Internacional de Justicia de La Haya, instancia que forma parte de Naciones Unidas, con la finalidad de “obligar” a Chile a negociar con La Paz una salida soberana, sin canje territorial, al océano.
¿Debiera hacer algo Chile al respecto? Es decir, algo más que refugiarse en los tratados –vigentes, por cierto- y en todo tipo de argumentos legales. Sin compartir la postura boliviana –en la forma, más no tanto en el fondo-, me parece casi una obviedad decir que sí. Efectivamente Chile tiene no solo la responsabilidad, sino el deber de tomar el tema en sus manos, asumirlo e intentar resolverlo en consideración no solo a sus intereses, sino también los de Bolivia. Y también los del Perú. Pensemos un poco: Chile, al arrebatar Tacna y Tarapacá al Perú y Antofagasta a Bolivia encerró a este último país a su condición actual. No se equivocan quienes dicen que ese fue el resultado de la guerra, pero Chile tuvo 20 años para pensar con calma qué hacer. Y al final tomó, a mi entender, la peor de las decisiones. Si Chile, por ejemplo, hubiese inmediatamente devuelto Tacna, al menos, y le hubiera entregado un sector con salida al mar a Bolivia (¿Arica?) se hubiera ahorrado todos o muchos de los problemas, tensiones, desencuentros y rivalidades con nuestros vecinos. Y eso hubiera favorecido al país, no solo en torno a una mejor relación con sus vecinos, sino que además, ¿se ha puesto a pensar usted cuánto habría ahorrado el país en gastos militares? ¿Ha pensado alguna vez que el poder militar en nuestro país no hubiese tenido el mismo peso durante el siglo XX de no existir estas tensiones creadas por la miopía, ambición excesiva y soberbia mortífera de nuestras autoridades de posguerra?
Por eso es necesario que Chile asuma y se haga cargo de la parte que le corresponde en este entuerto. Porque, insisto, más allá del supuesto revanchismo boliviano, de la supuesta paranoia y celo peruano, de lo discutible que es que un Estado soberano le “exija” a otro Estado soberano una salida al mar con soberanía y sin nada a cambio, Chile debe entender –no solo reconocer, entender- su responsabilidad en este asunto. Nada justificaba el enclaustramiento boliviano, y si bien es cierto La Paz no puede exigir nada a Chile, existe un problema sin resolver creado por nuestro país y que es imperativo que lo asuma. Los tratados efectivamente fueron firmados, 20 años después y sin ponerles una pistola al pecho a las autoridades bolivianas, como algunos quieren creer, pero la forma no quita el fondo. Peor aún, al firmar el Tratado de Lima en 1929, que devolvió Tacna al Perú y selló la definitiva incorporación de Arica a Chile, Santiago creó otro problema más: el involucramiento del Perú con respeto a Arica y la salida al mar boliviana.
Si bien Chile ganó el conflicto bélico no tuvo el talento, la visión de futuro, la magnanimidad de pensar en sí mismo y en sus vecinos, prueba fehaciente del absurdo de aquel conflicto tan ensalzado por los tres países y que solo respondió a intereses económicos de un grupo de privados. Chile lo único que hizo fue eternizar los resquemores y crear conflictos que no existían.
Por tanto, ¿qué se puede hacer para reparar tales errores? Creo que Chile debe tomar el liderazgo en esta materia. Reconocer que la mediterraneidad boliviana, mientras exista, condicionará eternamente las relaciones con ambos países, por tanto no se trata solo de un gesto de cordialidad latinoamericana. Yo creo que nuestro país debiera invitar a bolivianos y peruanos a un dialogo y una negociación en torno a la mediterraneidad boliviana. No puede estar ausente el Perú, no solo por el tratado del 29, sino porque si Bolivia vuelve al Pacífico –cosa que no sería nada malo- lo haría sí o sí por un territorio de importancia estratégica para el Perú. ¿Resucitar Charaña? No lo sé, pero es un buen referente. ¿La internacionalización de Arica? Lo veo inviable en este siglo, pero no es necesario descartarlo de plano.
Más allá de “el qué” o “el cómo” lo importante es tratar estos temas con seriedad, con el ánimo de solucionarlos sin dejar cositas pendientes para el futuro. Sería muy bueno que Bolivia volviera al mar si para ellos se trata de un trauma histórico más que de una necesidad económica, pero sin victimizarse eternamente y satanizar al otro. Y si Chile promueve la integración con el mundo, las relaciones interregionales, resulta difícil comprender cómo no se hace cargo de una región cultural, económica, geográfica y humanamente cohesionada desde hace siglos como lo es aquella que comparte con Bolivia y Perú. El sur peruano, el suroeste boliviano y el norte de Chile son la misma cosa, basta que se eche a andar y sus frutos caerán.
Chile tiene la posibilidad de terminar con este entuerto. No me parece que la solución sea que Chile ceda sin más soberanía a Bolivia, ya que la guerra fue de tres y cargarle los dados a un “malo” frente a nosotros los “buenos” no es serio y solo agudizaría los desencuentros. Lo que sí es serio es solucionar el tema de a tres, con soluciones para los tres y con beneficios para todos, especialmente para una zona, compartida por nuestros tres países, que no merece seguir siendo caldo de cultivo de nacionalismos, chovinismos, demagogias y recelos mezquinos y excluyentes.
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