Cebollas moradas, el marrón o la celebración del Señor de los Milagros. Son algunos de los tintes peruanos que están asomándose en el país, una transformación cultural que podría acrecentarse en los próximos años, cuando la segunda generación de inmigrantes comience a emparejarse con chilenos. Una revisión para saber cuán «peruanizados» son los chilenos.
En junio del año pasado Edgard Cornejo fue al Consulado General de Perú en Santiago con fines protocolares. El entrenador de fútbol, que vive en Chile hace 15 años, quería cursarle una invitación al Cónsul General, Alejandro Riveros, para la inauguración de su academia de fútbol para niños peruanos en Independencia. Su idea era simplemente dejarla e irse. Por eso iba vestido como siempre: de buzo y zapatillas. “Llego a dejar la carta y me dicen ‘espérate, voy a ver si el cónsul te recibe’. Y me recibió”, recuerda Cornejo. La reunión fue breve, lo necesario para que la autoridad fuera al grano: “Si somos tantos, ¿por qué no tratamos de sacar un club grande que represente a la colonia?”, cuenta Riveros.
La pregunta no era descabellada. Hoy en Chile existen 23 clubes sociales peruanos registrados. Tres periódicos (Sol Noticias, El Bacán y Contigo Perú) y un suplemento deportivo en un diario de circulación nacional (Golpé de La Cuarta), 264 restoranes, 20 empresas que operan como franquicias. Inversiones en el país que desde 1974 suman US$ 672 millones. Y ahora también un equipo de fútbol con pretensiones de profesionalismo: Incas del Sur, el primer club de la diáspora peruana en el mundo y que está próximo a debutar en Tercera División B. “Acá hay muchas instituciones reconocidas, pero nunca antes había habido un objetivo que nos agrupara a todos en torno a algo. Esto ha sido transversal”, sintetiza Christian Dolorier, flamante tesorero del equipo de fútbol y presidente del Club Peruano de Santiago.
La confianza de los creadores de Incas del Sur responde a la potencialidad de una colonia que ha aumentado explosivamente en los últimos 20 años. El Censo de 1992 registró 7.649 peruanos y hoy son 157.668, según estimaciones del Ministerio del Interior sobre la base de los permisos de residencia otorgados. “Sin duda esta migración es la mayor en términos de cantidad, proporción sobre la población nacional y visibilidad de la historia chilena contemporánea”, dice Jorge Martínez, demógrafo de Cepal. No en vano representan la mitad del total de los inmigrantes que hay en Chile. En 1992 el Ministerio del Interior otorgó 302 permisos de residencia definitiva, cifra que en 2012 llegó a 11.026.
La influencia en términos demográficos también se ha ido expresando poco a poco en fenómenos culturales, gastronómicos, religiosos y sociales. Cada vez más chilenos compran cebollas moradas, más niños hablan del color marrón en lugar del café o juegan voleibol y más feligreses asisten a la celebración del Señor de los Milagros. Además, hoy existe una generación de la elite chilena criada por nanas peruanas.
Sin embargo, el Premio Nacional de Historia, Eduardo Cavieres, apunta a que las grandes transformaciones podrían verse recién en algunos años más, apuntando a la segunda generación de inmigrantes, los hijos de quienes han llegado en los últimos años. “La migración peruana va a cambiar la perspectiva o las miradas históricas”, afirma Cavieres.
“No son sólo trabajadores, sino que tienen familias con niños y jóvenes que están en escuelas chilenas, que tienen amigos chilenos y que, seguramente, en cinco años más van a estar formando familias con mujeres chilenas u hombres chilenos”, dice (ver recuadro).
PRIMERA ESTACION: LA COCINA
El chef Marco Barandarian llegó al país en 1992 con 30 años y sólo 25 dólares en la billetera. Venía a conocer por una semana cuando, dice, vio una oportunidad. “Al probar la comida chilena, muy corta en aliños y bastante fuerte en la sal, me di de cuenta que había un nicho”, recuerda. Mal no le fue: hoy tiene seis restoranes, inversiones por más de 2, 5 millones de dólares en el país y proyectos en México, Brasil y Estados Unidos, en una trayectoria que sirve para ilustrar el increíble éxito que llevó a que la comida peruana abarcara dos restoranes en Santiago durante los 90 a los 264 que hay hoy en el país, según la Cámara de Comercio Peruano Chilena. “En ninguna otra parte del mundo hay tantos restaurantes peruanos como acá”, dice Juan Carlos Fisher, presidente del organismo.
Esta influencia es única en el mundo. “Lo interesante es que si bien el fenómeno de la gastronomía peruana es global, su dimensión popular es propiamente chilena”, explica Walter Imilan, investigador de Antropología en la Universidad Alberto Hurtado y autor del proyecto Fondecyt “Restaurantes peruanos en Santiago de Chile: construcción de un paisaje de la migración”. Es cierto: en mercados como Europa o EE.UU. el boom de la nueva comida peruana se aloja en restoranes de alta cocina, fenómeno distinto a la presencia transversal que vemos acá. “Está desde el Astrid y Gastón hasta el cebiche de pulpo en una feria de Puente Alto”, dice el experto.
¿Cómo lograron los peruanos tomarse los restoranes chilenos? Primero, de la mano del crecimiento de su colonia y después identificando los problemas de una industria local que a inicios de los 90 tenía más carencias que virtudes. “La gastronomía en Chile era muy pobre, sobre todo en los restaurantes; estaba el sándwich, el pastel de choclo, la palta reina y eso era todo; todos los restaurantes tenían lo mismo”, dice uno de los primeros empresarios gastronómicos peruanos entrevistado en el estudio de Imilan, quien equipara la influencia gastronómica peruana con la llegada en los 70 de los primeros restoranes familiares (los chinos) o la revolución de la comida rápida a inicios de los 90.
Esto se ha traducido en los ingredientes que tienen hoy los chilenos en sus cocinas. Christian Dolorier recuerda que cuando llegó al país, en 1992, fue invitado a almorzar a la casa de una amiga de sus padres y lo primero que hizo fue pedir rocoto. La respuesta fue una sorpresa. “Me dijo ‘acá en Chile no pida eso. Sólo lo ocupan los rotos y la gente del campo’”, dice. No había nada de nada. Recién en 2000, de la mano del auge de la inmigración, empezaron a llegar productos desde la frontera norte. Así se hicieron comunes en las ferias nacionales productos como el rocoto, la cebolla morada, la cancha, el ajinomoto, el panetón o la Inca Kola, muchos de los cuales hoy se venden hasta en supermercados. Algo que llamó la atención a Juan Vilca, quien desde 2002 importa productos peruanos para más de 23 locales en la Vega Central. Hace cinco años traía entre 30 y 40 cajas de rocoto y ají amarillo a la semana, las que hoy oscilan entre 70 a 100. Lo mismo pasa con la cebolla morada: hace ocho años eran 5 mil kilos quincenales, cifra que se cuadruplicó. Incluso productos como el olluco, que hace cinco años pocos conocían, ahora se traduce en 1.500 kilos semanales.
Otra herencia de la comunidad es la comida en la calle, la que hace 15 años se limitaba a cafés, sopaipillas o sándwiches. El boom partió hace 10 años y los peruanos fueron los primeros en darse cuenta, introduciendo jugos naturales y arrollados primavera en las esquinas del centro. Después pasaron a lo suyo: la sofisticación. “Esta idea se conserva en el carrito, donde se juega con la idea gourmet en un plato de $ 1.500”, dice Imilan. Pilar Hurtado, periodista especializada en comida que vivió 20 años en Lima, dice que esto también ha dado paso a una gastronomía mestiza con ejemplos como las empanadas de ají de gallina. “Creamos la costumbre de experimentar diferentes sabores. Hace 15 años el chileno era muy reacio a hacerlo”, opina Barandarian.
PUERTAS ADENTRO
Pero la comida no entró sólo desde los restoranes. “La incorporación de mujeres trabajando en el servicio doméstico ha producido un traspaso de información importante sobre los gustos culinarios”, dice Carolina Stefoni, investigadora del Departamento de Sociología de la Universidad Alberto Hurtado, vinculando el fenómeno con las 60 mil empleadas domésticas peruanas que trabajan en Chile, según datos entregados por Matilde Rodríguez, presidenta del Sindicato de Trabajadoras Inmigrantes de Casa Particular (Sinaincap) a La Segunda en septiembre del año pasado.
Una de ellas es Marlene Galindo (47), quien llegó a Chile hace seis años para trabajar en la casa de María Nieves Gil en Lo Barnechea. Dejó en Perú su carrera como enfermera después de que a su esposo lo despidieran de la fábrica de cuadernos en que trabajaba. “Lo que gano acá triplica el ahorro que podía lograr en Perú”, explica. Su caso sirve para entender la principal razón del éxito de las nanas peruanas: por lo general están mejor preparadas que sus pares chilenas. “Normalmente, cuando llegan, el primer paso en su trayectoria laboral es siempre descendente”, explica Claudia Mora, directora de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello. De acuerdo con datos de Casen 2006, 25% de las empleadas domésticas peruanas tiene educación más allá de la secundaria. “Muchas incluso tienen nivel universitario completo. En nuestra investigación encontramos hasta una directora de escuela”, agrega Mora.
Otro detalle es que llegaron al lugar adecuado en el momento preciso: según Cepal, entre 2003 y 2012, la participación de las chilenas en el mercado del trabajo subió de 36,6% a 47,5%. “La incorporación de la mujer al trabajo produce una demanda específica. Ya no se necesita alguien que sólo limpie, sino que gestione la casa”, dice Stefoni. Por eso aspiran a sueldos que pueden llegar a $ 500 mil. ¿Qué ofrecen? Transformarse en algo así como neo institutrices. Al venir sobre todo de localidades como Trujillo y Lambayeque acarrean un estilo de crianza “a la antigua” muy valorada por la elite. “Para una familia es muy atractivo pagar sueldo de nana y tener una profesora que cocine como chef y sea tierna pero a la vez conservadora”, opina Iskra Pavez, doctora en Sociología de la UCINF.
Aunque este perfil de migrante parece ir cambiando. Según el trabajo Migración y Mercado Laboral en Chile, de investigadores de la Universidad de Chile y el BID, entre 2006 y 2009 en Chile los profesionales y técnicos peruanos aumentaron de 17% a 21%. “Hubo un cambio hacia una mayor calificación de los migrantes en los últimos cinco años”, dice Mora. Víctor Medrano, ingeniero en gestión empresarial de 30 años, es uno de ellos. Llegó a vivir a un departamento de Ñuñoa en abril de 2013 junto a su esposa Tracy, después de ser transferido desde una compañía peruana a la filial en Santiago. Este cambio tiene que ver con el aumento de la inversión peruana en Chile, la que se multiplicó 14 veces entre 1997 y 2012, según cifras del Comité de Inversión Extranjera.
EN EL CORAZON DE LA CIUDAD
Francisca Márquez, decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado, dice que cuando partió el boom de los peruanos en Santiago a inicios del 2000, ellos eligieron como base de operaciones un punto tan central como simbólico de la ciudad: la esquina nororiente de la Catedral Metropolitana. Es decir, se ubicaron debajo de la estatua de Santa Rosa de Lima y frente a calle Puente, donde terminaba el antiguo Camino del Inca. Desde ahí se desperdigaron por barrios de las comunas de Santiago, Recoleta e Independencia, produciendo varios cambios. “Ellos revitalizan lugares que habían experimentado procesos de envejecimiento y salida de la población”, dice Stefoni.
Ejemplo de esto son sectores como Yungay, la Chimba o Maruri, los que, en parte por culpa del hacinamiento, se han revitalizado gracias al uso de la calle como lugar de encuentro. “Los chilenos habían perdido esta práctica. El peruano es un factor importante para que hayamos incorporado el uso del espacio público nuevamente”, agrega Daisy Margarit, directora de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central. Esto también se refleja en sus festividades, como la procesión del Señor de los Milagros (ver recuadro) y la celebración de las Fiestas Patrias, el 28 de julio. El organizador de este evento es Jorge Gotelli, quien cuenta que se realiza desde hace cuatro años en el Parque de Quinta Normal y que reúne a más de 30 mil personas, 60% de las cuales son chilenos.
Su efecto también se ve en los negocios. Cuando los peruanos llegaron a La Vega, para no tener problemas con los locatarios establecidos, se les entregó un pasillo conocido como “el callejón de las ánimas” por su abandono. Diez años después, en los pasillos dos y tres hay alrededor de 900 locales, y aunque la administración no tiene cifras exactas, los locales peruanos parecen imperar o, al menos, equiparar a los chilenos. “A nivel de los barrios son referentes laborales, serios, responsables y que, además, permiten revitalizar los sitios donde se instalan”, dice Margarit. Este proceso también se vio en la Galería Bandera Centro (en la intersección de Bandera con Catedral). Ahí, de los 110 locales 80% son arrendados por peruanos. “Hace cinco años este edificio era un punto rojo de la municipalidad. Había mucho ‘night club’ y ‘café con piernas’. Hoy, en cambio, vienen turistas gringos y europeos a comer”, dice José Cancino, administrador del caracol que hace siete años cerraba todos, sábados a las dos de la tarde y no abría los domingos, y que hoy tiene horario continuado los fines de semana. Este dinamismo se ha expresado en los arriendos, explica el locatario chileno Héctor Uribe: hace cinco años los locales más baratos costaban desde 100 mil pesos. Hoy se empinan sobre los 300 mil.
Pese a estos avances, los barrios son también un reflejo de lo peor en nuestra relación con la inmigración peruana: la discriminación. Algo que se refleja en sus enclaves. “Hay un fuerte nivel de segregación espacial. No están distribuidos dentro de la ciudad de forma heterogénea”, aporta Stefoni. Acá nuevamente surge el contexto: los peruanos empiezan a llegar después de que a inicios de los 90 los nuevos gobiernos abrieran las fronteras y dejaran de tratar la migración como un problema de seguridad nacional, a lo que apuntaba la Ley de Extranjería de 1975. “La inmigración peruana llega en el momento en que se dan estos cambios culturales tan dramáticos. Y claro, uno podría decir que pagan los platos rotos al ser los primeros en enfrentarse a esta situación”, dice David Sirlopu, investigador de la Facultad de Sicología de la Universidad del Desarrollo en Concepción.
Lamentablemente, con el paso del tiempo hay cosas que no cambian. Según un estudio del Injuv en 2013, al 12% de los chilenos entre 15 y 29 años no le gustaría tener como vecino a un peruano o boliviano. Esto también lo observó María Emilia Tijoux, académica de la Universidad de Chile, en el proyecto Fondecyt “Vida cotidiana de niñas y niños hijos de inmigrantes peruanos en los espacios sociales chilenos”, donde analizó la interacción entre adultos chilenos (como inspectores o dueños de quioscos en colegios) con niños peruanos de Primero a Cuarto Básico. “Descubrimos que por parte de los adultos hay prácticas racistas”, explica Tijoux, sobre conductas por como, por ejemplo, comentarios ofensivos respecto a los olores o la higiene de los niños. Según la investigadora, este es un problema histórico en Chile: la constitución estado nación, que explica muchas de las políticas del siglo XIX consistentes en ‘blanquear o limpiar la raza’ contra las figuras condenadas: peruanos al norte y mapuches en el sur. Aunque no todo está perdido: el proyecto Fondecyt comprobó que estas dinámicas no se replicaban entre los niños.
APRENDIENDO
El colegio George Washington, en Independencia, se acaba de mudar. Pasó del barrio Maruri a calle Echeverría. Eso explica el desorden de pupitres y sillas del que sólo escapa un diario mural con una hoja amarilla que detalla el significado de chilenismos. Lo que probablemente será útil en un colegio con una matrícula compuesta en un 75% por peruanos. Algo que se repite en varias escuelas de Santiago, Recoleta e Independencia.
En los establecimientos dependientes de la Municipalidad de Santiago el cambio más relevante es implementado en la emblemática Escuela República de Alemania, donde, con aprobación del Mineduc, diseñaron una malla propia para Historia y Geografía en séptimo básico con el fin de trabajar la Historia de América Latina. Además, este establecimiento y la Escuela República de Panamá tienen talleres de integración y programas orientados a preparar a los educadores. En Recoleta, el colegio República de Paraguay y la Escuela Víctor Cuccuini han tomado medidas como cantar ambos himnos los lunes en la mañana y celebrar las dos Fiestas Patrias.
María Teresa Herrera, parte del centro de padres del George Washington, dice que compartir con niños peruanos ha generado cambios en la forma de hablar de su hija Catherine, uno de los nueve chilenos de su curso de 45 alumnos. “Pronuncia mejor las ‘s’ y no se come la sílaba final”, explica. Esto se replica en otros establecimientos donde la palabra “tajador” reemplaza a “sacapuntas”, “borrador” a “goma”, “barriga” a “guata”, “marrón” a “café” y “chochera” a “amigo”. La influencia peruana en la conducta también es positiva. “Son muy respetuosos con el profesor. A veces han llegado niños que han querido ser más negativos y no pueden porque los peruanos mantienen ese respeto”, dice Raúl Erazo, director del George Washington. En deportes destacan en los equipos de voleibol de los colegios, conformados casi sólo por peruanos. ¿Juegos? En los recreos se alterna “la pinta” con el importado “mujeres atrapan a hombres”.
Pero estas buenas experiencias no hacen más que graficar problemas estructurales en el diseño de las políticas educacionales para migrantes. “En nuestros estudios llama la atención que en una escuela haya 5% de matrícula extranjera y en la del lado 70%”, detalla Stefoni, agregando que “es claro que hay algo que no funciona: una escuela está aceptando y la otra no, lo que es ilegal”. Mora apunta que no hay instrumentos en el Ministerio de Educación para que estas buenas experiencias en integración sean replicadas en otros establecimientos.
Esta misma carencia de propuestas desde las autoridades genera en los especialistas preocupación de cara al fallo de La Haya sobre el diferendo marítimo y que se espera para este 27 de enero. Los expertos creen que al no haber señales claras puede haber problemas. En caso de que Chile pierda, obviamente. “El inmigrante debe tener temor a represalias. Debería haber un trabajo que lamentablemente no he visto en todos estos meses y la verdad no sé si hay una estrategia para enfrentar el tema del fallo”, dice Stefoni.
Aunque todo parece indicar que hasta el momento la colonia peruana está a gusto en Chile. Pistas de estos las entregan los peruanos acogidos a la Ley del Retorno promulgada por el Gobierno de ese país en marzo de 2013. “Han vuelto grandes cantidades sobre todo de España, de Argentina y Estados Unidos”, explica el cónsul Riveros. ¿De Chile? Hasta la fecha sólo 70.
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