La pobreza se ha conceptualizado y analizado tradicionalmente en función de situaciones de carencia, siendo las dos principales variables el ingreso y el consumo. Estas definiciones se han centrado en las privaciones materiales, por lo que las distintas políticas destinadas a su superación han enfatizado su actuar sobre estas carencias. Estos mejoramientos tienen impacto pasajero en el bienestar de la población, no contemplan aspectos inmateriales e intangibles de la situación de pobreza, sino que se trata de inhibir momentáneamente la precariedad.
Como resultado, la política social no atiende debidamente la complejidad del fenómeno y no responde con estrategias futuras para su superación. Los desafíos entonces, apuntan a idear, diseñar y gestionar políticas realzando una conceptualización más compleja de la pobreza, considerando sus distintas características, formas, dimensiones –materiales, no materiales/ tangibles e intangibles- y sus causas.
La pobreza es un fenómeno complejo y multidimensional, esto pues los factores, causas y consecuencias exceden más de un ámbito de la vida de quienes se encuentran en situación de pobreza. La mirada economicista-reduccionista de los ingresos parece ya no ser suficiente para explicar el fenómeno en su totalidad. La adecuada definición y consecutiva medición no solo cuantifica las personas u hogares que no logran estándares denominados como mínimos [1] . Ésta, además, otorga la información necesaria para la focalización y asignación de los recursos destinados a las políticas sociales, conforme a su consecutivo diseño e implementación y por cierto, la evaluación del bienestar y progreso social.
El complejo fenómeno de la pobreza emplaza a que sus valoraciones requieran integrar los impactos en los diversos ámbitos de la vida humana (material e inmaterial). En este sentido, es que Fundación Superación de la Pobreza (FSP) sostiene: “la pobreza es multifactorial en sus causas, multidimensional en sus manifestaciones y necesariamente integral en sus soluciones” (Fundación Superación Pobreza, 2010). El ingreso no cubre todas las necesidades, a saber, hay aspectos centrales del bienestar de las personas que deben ser evaluados en dimensiones distintas del ingreso, y que por lo tanto deben ser discutidos para avanzar hacia un país que se proyecta como desarrollado.
Asimismo, con el nivel de crecimiento económico del país, se justifica la búsqueda de nuevos indicadores de bienestar, en donde se contemple que la mejora de la calidad de vida de la población no está únicamente relacionada con la variable ingreso, sino que más bien dice relación con una visión integrada de su realidad socioeconómica. Es pertinente instaurar análisis y reflexiones de cómo un país que aspira a ser desarrollado, resuelve problemas referentes a la calidad de vida de su población. Aun cuando la pobreza ha sido una prioridad para la política pública todavía son más de dos millones de chilenos los que se encuentran en situación de pobreza y no se han podido superar las expresiones más agudas del fenómeno [2].
En nuestro país se sigue operando desde la lógica de los ingresos [3]. A la fecha existen propuestas de metodologías para avanzar hacia conceptualizaciones holísticas de la pobreza, pero aún no existe una propuesta clara que haya sido consensuada, es un tema que se encuentra en pleno desarrollo. Además, hoy es aún más relevante dado el debate respecto de la cifra de pobreza. La controversia generada por los resultados de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica, brinda la oportunidad para buscar nuevas alternativas conceptuales y operacionales alternativas a los ingresos. Esto se ha puesto de manifiesto en las propuestas de expertos en nuestro país, que se han realizado para formular una medición multidimensional, no excluyente a la medida por ingresos. La pobreza es multidimensional. Por lo que, cualquiera sea la definición y con esto la delimitación de dimensiones que se utilice va a resultar siempre una simplificación del fenómeno.
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[1] En nuestro país, la entidad que se encargaba hasta el año 2010 ( previo al problema con la CASEN) de medir e implementar las políticas en relación a la reducción de la pobreza es el Ministerio de Planificación y Cooperación, MIDEPLAN. Este Ministerio ha establecido una línea de pobreza considerando una canasta básica de alimentos, definida por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En la que se establece que una canasta debe contener los requerimientos calóricos necesarios mínimos para asegurar la subsistencia de los individuos. De acuerdo con esto, se define una línea de pobreza, que distingue 3 categorías: no pobre, pobre no indigente e indigente. Así, una persona se considerará pobre no indigente, si su nivel de ingresos es superior al valor de la “Línea de la Indigencia”, pero inferior al valor de la “Línea de la Pobreza” . Mientras que, el umbral para la consideración de indigente o pobreza extrema, es si su nivel de ingresos es inferior al valor de una canasta básica alimenticia que cubre los requerimientos nutricionales mínimos, denominada “Línea de la Indigencia”.
Actualmente los indicadores de pobreza están en manos de Ministerio de Desarrollo Social, quien se encarga de las estimaciones de pobreza e indigencia. Utilizando el mismo método desde 1987, para la construcción de indicadores que sean comparables en el tiempo.[2] Los factores de persistencia y regeneración de la pobreza demandan la necesidad de revisar nuestros marcos conceptuales y nuestras políticas de intervención del fenómeno.
[3] La metodología oficial se basa en la canasta básica de alimentos, que está basada en la encuesta de presupuestos del año 1986, por lo que no ha sido actualizada por más de 20 años.
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