Conversando de la vida con amigos sobre sexo, amor y esas cosas que a veces uno conversa de manera profunda cuando ya tienes unos tragos encima, por algún comentario mío, sublevado al parecer de ellos, me contestaron en tono de broma “tu vagina es un templo”, “tu cuerpo es sagrado”.
No pude pasar por alto esas palabras que, a mi gusto, sonaban como un ejemplo más de un control normativo social sobre mi cuerpo de mujer, esta vez, refugiado en la “pureza” y “santificación” del mismo. La conversación siguió y yo me detuve “¿y tú tienes un pene sagrado? mi cuerpo no es un templo ni sagrado, ambas palabras tienen un origen religioso, algo sagrado es venerado, es una ofrenda a un supremo y nada tiene eso que ver con mi sexualidad” ese choqué que provocaron en mi esos significantes atribuidos a mi vida sexual, no dejaron de dar vueltas en mi cabeza e hicieron surgir una gran inquietud respecto a la necesidad de cuidar el lenguaje que nosotras mismas hacemos propio y más aún, la importancia de intervenir y estar alerta a ese tipo de opresiones encubiertas.
Me acordé de Ena Von Baer, cuando dijo que en el embarazo una mujer solo presta el cuerpo y me pregunté cuántas Enas habrán por ahí manteniendo la subordinación sin siquiera ser conscientes de ello. No puedo no citar aquí a Pierre Bourdie con su libro “La dominación masculina” (que a mi gusto una mujer no puede no leer, junto a “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir) quien plantea que las estructuras de dominación se encargan de hacer sentir a la mujer dichosa de sus cualidades “esenciales”, asumiendo como “vocación” tareas subordinadas que se le han atribuido como grandes virtudes. Bourdieu propone que ese proceso de virilización hacia el cual conspira el orden social, no podría concretarse sin contar con la complicidad y sumisión femenina, basadas en la ofrenda del cuerpo, en ese posicionamiento como objeto. Esto, a la vez, tiene que ver con la cotidianidad de dejar pasar comentarios como el aquí expuesto, la necesidad de no hacerlos propios y poner un pare, somos también sexuales, también deseamos, sentimos placer, no somos ofrenda de nadie.
En efecto, Linda Alcoff comenta que la dominación masculina ha atribuido a la mujer características que la hacen percibir como algo esencial; “ya se la conciba como esencialmente inmoral e irracional (a lo Schopenhauer) o esencialmente afectuosa y benévola (a lo Kant), siempre se la define como algo esencial”. Señala esta autora que en todas estas características mencionadas no dejamos de ser el Objeto, pudiendo así, ser predecibles y controlables. De esta forma, el lugar de sujeto autónomo con propia voluntad queda relegado exclusivamente a lo masculino.
Y es que nuestro cuerpo continua estereotipado como medio de reproducción invisibilizando al sujeto mujer que posibilita ese proceso. Fiel prueba de ello es la invención del instinto materno, naturalizándonos, esencializandonos, delegándonos el lugar de ser siempre para y por otro, como dice Luce Irigaray y por lo mismo desexualizandonos. Es este mismo imaginario colectivo cargado de dispositivos de control, conduce a silenciar el debate en torno a fenómenos como el aborto. Al respecto, Jimena Pautasso hace hincapié en mostrar que ningún acto heroico es voluntario, es solo a la mujer en su rol de madre a quien se le obliga a sacrificarse de por vida por otro (hablando de sacrificio cuando no quiere ser madre, cuando las circunstancias vitales en que se engendra resultan en muchos casos, incluso, aterradoras).
No pretendo hablar aquí del aborto en Chile, sino hacer un llamado a abrir los ojos, estar alerta, decodificar el lenguaje cotidiano cargado de opresión.
Por todo lo anterior me pregunto “¿desde dónde estamos empoderándonos las mujeres? Qué ganamos con salir a marchar por la despenalización del aborto, por la abolición de la violencia de género, por la igualdad de salarios, si dejamos pasar e incluso hacemos propio un lenguaje que nos inferioriza muchas veces disfrazado de enaltecimiento. Hablo de la importancia de deconstruir, de lo que hablan las feministas post estructuralistas (con sus orígenes en teorías de Foucault y Lacan entre otros) ellas proponen un énfasis en la carga discursiva de la diferencia, enfatizan la especificidad histórica de las posiciones como sujeto femenino o masculino, e invitan a entender el modo en que se movilizan los discursos de la diferencia sexual biológica, es decir, el modo en que se van construyendo estos significados. El post-estructuralismo se centra en una subjetivación derivada de dispositivos de poder por medio del discurso, sería el lenguaje el dispositivo constructor de realidades y por lo tanto, el feminismo post estructuralista, se basa en la toma de conciencia de la encarnación de estos dispositivos en el cuerpo y cómo ello conlleva una dominación masculina. Si son estos dispositivos los productores de saber, y en este caso, de la subordinación femenina, proponen centrarse entonces en explorar y desarticular la conexión entre el saber y el poder que lo ha determinado como un saber ¿Desde dónde se toman como verdades discursos sobre nuestro cuerpo de mujer?
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