La ciudad que yo habito, Arica, es el comienzo de mi país, ciudad fronteriza por excelencia. Compartimos frontera con Perú y Bolivia, cuyos territorios están más cercanos en horas que la ciudad chilena más próxima, por lo que tenemos acceso a un universo muy dinámico, con fusiones, mixturas, colores diversos, que marca nuestra identidad. Es una ciudad pequeña, lo que nos permite caminar lento, detenernos a conversar con los vecinos, reconocer rostros de nuestra infancia…; en síntesis, un lugar que favorece la cercanía y el encuentro, factor determinante en la calidad de vida de quienes la habitamos.
¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible.
Eduardo Galeano
Sin embargo, desde hace algún tiempo, me han sorprendido hechos y situaciones que no son coherentes con esta realidad. Una encuesta realizada por el Ministerio de Educación durante el 2012 nos ubica como una de las regiones con mayores índices de agresión escolar, presentando un 41% a nivel nacional. Coincidentemente, los establecimientos municipales que concentran la mayor cantidad de matrícula de alumnos extranjeros – suponen el 73% de la matrícula- son también aquellos que muestran el porcentaje mayor de agresión escolar con un 39%, en comparación con un 29% de los colegios subvencionados y un 17% de los colegios particulares. Hace sólo unas semanas nos vimos enfrentados a un caso de agresión grave en el Liceo Politécnico en donde un joven fue rociado con alcohol y luego atacado con fuego.
Una encuesta de percepción, realizada durante el mes de mayo por Ciudadano Global en la población Juan Noé, lugar que por su cercanía al terminal de buses concentra un gran porcentaje de población migrante, demostró desconocimiento sobre la realidad. Y así, frente a la afirmación “si un migrante es un puesto de trabajo menos para los chilenos” un 79% de los encuestados estuvo de acuerdo con esta afirmación, frente a la pregunta “si la población migrante es un aporte al desarrollo de la región” un 83% respondió negativamente, dejando en evidencia la imagen negativa sobre el valor de la migración.
En este punto es importante poner atención, porque la migración puede convertirse en el comodín que disfraza los temores en relación al desempleo, la vivienda, la salud y convierte a la población migrante en una amenaza, que se traduce en violencia y discriminación, generando problemas de convivencia al interior de los barrios receptores de población migrante.
Es tiempo de hacer reflexión y análisis con mirada de futuro. La convivencia social, nadie lo pone en duda, es uno de los elementos clave para el progreso de cualquier territorio habitado. Es un valor que preservar y potenciar. Y lo debemos mirar desde un contexto en donde se conjugan una serie variables complejas determinadas por un espacio multicultural y diverso en donde el espacio público -la ciudad- se ha privatizado y donde cada quien defiende sus valores, intereses y particularidades.
Convivir significa compartir vivencias juntos; convivir es, por lo tanto, encontrarse y conversar, «dar vueltas juntos» (cum-versare). Si conversamos en la escuela, estamos construyendo la convivencia escolar; si lo hacemos en la sociedad, en la ciudad, estamos construyendo la ciudadanía, la convivencia democrática. Aprender a convivir es un desafío que nos permite construir capital social, factor preponderante para el desarrollo social, económico y humano de un territorio.
Convivir significa comprometernos, abrirnos al mundo que nos rodea, a la innovación, a la creatividad, a la cooperación, a los otros y a nosotros mismos.
Imagino que mis deseos convergen con el de todos: seguridad, bienestar, igualdad, trabajo…, sin embargo, nos perdemos en la superficie, en la desinformación, en el miedo; nos perdemos, en síntesis, en la pelea chica.
Nuestra ciudad se enfrenta a nuevos retos que la sociedad global nos impone. Las fronteras entre los asuntos locales y globales son cada vez más difusas. De este modo, un hecho de nivel global puede provocar un gran impacto a nivel local y viceversa, generado por la intensidad y rapidez de las interacciones políticas, sociales y económicas, sumado a la creciente influencia de los medios de comunicación en la percepción de las comunidades.
Las ciudades son una representación de la globalización a nivel micro. Éstas expresan la diversidad de un mundo cultural heterogéneo, lo que no está exento de tensiones y dificultades, lo que nos plantea el reto de crear nuevas formas de gestionar las diferencias desde el compromiso, la responsabilidad y la cooperación, con una ciudadanía empoderada, activa y con capacidad crítica capaz de construir y formar liderazgos con vocación de servicios que respondan a estos nuevos desafíos que nos llama a crear y educar para la convivencia.
La cuestión migratoria en nuestra ciudad es ya cotidiana y estructural. Escuelas multiétnicas, barrios multiculturales. El proyecto de una nueva ley migratoria en nuestro país es el reflejo de una realidad que cambia, se transforma y nos interpela a abordarla. Para ello debemos partir por conocerla y desmadejar esta realidad. La desinformación es cultivo para la violencia, generada por mitos, prejuicios y miedo.
Esta nueva realidad nos convoca a plantearnos los siguientes desafíos: el de la integración social y la ciudadanía. Los inmigrantes no son mano de obra barata, sino personas con derechos. La integración es adaptación mutua de quien llega y quien recibe y sus claves son un estatuto jurídico que les reconozca, les permita ejercitar los derechos humanos que les corresponden en cuanto personas y les brinde una inserción socio-laboral real y equiparable (en derechos, deberes y, por qué no, dificultades).
La integración del inmigrante es creación de nueva ciudadanía. Reconocerlos como tales enriquecerá la ciudadanía de quienes ya lo somos, será la de todos los iguales y todos los diferentes, esto implica revisar los clásicos conceptos de Estado-Nación, soberanía y ciudadanía, los cuales no responden a una ciudad multicultural que debe abordar múltiples demandas sociales, políticas y económicas sin descuidar el equilibrio entre diversidad y la igualdad de derechos, y ello, a menudo sin contar con los instrumentos institucionales, legales y recursos que nos permita abordar estas demandas de forma adecuada.
Desde esta perspectiva la ciudadanía debería estar determinada por el espacio que habitamos, que construimos con nuestros sueños, luchas cotidianas, el lugar que compartimos con quienes amamos. La ciudadanía se construye desde la participación haciendo uso de nuestros derechos y deberes.
Frente a estos desafíos, el principal reto es revisar y reflexionar sobre los paradigmas existentes sobre ciudad y ciudadanía.
Debemos plantearnos promover la pertenencia, que los inmigrantes y sus descendientes puedan ir queriendo este país y sintiéndolo como propio, sin anular su identidad cultural de origen. Igualmente, fortalecer la convivencia social intercultural. No basta con la coexistencia, hay que aprender la convivencia, espacios de encuentro, mezcla y mestizaje sin ocultar los conflictos. Paz, convivencia o interculturalidad no equivalen a ausencia de tensiones, sino a su regulación pacífica.
La educación cívica debería ser parte del currículo de la escuela, que nos permita educar en valores y actitudes democráticas. Ya no valen los conceptos fronterizos, territorialmente delimitados. Debería ser ilegal hablar de ilegales. La población debe conocer la contribución económica, demográfica, fiscal y cultural que supone la inmigración.
Debemos desconstruir la imagen del otro como enemigo, nuestra identidad como ciudad no debe estar construida sobre la imagen del vencedor en la batalla, sino en la ciudad compartida, solidaria, abierta. La migración es una gran oportunidad y está en nuestras manos aprovecharla.
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