“A propósito de la Muestra Internacional de Cine sobre Migración, que hará su estreno en Santiago, es importante destacar el trabajo documental y antropológico que llevan a cabo numerosos directores para intentar registrar y entender dichos fenómenos trashumantes. El argumento no es más que la realidad en sus múltiples formas, lenguajes, marcos normativos, historias, costumbres e interacciones cotidianas.”
Autor: Jorge Sánchez de N.
Durante la última década, Ecuador pasó de ser un país con escasa tradición migratoria a ser una de las principales naciones receptoras de inmigrantes en Latinoamérica. Las sucesivas olas de refugiados colombianos desplazados por la guerrilla, y de cubanos, quienes comenzaron a llegar en masa a partir de las reformas de libre movilidad del año 2008, prácticamente duplicaron sus flujos de entrada. Hoy, la población de extranjeros residentes bordea los 200 mil y se estima que seguirá creciendo.
Aunque esta cifra es insignificante en comparación a las tasas migratorias de países como Argentina, Brasil o México, el caso ecuatoriano puede resultar paradigmático, considerando la enorme diversidad de culturas y nacionalidades que habitan en una porción de territorio que no representa ni el 1% de la superficie mundial. En esta trama, blancos, mestizos, afrodescendientes e indígenas son los anfitriones de una Babel cuyos huéspedes y coprotagonistas también provienen de Perú, España, EE.UU. y, en menor medida, de algunos Estados africanos y asiáticos como Nigeria o Pakistán.
A ellos deben sumarse los miles de ecuatorianos que –golpeados por la crisis y súbita dolarización de su economía, en 1999– buscaron suerte y se radicaron en España, pero que ahora regresan empujados por la crisis española.
A propósito de la Muestra Internacional de Cine sobre Migración, que hará su estreno en Santiago, es importante destacar el trabajo documental y antropológico que llevan a cabo numerosos directores para intentar registrar y entender dichos fenómenos trashumantes. El argumento no es más que la realidad en sus múltiples formas, lenguajes, marcos normativos, historias, costumbres e interacciones cotidianas.
En este escenario, las cámaras apuntan a ser un testimonio vivo de los procesos migratorios y, al mismo tiempo, un implacable actor de denuncia: recordemos que Ecuador, por ejemplo, al igual que la mayoría de sus pares latinoamericanos, no siempre reúne las condiciones necesarias para el pleno ejercicio de los derechos humanos de sus inmigrantes. Muchas veces, la indocumentación y el subempleo desembocan en una situación de pobreza que termina dañando severamente las nuevas relaciones sociales.
Festivales como el Cine Migrante son una cruzada por construir y hacer ciudadanía plurinacional y diversa con todas sus letras. El concepto de residente, amparado o refugiado, debe dar pie al de Ciudadano, en mayúscula. Quizás este sea el camino de nuestro próximo guión.
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