El viejo Kant solía decir que, para revisar si una actitud nuestra es éticamente aceptable, debemos pensar qué pasaría si ésta se convirtiese en ley universal. Con esto, el filósofo ponía a resguardo la libertad de los otros ante la conveniencia individual. Como mi mamá me enseñó alguna vez cuando quería aprovecharme de una situación doméstica: ley pareja no es dura.
Me pregunto qué pasaría si aplicásemos dicha prueba a las palabras del candidato presidencial Pablo Longueira, cuando dijo que los extranjeros le quitan el trabajo a los nacionales. Si ellos son la causa del perjuicio señalado, el Estado debiese intervenir y reparar el daño cometido. Haciendo un sencillo experimento mental, podríamos pensar en hacer regresar a sus países a todos los inmigrantes que viven y “le quitan” un trabajo a un chileno. Pero, siguiendo a Kant, también deberíamos hacer regresar a todos los chilenos que “le quitan” un trabajo a un estadounidense, un argentino, un francés, etc.
Elaborar una nueva ley migratoria es esencial para un Chile que se quedó con una regulación muy antigua. La ley actual establece un costo humano altísimo para quien se atreva a emprender un proyecto migratorio, el cual es absolutamente legítimo en un mundo globalizado e interconectado.
El problema que enfrentaría el presidenciable es evidente. La ley pareja no nos conviene. Sumando y restando, hay más chilenos fuera que extranjeros por acá. Por de pronto, el desempleo aumentaría, y las consecuencias de la medida serían aún más dramáticas en otros ámbitos: la educación, el arte y la cultura, los servicios, el deporte, la acción social, el emprendimiento y muchos más, donde el aporte extranjero ha sido clave para nuestro desarrollo.
Este ejercicio pone de relieve el gran aporte que realizan todos los inmigrantes en nuestro país. Dicho aporte se realiza tanto en actividades más “ilustradas” como en trabajos menos sofisticados pero no menos esforzados.
Es fruto del prejuicio y del menosprecio cuando distinguimos implícitamente entre extranjeros honrosos que nos “suben el pelo” y que debemos esforzarnos por acoger, y entre “inmigrantes ilegales” que nos quitan las pegas y vaya a saber uno si son delincuentes o no.
Elaborar una nueva ley migratoria es esencial para un Chile que se quedó con una regulación muy antigua. Pero es un error pensar que la ley actual no “regula” el diario vivir de los inmigrantes. Dadas las grandes trabas que la actual ley establece, a muchos migrantes se les vence la visa de turista (la única a la cual pueden optar) antes de que puedan conseguir un trabajo con un contrato válido. Pero para que puedan regularizarse y obtener una visa de trabajo, hay que tener un contrato vigente. Se da un círculo vicioso que juega con las expectativas y las necesidades de comida y abrigo de muchos que buscan mejores oportunidades. Para ellos, la pobreza vivida en otras latitudes ya no se pudo soportar más. En resumidas cuentas, la ley actual establece un costo humano altísimo para quien se atreva a emprender un proyecto migratorio, el cual es absolutamente legítimo en un mundo globalizado e interconectado.
La nueva regulación debería hacerse cargo de estos problemas, para que se compatibilicen las actuales necesidades laborales del país con el aseguramiento de condiciones de vida dignas para los trabajadores extranjeros. Y el criterio para realizar dicha discusión no puede basarse sobre premisas fáciles que no miran el problema en su complejidad.
Situar este debate en un contexto meramente nacional es erróneo. Porque parece muy fácil arremeter en contra de los extranjeros para explicar las dificultades de la sociedad, sin reconocer lo necesario que es mirar más “universalmente” a la hora de discutir. En un Chile globalizado, ser honestos y consecuentes con la máxima kantiana nos asegura que no caigamos en populismos ni soluciones falaces. Porque se trata de legislar y gobernar para todos los que participan de la vida del país, no sólo para los que hoy pueden votar.
De nosotros depende que pensemos según conveniencias individuales -que a la larga terminan siendo ilusorias- o que realmente optemos por el país en el que deseamos vivir: uno más coherente con nuestra realidad globalizada y multicultural.
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