Antonio Tobón Restrepo
Tabio, Colombia.
Historiador.
Músico en Makina Kandela
Reside en Santiago de Chile desde 2006
Hace tiempo que esa idea de la música pura -tradicional o de arte- ha perdido sentido para nuestro contexto social y cultural. Pero uno se ve tentado a preguntarse si alguna vez existió en la música la pureza que esa idea defendía. Qué coincidencia que ese desgaste también ocurre para la idea de músicas nacionales, las que fueron puestas a reposar tan cándidamente en el anaquel del nacionalfolclorismo. Preguntarnos sobre la -posible- pureza de una música es cuestionar cómo es que una música, un estilo o un género, se conforma. Nuestras músicas en América del sur, como cualquier otra del mundo, solamente podrían haberse conformado a partir de las circulaciones, difusiones, y movimientos propios de la historia de los pueblos que las hacen. Por eso que, así como nosotros, nuestras músicas son hijas del encuentro entre personas e ideas de diferentes culturas, y si oímos más allá del remoto periodo fundacional de nuestra matriz cultural, deberíamos poner atención a las muchas culturas que han participado en darle su forma actual, y que son más diversas que esas tres categorías a las que reducimos generalmente nuestro mestizaje (española, indígena y africana).
También podemos constatar que desde las últimas decadas del siglo pasado y en las pocas de este, han aparecido músicas que abiertamente echan mano de estilos y géneros musicales que antes parecían irreconciliables o naturalmente separados. Hoy entonces, y en nuestra modernidad a ultranza, lo que oímos son músicas que dan cuenta de límites quebradizos, transitos e inter-cambios en un escenario ya no nacional, sino que transregional. Cumbia con mambo, con rock, o con jazz, o con salsa, con dub; trutrucas sobre voz gutural heavymetalera, tango chill-out, rock psicodelicotropical, y en fin… Son músicas en que no sólo dan cuenta del acceso fácil a la información, sino que también de la libertad de desplazamientos -reales y virtuales- que podemos realizar hoy por hoy.
Ese es uno de los muchos puntos que se pueden indicar a propósito de la música y la migración, pues la música -una de las expresiones culturales más presentes en nuestra cotidianidad sobremoderna-, es testimonio también de cómo las personas circulan -más o menos libremente- y cómo el ejercicio de ese derecho afirma la cultura a la vez que la modifica, en ese diálogo universal que sucede en los lenguajes diversos de la música. En esa modificación y afirmación de la cultura, a travéz de la música, habría que señalar también cómo los encuentros entre personas diversas y sus culturas musicales inciden en renovaciones en esa especie de catálogo que usan los músicos como referentes musicales. Y si esto es cierto para la música de la industria cultural, afanada en innovar con productos llamativos para un público-consumidor, es válido también para la validación de las músicas tradicionales en los circuitos globalizados de ejecución y, en menor medida, para lo que se denomina -paradójicamente- como “rescate”.
Harto se ha insitido acerca de la música como agente y parte de la identidad de las personas, y claro, cuando una persona hace sus maletas para viajar de un lado a otro, no puede dejar atrás su música o el lenguage que le sirve para hacer expresión -e impresión- de sus emociones. Pero en la situación actual, en donde lo identitario parece resquebrajarse con tanta facilidad, también es interesante -y necesario- constatar cómo la música al acompañar la migración también ayuda a deconstruir las fronteras culturales y espaciales que se tienen como naturales, gracias -entre otras cosas- a su capacidad de congregación que se traduce en participación y visibilización de lo diverso. A la vez que vehicula y concilia disputas sociales y políticas, entre migrantes, entre locales o entre unos y otros.
Así como está consagrado el derecho que tiene toda persona a salir de cualquier país, incluido el propio y de regresar al suyo, así como de circular libremente y elegir su lugar de residencia en el territorio de un Estado, la supuesta universalidad de la música como lenguage nos consagra el derecho de transitar, ir, volver, libremente por las muchas culturas de los tantos pueblos con los que compartimos el territorio humano. Y la próxima muestra de Cine Migrante en Santiago de Chile no hace más que decir “que comience la travesía”.
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