Autor: Juan Vásquez López
Ahí está Daniel Zamudio, conectado a un sinnúmero de aparatos que buscan salvarle la vida. La intolerancia pudo más y nuevamente nos enfrentamos a hechos reprochables que se contradicen con la modernidad, con una sociedad globalizada, de puertas abiertas, que requiere, como condición mínima para la convivencia, el respeto por la diversidad.
Este joven de 24 años, dibujante y cocinero aficionado, lucha por sobrevivir. Ser gay lo condenó y un grupo neonazi se encargó de castigarlo. Lo golpearon con alevosía y marcaron su cuerpo con esvásticas trazadas con pedazos de vidrio.
Hace unos meses atrás, en Plaza Brasil (casco antiguo de Santiago), ayudé a un joven que había sido brutalmente apaleado. Sus atacantes se encargaron de gritar a viva voz que “esto le pasa a los ladrones”. Mentira, le pegaron por ser peruano.
Y casos como estos no son novedad. La prensa está lleno de ellos y se sabe que muchos otros, al no ser tan dramáticos, no concitan la atención de los medios de comunicación. Aquí no hay intereses creados. Seguramente Daniel Zamudio no pertenece a una familia poderosa y está claro que la agresión al joven peruano no va a encender ninguna alarma. En conclusión, podrán aparecer versiones que reivindiquen los derechos de las minorías, que llamen al orden y la tolerancia pero en definitiva, no se tomarán las medidas necesarias para enfrentar un problema complejo que afecta a miles de nacionales y extranjeros. Queda la sensación de que existen ciudadanos de segundo nivel y en consecuencia, mientras ellos sean los afectados, es probable que la reacción de las autoridades no tenga el vigor que requiere una realidad como esta.
Profesar otra religión, ser inmigrante, ser homosexual, estar enfermo, pertenecer a un estrato social bajo, tener deudas, etc., son razones suficientes para ser maltratado. A veces con desprecio, otras con humillaciones y muchas con golpes que hieren la dignidad y que a veces cuestan la vida.
No puede ser que hechos como estos se repitan. No más ignorancia. Es deber del Estado y de los gobiernos de turno preocuparse por educar a los ciudadanos y contribuir a generar un ambiente de bienestar social, inclusivo y plural.
Sólo queda concentramos en enviarle toda la fuerza a Diego y a su familia para que sobreviva. Estamos seguros de que a través de su lucha se crea conciencia y se fortalecen valores que velan por el respeto de la individualidad. Si bien es un aporte que se agradece, sobre todo teniendo en cuenta el contexto de dolor desde donde se genera, es de esperar que se tomen las decisiones necesarias que tiendan a hacer de Chile un país que se preocupa por la integración.
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